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Mitos y preconcepciones de la vida en Venezuela

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La semana pasada disfruté del privilegio de visitar la exposición sobre el teatro de guiñol en la casa de García Lorca, en su natal Granada. Entre la documentación exhibida se encuentra una carta dirigida a un buen amigo del autor de la Casa de Bernarda Alba, de 1922, donde expresa su preocupación sobre la España de su época, previa a la guerra civil. En las ideas dispersas de la misiva, manifiesta las preconcepciones que siempre han sido el preludio de los peores desastres nacionales; ideas que, al masificarse, terminan por construir peligrosos mitos donde el todo o la nada se instala en los imaginarios ciudadanos.

A esta realidad hay que adicionarle errores en el pensar moderno, inducidos por élites históricas, que conciben como la única vía para resolver conflictos, en lo que se ha llamado el pensamiento único. Sobre esto hemos expresado en esta columna, en otras oportunidades, de la trampa del pensar dialéctico. La dialéctica de los tiempos instala en los imaginarios la binariedad en las formas decisionales. El bueno/malo. Izquierdas/derechas. Fascismo/socialismo. Morales/inmorales. Y pare de contar de un sinfín de conceptos que bajo un racionalismo estricto jamás deberían estar encontrados como trenes en vía de colisión. Esto, aunado con una deficiente formación ciudadana, termina por enconar las posiciones hasta fanatismos inaceptables. De este paso hacia la disgregación social anómica, sencillamente, existe un pequeño peldaño. De esto poco se asoma, pues, hay que hacernos siempre la pregunta, como el buen juez Casiano, ¿a quién le beneficia toda polaridad? Nunca debemos dejar de pensar que siempre alguien se aprovecha de la diatriba, del estar siempre en guardia donde la aniquilación del otro es automática, y no digamos físicamente, sino, anulándolo como ser humano con una opinión que en todo momento, si de verdad estamos en democracia, debe ser respetada a toda costa. Debemos cuidarnos de las advertencias que hacía Antonio Machado al español de a pie: “(…) Ya hay un español que quiere vivir y a vivir empieza/entre una España que muere y otra España que bosteza. Españolito que vienes al mundo te guarde Dios/Una de las dos Españas ha de helarte el corazón (…)”.

Venezuela, lamentablemente, tras cinco lustros de una vida pública plagada de los estados de ánimo poblacionales, termina extenuada y enajenada de sí misma. Basta observar los millones de compatriotas que han debido salir de nuestro país, no sólo por la clásica -y muy legítima- motivación de mejores horizontes económicos, sino porque sienten al país como una cámara asfixiante, oscura, en fin, como un mar de Sargazos. El vértigo social, que a principios de siglo lucía como un combate de arena y coliseo, hoy cansa y fatiga desde que el sol baña la tierra con sus primeras luces. Esta repetición ha creado inefables patrones de comportamiento, maximizados por las deficientes prestaciones de servicios públicos o la capacidad para adquirir los elementos más básicos de la subsistencia, que van desde los alimentos hasta el combustible para el transporte. Y, lamentablemente, debemos decir también, en este entorno de desorden existen quienes se benefician no solo económicamente, sino desde otros planos de relevancia e imposición de status quo. Lo más doloroso del asunto es la cada vez más limitada capacidad del ciudadano para percatarse de que es preferible mantenerlo en constante crispación y alerta, porque reduce mucho la capacidad reflexiva para entender la grave manipulación social.

A todo lo anterior habría que adicionar la presencia de los mitos históricos, muchos de ellos exacerbados sea por alienación o intereses creados. Entre ellos, uno de los más perniciosos es el pensar en absolutos. El todo o la nada. O gobierna el chavismo o no gobierna. O todo el poder para el que ha ganado una elección o nada. En fin, se arrincona entre quienes se consideran buenos y malos, cual hipocresía social, cuando los resultados de una sociedad tal cual como es pertenecen a todos, en mayor o menor medida. Todos somos responsables, sea por acción o por omisión, no siéndolo, ni los niños, ni los enajenados mentales ni quienes por sí mismo no pueden decidir. El mito de “la culpa la tiene el gobierno” ha estado presente en nuestra vida republicana siempre. Y debo decir que este mito ha sido altamente eficiente para sembrar la destrucción y desconfianza entre los venezolanos. No podemos obviar que los gobiernos tienen una altísima cuota de responsabilidad; pero, afirmar que todo ha sido por obra y gracia de ellos es asemejarse al adolescente que le enrostra sus pesares a todo el mundo, de sus incomprensiones y deficiencias, dentro de esa montaña rusa de emociones propia de los cambios corporales de quien pasa la pubertad. Pues bien, también las repúblicas sufren etapas y todo apunta a que no hemos salido de esa eterna adolescencia criolla.

Otro mito arraigado en los imaginarios nacionales es el relativo a la solución total de nuestros problemas. Nos explicamos. Se cree que la vida pública es una linealidad donde existen fases que, cual prueba superada, no debe volverse a vivir. Por ejemplo, los problemas propios de nuestro deficiente sistema de salud pública, se piensa erróneamente, que se resuelven con medidas extraordinarias que discurren desde la construcción de nuevos hospitales hasta la concreción de inmensos presupuestos donde no se precisa de medidas de control o de eficiencia en la aplicación de esos recursos. Lamentablemente, la vida moderna no se puede concebir como una línea temporal sino más bien como un ciclo, del cual sus embates serán más fuertes si no entendemos que en cada vuelta o circuito recorrido debemos aprender a no volver a cometer los errores del anterior. La democracia se debe preservar todos los días, pues, por muy arraigado que sea el ideal, si no se cultiva y vigila ante los enemigos antidemocráticos, más temprano que tarde termina sucumbiendo.

El futuro no puede ser idílico si pensamos que responde a sueños y utopías. El futuro se construye día a día, y, solo tras un largo período, cuando se hace el balance de los años es que podríamos más o menos decir si se cumplieron o no los retos del ayer. Cualquiera que vaya y diga que está de regreso en la carrera de la vida, sencillamente nos está mintiendo. He allí lo que cada generación debe interiorizar para que no sea la propia causante de sus desgracias.

 

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