OPINIÓN

Monopolizando el odio, crónicas de la irascibilidad

por Carlos Ñañez R. Carlos Ñañez R.

“Sí las masas pueden amar sin saber por qué, también pueden odiar sin mayor fundamento”. 

(William Shakespeare)

El odio es una pulsión visceral y reptílica, un atavismo que subyace en nuestra psique y que imposibilita la racionalidad, adormece la cognición  y disminuye al ser humano  a un estado de precontractualidad propio de las fieras, el odio  es incompartible e inviable para construir ninguna ideología cierta, pues la base de estas se soporta en las ideas, y no pueden crearse para resolver problemas sociales. Desde la ira y el rencor no hay pensamiento válido, ni razonamiento cierto cuando el odio, el resentimiento y la discordia, bailan dichosas junto a Eris, pero sin manzana de oro, solo con la recompensa del horror.

La sociedad venezolana ha mutado a una suerte de émulo babilónico, en donde el ojo se cobra con el ojo, el diente con el diente y la vida con la vida, una sociedad violenta, primitiva y feroz; sin embargo, en esta recreación de la risa colectiva y el olvido general, se nos olvidó que fue justamente Hugo Chávez Frías quien ante el fallecimiento del monseñor Castillo Lara ordenó sabotear el cortejo fúnebre de este pastor de la Iglesia Católica, con pancartas que lo caricaturizaban como un diablo, pues en la lengua intoxicada de odio del teniente Chávez, Castillo Lara era un diablo en sotana, un hipócrita y un fariseo. El pecado de monseñor Castillo fue advertir sobre la propensión de autoritarismo que asumía el chavismo en 2007, año justo en el cual se genera la inflexión de un autoritarismo competitivo hacia un modelo totalitario. Chávez tenía patente de corso para infamar, acusar y odiar, de hecho cerró Radio Caracas Televisión en un episodio  de iracundia brutal y quizás el signo más claro de su propensión hacia el odio se podría  estudiar en la regresión discursiva de la campaña electoral para gobernadores, celebrado en el municipio costeño de Puerto Cabello, en donde tildó de rata a Manuel Rosales y calificó a los estadounidenses como “gringos de mierda”, invitándoles a irse “al carajo”, es decir, la coprolalia es una forma de indicar el grado de extravío moral de un individuo, decía Uslar Pietri “Existe un inexorable vínculo entre el habla y la mente, la grosería que ensucia el alma nos hace pensar y actuar como patanes.”

La coprolalia es escatológica, y como está hegemonía nos ha despersonalizado hasta los tuétanos, como en las masacres de 2017, era tal la brutalidad de la ballena, el rinoceronte y el muro  de choque, todos carros de combate comprados a Irán y Rusia, que nuestros heroicos y traicionados muchachos tuvieron que sumergirse en la aguas pestilentes del río Guaire, la respuesta del gobernador de Miranda, Héctor Rodríguez, fue que los apátridas se habían bañado en el excremento que les correspondía, pues ellos al no ser chavistas eran eso, un desecho. Obviamente, la cúpula del malandrato chavo madurista siempre ha odiado, repudiado y despreciado a la comunidad que se les opone, somos leprosos, parias, cosas que se pueden eliminar.

Ningún ex jefe de Estado anterior al chavismo ha recibido condolencias del gobierno, pues eran corruptos, ladrones, inmundos y abyectos; de hecho, al fallecer Carlos Andrés Pérez, Chávez indicó que él no lateaba a perros muertos. El canciller Roy Chaderton, en un programa de Venezolana de Televisión, indicó con sorna cruel y miserable que las balas en las cabezas opositoras sonaban huecas, pues no teníamos cerebros, un infeliz comentario que hizo durante las protestas de 2017. Jamás el vigoréxico fiscal de la República, otrora defensor del pueblo, se atrevió al menos a pedir disculpas o revertir el efecto de semejantes enormidades, los hermanos Rodríguez han concebido la revolución como una venganza personal, al menos han sido claros en sus intenciones, odian todo aquello que no sea chavista y están dispuestos a destruirnos. El monopolio del odio siempre ha estado en la acera de enfrente, con gas y perdigones de los buenos, con el plan de la peinilla para enseñar el pensamiento único y las brutales golpizas propinadas a los presos políticos, todas ellas compiladas en un inútil informe de la ONU, con horrores que van desde la picana eléctrica en los genitales, hasta la amenaza de ser castrado por un perro de presa, parece que Calígula, Heliogábalo, Stalin y Hitler fueron los maestros de estos monstruos.

Pero la monstruosidad no es recíproca, ellos piden, ordenan y abren juicios hacia quienes, extraviados por el odio y la suma de años de horror, han manifestado de manera impropia su alegría por el fallecimiento de la señora Lucena. Sin entrar en dilemas ético o teológicos, es un pecado alegrarse del dolor ajeno, la muerte se respeta, pues es una sentencia a la cual todos estamos condenados; pero el precio de una muerte tranquila es una vida impoluta, o al menos apegada a los esquemas de la moralidad. Como hombre de fe, dejo a Dios el juicio por esa alma, prestada al odio y a la tropelía, su tránsito por el Consejo Nacional Electoral dejó más dudas que certezas, nunca fue imparcial y a sabiendas de la ausencia absoluta de consecuencias, hizo todo, de todo y con todos, hasta el punto que la proveedora del software Smartmatic, reconoció la posibilidad de manipular al menos 1.000.000 de votos en el espectáculo electoral de 2018; esta señora, que además fue rectora de la Universidad de las Artes y ministra de Educación Universitaria, desde donde nos defenestró a la miseria de la mano del instructivo Onapre; muchos profesores pasan penurias, hambre y privaciones bajo el capricho de un instructivo inexistente, pues el paso de Lucena por el Ministerio de Educación Universitaria, es semejante al paso de Othar, el caballo de Atila.

Dios juzga en perfección de su misericordia, la hipocresía no es un vicio que me acompaña, hay muertes que no producen alegría y menos pena, ese es el caso de Tibisay Lucena y de esta manera me comporté en mi consistencia entre lo emocional y lo ético, no le deseo mal, espero que la divina misericordia de Dios juzgue sus pasos, no soy igual a ustedes, a los del odio, y sencillamente mi mejor venganza, es ser cada vez más distante de sus formas, pero entiendo que no pueden pedir conmiseración, respeto y recogimiento a una sociedad humillada, empobrecida y fracturada.

Finalmente, nadie debe pedir disculpas a la memoria de Tibisay Lucena, pues el chavismo no nos ha pedido disculpas por destruir el país, por perseguir, torturar y asesinar a sus víctimas, no pierdan tiempo en esas nimiedades y den cuenta a la Corte Penal Internacional por crímenes contra la humanidad perpetrados por ustedes, desde las ergástulas del Helicoide, de la DGCIM y otros centros de tortura en donde se aplican las mismas prácticas usadas por la tiranía cubana, la buena muerte es el pago de una buena vida, en lo personal no me alegro en lo absoluto, le temo a Dios y soy incapaz de alegrarme por la muerte de nadie, las sornas, burlas y sarcasmos crueles y por demás baratos le van muy bien a los adláteres de este régimen, a ustedes que son tan pobres de espíritu que lo único que les sobra es el dinero mal habido.

“La mejor venganza es ser diferente a quien causó el daño”

Marco Aurelio