El dispositivo inalámbrico al que llamamos comúnmente celular se ha convertido en el símbolo de este tiempo. Es imposible imaginar nuestra existencia sin todas las aplicaciones que nos ofrecen los teléfonos móviles.
En ellos está todo lo que necesitamos para la vida: además de para hablar por teléfono (que es ya casi lo que menos hacemos), el celular es nuestro banco, nuestro dinero, nuestro lugar de trabajo, la máquina de escribir, nuestra biblioteca, la oficina de correos, un estudio de televisión, una cabina de radio, un mapa, un pase de abordaje, el menú de un restaurante, nuestra sala de cine, nuestra sala de reuniones, nuestro templo, nuestra posibilidad de decirle a las personas pesadeces que no le diríamos personalmente, nuestro supermercado, nuestro taxi, nuestra discoteca, nuestra cámara de fotografías, nuestro reloj, nuestro salón de clases…
La lista es tan larga que será mucho más sencillo enumerar todo aquello para lo que el celular no nos sirve: no sirve para ir al baño, tampoco para ducharnos ni vestirnos y no se pude comer (de momento), ya vendrán nuevas aplicaciones.
También el celular sirve para prevenirnos del abuso de su uso. Hasta en eso se nos hace imprescindible. Según una información aparecida en Internet sobre el susodicho artefacto, eso que mientan el always on puede traer graves consecuencias y trastornos que se vinculan a la imposibilidad de desconectarnos de Internet.
Uno de estos trastornos se denomina «fomo» (fear of missing out, es decir: el miedo de perderse alguna vaina), que no es otra cosa que la angustia que causa la sensación de que otros puedan estar teniendo experiencias gratificantes, mientras tú permaneces por ahí, ausente de las redes, ocupándote de intrascendencias, como vivir, por ejemplo.
Si no puedes comer sin el teléfono frente a ti, si no puedes dormirte sin el aparato al lado, o subiendo a las redes todo lo que haces, seguramente te contagiaste de la epidemia del fomo.
Otro trastorno es la llamada «nomofobia» (no mobile pone fobia), un trastorno que consiste en el miedo irracional a no tener el celular a la mano o de quedarte sin Internet, que es como morir, si tu única vida es la virtual. Si estás casado con una venezolana y entras en pánico porque dejaste el celular en la casa, no tienes de qué preocuparte, es decir, sí tienes, pero no de que padezcas nomofobia, es otra cosa: esposafobia.
La lista de patologías es larga, pero mencionemos una más: el «vamping» (de vampire, vampiro, un animal que se activa de noche). Este padecimiento, propio de los denominados millennials, se percibe con facilidad en ese resplandor satánico, como de El exorcista, que brota de los ínferos de sus sabanas cuando uno pasa frente al cuarto del poseso mismo. Estos vampiros humanos pasarán toda la noche literalmente colgados boca abajo del iPhone.
De momento, el teléfono nos controla a nosotros, el gran reto es lograr que nosotros lo controlemos a él.
De allí un movimiento que cada vez cobra más fuerza en Internet, promoviendo las ventajas de la desconexión de Internet (www.practicaelmodoavion.com).
Al colocar el teléfono en modo avión o mejor incluso, al apagarlo durante cortos períodos, podríamos comenzar a percibir progresivamente que existe un mundo detrás de la pantalla de 7 x 13 cm., nuevas antiguas cosas mucho más grandes y reales, de diferentes texturas, como por ejemplo: puestas de sol de verdad, calles con nombres en las esquinas, árboles, pájaros e incluso, otros seres humanos tridimensionales, tan reales que parecen virtuales, cuya respiración, calor y humanidad pueden sentirse con facilidad si te acercas (a no más de metro y medio, claro, puede ser peligroso).
Puede ser un gran descubrimiento, para numerosos usuarios, que la posibilidad de hablar con la gente, en persona, también tiene su gracia.
El modo avión permite conversar más allá del uso de los pulgares, favorece el entrenamiento de las cuerdas vocales para evitar que el desuso las atrofie.
Sin el celular reclamando tu atención, tendrás tiempo para volver a ser una persona creativa, para darte cuenta de que se puede pasar un rato simplemente pensando, asociando ideas como consecuencia de la actividad contemplativa, de la que surgió alguna vez la filosofía, que nos permitió avanzar hasta llegar a Internet.
Puede que nada de lo expuesto logre convencer a los más adictos de ponerle límites al always on, así que apelaremos a un argumento de peso: con el uso del modo avión o apagando el móvil por cortos periodos, la duración de la batería puede prolongarse el doble y hasta el triple, lo cual no es desestimable, especialmente cuando se vive de apagón en apagón.
Artículo publicado en TalCual