OPINIÓN

Mitos, falacias y estrategia

por Tomás Páez Tomás Páez

Hace unas pocas semanas, en un taller con periodistas y representantes de partidos políticos, abordamos la relación entre migración y desarrollo. Intercambiamos ideas y experiencias. Al finalizar el encuentro elaboramos una lista de mitos y lugares comunes alrededor de toda diáspora. De entre ellos seleccionamos los temas más recurrentes, pero dejamos fuera el de la cultura y la religión, cuya importancia exige un trato particular.

1.- El mito académico por excelencia en el ambiente académico latinoamericano atribuye al neoliberalismo la explicación de toda migración y, por si fuera poco, la causa de los obstáculos para impedirla y la de la xenofobia ya consumado el proceso migratorio. Ello pese a todas las evidencias en contra, en particular las de Cuba, Nicaragua y Venezuela.

2.- Las nuevas exigencias de pasaporte, certificado de antecedentes penales y visa a los migrantes venezolanos se han visto como un impedimento y se las considera como una medida xenófoba. A ello se añade el precio, bajo para estándares internacionales pero impagable para el venezolano de a pie cuyo salario es de 2 dólares al mes. Se trata de percepciones y afirmaciones no del todo reñidas con la realidad. Medidas dirigidas a ordenar la migración, aunque obstruyen el flujo y afecta a los países vecinos. Ello no niega la extraordinaria receptividad de los países de la región con el masivo éxodo venezolano: cobijan a más de 2/3 de los más de 5,5 millones de venezolanos en el planeta.

La causa raíz de los problemas, y en donde es necesario focalizar la atención, es el régimen venezolano, como bien lo presenta el informe de la alta comisionada de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos. El citado informe afirma: “Las personas venezolanas tropiezan con obstáculos para obtener o legalizar documentación, lo cual vulnera su derecho a salir del propio país y su derecho a tener una identidad”. En pocas palabras, un régimen capaz de convertir a sus ciudadanos en indocumentados y apátridas. Continúa el informe: “Estos obstáculos también tienen un impacto negativo en el derecho a adquirir una nacionalidad y en el derecho a vivir en familia e impide la reunificación familiar, la entrada y la residencia regulares, así como la habilidad para acceder a educación, servicios de salud y a un trabajo decente”.

El régimen cedió la soberanía nacional al implorar la invasión de la dictadura cubana y entregarle la administración del sistema de identificación y documentación de los venezolanos, posiblemente un caso único en la historia de la humanidad. Para facilitarle el trabajo al invasor en el traslado de la base de datos de Venezuela, les construyó, con recursos propiedad de los venezolanos, uno o dos cables submarinos. Después de cobrar en efectivo y en especie son incapaces de garantizar, algo normal en cualquier país del mundo, el acceso al pasaporte.

El citado informe expone los “actos de extorsión y requisa (“pasar raqueta” en criollo), a manos de la Guardia Nacional Bolivariana de lo que llevan consigo los ciudadanos. Mientras esto escribo retumba la noticia de los más de 200 kilos de droga y oro hallados en la nariz de un avión proveniente de Venezuela. ¿Complicidad u olvido? La corrupción y el saqueo han alcanzado dimensiones siderales y se han visto en la obligación de montar un show: “Hacemos como si lo estuviéramos investigando”.

3.- Otro aspecto recurrente es el de la batalla por los números y la necesidad de inflarlos: de este modo, piensan, se magnifica la gravedad del problema. Recientemente, el señor Maduro y su equipo de amigos afirmaron: en Venezuela hay cerca de 6 millones de colombianos. Antes, en ámbitos de la Fuerza Armada, el número se situaba en 4 millones cuando, en realidad, no alcanzó la mitad de ese número. Algo semejante ocurre con los números de la diáspora venezolana. Abultar las cifras parece ser una característica inherente a la migración y se exacerba cuando comienzan a proliferar las estimaciones futuras. Es imposible o muy difícil confirmar o rebatir un dato estimado en el futuro: pueden ser 7, 8 9 y hasta más.

4.- Un asunto que se repite es el retorno, teñido de esperanza o deseo. Se lo concibe como el cierre del ciclo migratorio. Parece estar fuera del radar la posibilidad de participar sin retornar, sin estar presente físicamente. El análisis hecho en aquellos países con leyes de retorno revela su poca utilidad e impacto. Se crearon para quienes de todos modos retornarían. Establecerse en el nuevo país no significa estar ausente y, por esa razón, es necesario pensar, más que en políticas de retorno en estrategias dirigidas a sacar partido, allí donde se encuentre, de ese importante activo profundamente comprometido con la reconstrucción del país.

5.- Otro lugar común es el de pretender encajonar la diversidad migratoria en una sola categoría: exiliados políticos, refugiados, emprendedores, científicos y académicos, antisociales y delincuentes, representantes de bandas venezolanas y del régimen o corruptos, etc. De todos ellos está hecho nuestro éxodo. Tales generalizaciones impiden comprender la pluralidad y complejidad del fenómeno e incluso suelen derivar en formas de estigmatización muy inconvenientes y perjudiciales. Debido a ello, muchos migrantes padecen las secuelas en localidades y en los puntos de control fronterizo.

Por cierto, estos comienzan con los interrogatorios de los soldados a quienes viajan en puertos, aeropuertos y puntos de control fronterizo, en Venezuela, cumpliendo órdenes y estrategias superiores.  El maltrato se extiende a los soldados obligados a “olfatear” galletas y envases, función para la que están mejor acondicionados los caninos.

6.- La nueva oleada migratoria, la de los últimos cuatro años, viaja en peñero, a pie o en autobús. Este cambio es consecuencia del empobrecimiento de la mayoría de la población, la drástica reducción de los vuelos cuyos precios resultan, por demás, inaccesibles. El informe del Banco Central de Venezuela, “el todo se derrumbó”, complementa el de las Naciones Unidas. La realidad es peor aún. El bolívar, en proceso de extinción, solo sirve como referencia salarial, la economía dolarizada y los pequeños negocios y camiones de venta de verduras y frutas convertidos en casas de cambio. Por allí naufraga el petro transfigurado en”petrico”,  su ancla petrolera se encuentra en terapia intensiva y, peor todavía, sin equipos y medicinas para atenderla.

Los salarios de la indigencia imposibilitan pagar el precio de cualquier visa, incluso las de ayuda humanitaria, pues equivale a años de trabajo para 90% de los venezolanos, restringiendo la movilidad a unos pocos medios. La modalidad de viaje utilizada, la vestimenta y el calzado, delatan la tragedia humana y las penurias del venezolano y de ello no se puede derivar, mecánicamente, su grado de preparación académica, como los evidencian los porcentajes de profesionales y de años de escolaridad de la migración venezolana en Latinoamérica. Además, es importante valorar el hecho de que un gran porcentaje de los migrantes emprendedores está constituido por ciudadanos de menor preparación académica, como lo confirman estudios como los realizados por la Fundación Kauffman.

9.- Otro tema recurrente es el referido a la xenofobia (algunos políticos han convertido el odio al migrante en forma de vida). A partir de eventos particulares, nada despreciables, se generaliza a todo un país o región. Menos atención han recibido las iniciativas en ciudades y países con el propósito de favorecer la integración: programas de emprendedores binacionales, o el cementerio de Riohacha, entre muchas otras. En este último, una familia del país vecino entierra a los venezolanos en terrenos cedidos por el ayuntamiento colombiano, mientras el régimen venezolano desdeña y se desentiende de las necesidades de sus ciudadanos. Los casos y evidencias de xenofobia no pueden ocultar la realidad: el apoyo solidario de toda la región a la diáspora venezolana.

El socialismo del siglo XXI ha producido un desplazamiento humano de enormes proporciones en muy poco tiempo y ello crea desajustes en las localidades a las que llegan. Nos sorprende ver a dirigentes de partidos políticos latinoamericanos hacer suyos el set de argumentos utilizados en otros países en contra de sus propios compatriotas migrantes: merman los salarios, compiten en forma desleal y consumen recursos del Estado.

La diáspora venezolana consume vacunas, medicinas, (en Venezuela no hay) metros cuadrados de escuelas, educadores, etc., y ello se puede cuantificar. La buena noticia es que el migrante aporta más de lo que recibe del Estado de Bienestar (Moreno y Bruquetas). Por su parte, el Banco Mundial estima que la reducción de las barreras migratorias produce ganancias superiores a aquellas que genera la liberalización económica. Su efecto positivo es indudable: aumenta el consumo y la inversión y en algunas regiones de un modo superlativo. La diáspora consume, paga alquiler, luz, transporte, comida y también emprende, paga impuestos directos e indirectos y difunde conocimientos y tecnología. De este hecho deriva nuestro lema: la diáspora es parte de la solución. Es preciso articular y desplegar una estrategia articulada a las redes diaspóricas,  que evite “el desaprovechamiento de cerebros y capacidades de la migración venezolana”.

@tomaspaez