Quienes somos y sentimos profundamente nuestra merideñidad, y no sólo porque nacimos en esta patria chica y en esta ciudad también conocida como la ciudad de los caballeros, somos fruto de la cultura del esfuerzo, la paciencia, la honradez, la austeridad, el profundo arraigo y la unidad familiar, pero ante todo de la esperanza sostenida por una fe muy firme. Hablo de un gentilicio que ha sobrevivido a todas las guerras civiles que padeció el país, a las feroces dictaduras del poder central como ocurre todavía, pero que también aportó, en su momento, al esfuerzo heroico por lograr nuestra independencia, siendo imborrables aquellos patriotas que se esforzaron épicamente por restablecer la democracia. Los merideños también nos sentimos orgullosos de servir de sede de la universidad que tuvo por origen el Real Colegio Seminario de Buenaventura en manos del Obispo Fray Juan Ramos de Lora hacia el año 1785, colegio que fue otro referente respecto a la Universidad de Caracas. Es pues, irrefutable, el aporte de la ciudad a la democracia que llenó de pueblo a las universidades multiplicadas por cien al finalizar el siglo XX, por no mencionar las otras modalidades educativas.
Los merideños no ostentamos una paisanidad artificial, producto de los más accidentados y cambiantes arreglos y desarreglos político-territoriales, aunque la modernidad y los cambios urbanísticos llegaron inevitablemente a nuestra entidad federal, hay un mismo talante, carácter, rasgo, ánimo del merideño que incluye a todo aquél forastero que se quedó en el estado y formó familia. Estos valores los hago también extensivos a aquellos forasteros que cumplieron sus años de estudios superiores en la ciudad de Santiago de los Caballeros de Mérida, según la fundación española.
Creerá nuestro amable lector que sólo deseo rendir tributo a nuestro querido estado Mérida, pero constatamos, que al igual que en otras entidades federales del país, aunque no en todas, hay un perdurable asiento cultural tan importante que nos hace pueblo y ciudadanía con una extraordinaria vocación por la libertad. No pretendo, con estas afirmaciones, presentar un ensayo antropológico o algo parecido, ya que soy inexperto en la materia, pero hay dos realidades que abultan a una tercera, definitivamente insoslayables.
La primera realidad es la sobrevivencia de Venezuela a sus peores circunstancias porque hubo un decidido sentimiento y sentido de lucha, en defensa de los más auténticos valores que dan la clave para una mística que hace de todo sacrificio, virtud, como lo aprendimos los merideños. La segunda es el padecimiento que Venezuela ha vivido durante este régimen que ha intentado arraigar los más asombrosos anti valores, deseándonos a todos resignados y coparticipes de sus fechorías. Y, por último, es nuestra necesidad de cambiar de forma inmediata, pues únicamente el desánimo y el conformismo explican la conducta de la oposición actual. Pareciera que sus actuales y visibles dirigentes necesitan de una buena estancia en la Mérida profunda para que comprendan que no es el momento de los conflictos banales, ni de las indirectas fútiles y, menos aún, de los señalamientos triviales.
Por supuesto, que ésta y toda lucha tiene un sentido épico que será pasajero, efímero, desechable, si se le tiene como una mera estrategia publicitaria. Más allá de la necia auto percepción de un heroísmo sin fronteras y hasta suicida, se requiere de una esperanza fundada en una fe inconmovible, legado de la Iglesia Católica para los merideños que se mantienen en la creencia religiosa, o que toman otra, e, incluso ya no creen en deidad alguna.
Mutatis mutandis implica que para que haya esperanza, se requiere de prédica sobre el futuro aspirado, los valores defendidos, apuntando a la certeza de unos principios que nunca pueden abandonarnos. Una épica fundada en la esperanza que sabe la clave de bóveda para alcanzar la unidad de todos los venezolanos, porque ya sabemos de sobra, y por experiencia propia, que el chavismo habló hasta la saciedad de la unidad y la entendió exclusivamente a partir de los caprichos de Hugo Chávez. Entonces, dirán unos, ¿para qué buscar una copia si se tiene a Chávez? Es necesario e importante que la oposición se sincere consigo misma en la búsqueda de la unidad vital que de origen a una mística indispensable, que sea la inspiración y el afán de lucha, que siembre el optimismo y la confianza que sean la punta de lanza que y la soldadura para derrotar al vil e insaciable socialismo del siglo XXI.
Hoy, nuevamente, les repito que, para retomar la mística opositora, no vale sólo la esperanza de un cambio, sino que cada uno de los ciudadanos debe poner una cuota de conciencia y realidad, pensando en cada uno de los errores que hemos cometidos, iniciando con la idea de que solo con un mesías podíamos cambiar el país, el eterno y grave error del mesías que no podemos continuar esperando. Si quieres cambio, se tú el cambio. Insistir, resistir y persistir son acciones que comienzan en la individualidad, en el pensamiento de un solo ciudadano que contagia a quienes le rodean. La solución de nuestros problemas se inicia de manera individual, para avanzar como sociedad hacia la construcción o reconstrucción del país que todos añoramos, con plena libertad y democracia.
X, IG: @freddyamarcano