Charles-Louis de Secondat, barón de Montesquieu, nació el 18 de enero de 1689, cerca de Burdeos. Allí residió la mayor parte de su vida. Sus estudios los realizó en prestigiosos centros de educación, graduándose de abogado en 1708. Un tío suyo, de apellido Montesquieu, murió y le dejó como herencia su cargo parlamentario provinciano. Para entonces tenía veintisiete años.
No obstante lo anterior, la investigación desinteresada atrajo mucho más, a tan eminente figura, entregándose entonces a los estudios científicos. Después de veinte años de profundas reflexiones e investigaciones, el barón de Montesquieu publicó El Espíritu de las Leyes (1748), obra que le aseguró admiración universal. Allí hace mención a tres tipos de gobierno: el monárquico, el despótico y el republicano. Pero veamos eso con más precisión.
El gobierno monárquico supone jerarquías, rangos y hasta nobleza de origen. A diferencia del anterior, en el gobierno despótico lo que se impone es el “Temor”. En ese tipo de régimen la virtud es innecesaria y el honor resultaría peligroso. Muy a la distancia de los anteriores, el gobierno republicano exige toda la fuerza de la educación y el accionar correcto.
Bajo tales premisas no es para nada complicado constatar que, por lo que a mi corresponde, el mejor tipo de gobierno es el republicano, ese mismo que tuvimos en esta “Patria de Simón Bolívar” cuando Rómulo Betancourt inició su gestión presidencial, manteniéndose incólume hasta la segunda presidencia de Rafael Caldera. A partir de ahí lo que se nos vino encima fue el diluvio.
Precisado lo anterior, dejo a consideración de mis lectores la respuesta de las veinticuatro mil “lochas»: ¿cuál tipo de régimen es el mejor? Por lo que a mí se refiere, he sido demócrata toda mi vida; así pues, siempre seré partidario y defensor de la democracia