El mundo tiene nuevo presidente estadounidense y en Venezuela los rumores, opiniones, wishful thinking van y vienen. La enorme mayoría de los venezolanos recordarán con afecto, nostalgia y agradecimiento a Donald Trump. Sin embargo, siempre hay uno que otro trasnochado oficialista socialista observando con alivio haya sido despachado de la Casa Blanca a Mar-a-Lago, que muchos en Florida verán con afecto y más de uno querrá visitar para agradecer gentileza y compromiso.
Quienes lo defienden como amigo de la Venezuela opositora y enfrentada al castrismo corrupto, embustero, torpe y destructor, ven con suspicacia justificada a Joe Biden, veterano político demócrata que por su larga trayectoria como activo participante y dirigente llega a la Casa Blanca, anciano pero cargado de experiencia, y eso hay que tenerlo en cuenta. Fue vicepresidente de Barack Obama, quien trató de darle una salida a Cuba, sancionó al chavismo y ordenó reposo al alma de Osama bin Laden.
El problema venezolano –destrucción asombrosa y desastre moral– es una realidad económica que nace de un propósito político y excesiva tolerancia social. Con la esperanza y fe hundidas en lo profundo de un océano ético y conservador, la Venezuela actual, sus soportes sociopolíticos y militares, no es resultado de la casualidad o incompetencia generalizadas por sí solas; es una calamidad natural de empeños políticos y estrategias ideológicas que, copiadas de Cuba o por iniciativa propia, necesita además de sanciones y rechazos, destreza política.
Basta con observar las drásticas diferencias entre el accionar republicano en el gobierno de Trump y el Congreso estadounidense; las posiciones tímidas, empujadas por dirigentes en particular y por una forma de ser temerosa y prudente de una Europa veterana de todas las guerras e ideologías que ni siquiera con sus revoluciones históricas fue capaz de llegar a los niveles de democracia y definición de derechos y deberes ciudadanos a los cuales han llegado los estadounidenses desde aquellos tiempos gloriosos de los Padres Fundadores: John Adams, Benjamin Franklin, Thomas Paine, Alexander Hamilton, John Jay, Thomas Jefferson, James Madison, George Washington y otros numerosos próceres de la civilidad y libertad que generó ese país. Soñadores voluntariosos que empujaron a una nación abierta a la inmigración, expansión primero al oeste y después al mundo. Los mismos que enfrentaron una feroz guerra civil para hacer respetar los derechos ciudadanos.
Un país y pueblo variopinto, multirracial, de la más amplia variedad y tolerancia religiosa que se acostumbró a crecer, fortalecerse e imponerse por sí mismo. Reacios a intervenciones y participar en guerras que casi siempre consideraron ajenas, terminaron convertidos en la primera potencia económica, social y militar del mundo.
Gracias a los arbitrajes oficiosos estadounidenses, voluntad de defensa por la democracia y la libertad, Europa sigue siéndolo y creciendo en inglés, italiano, francés, checo, danés, sueco, noruego, polaco etc., y no solo en alemán. Y Asia, abanico de países, muchos de ellos gigantes económicos actuales, en parte, gracias a Estados Unidos. El mejor ejemplo: Douglas MacArthur, general de cinco estrellas del Ejército de Estados Unidos. Actuó como comandante supremo aliado en el Frente del Pacífico durante la Segunda Guerra Mundial, que no convirtió el abrumador triunfo en una imposición sino en la transformación, democracias modernas y ágiles. Japón es solo un ejemplo.
En China, Corea, Tailandia y Vietnam los comunistas hicieron de la independencia bandera de guerra y son, con la excepción ridícula de Corea del Norte y su estrafalario mandatario Kim Jong-un, países de notable prosperidad –los chinos con propio estilo después de que la muerte solicitó la presencia del abusador y arbitrario Mao; los sucesores mantuvieron el control gubernamental, pero impulsaron con dinamismo la producción y economía.
Ni rusos ni chinos van a hacer grandes y costosos despliegues bélicos en defensa de un régimen cuestionado, no reconocido, que les queda a días de navegación para llegar a un mar controlado por el poderoso Comando Sur estadounidense, y en el cual el prestigio de Venezuela está deteriorado en respeto, ética y moral. La cuestión no está en ser potencias nucleares, sino en analizar qué conviene y qué no. A Irán y Turquía les interesa la riqueza minera, en realidad, terminamos siendo una inversión geopolítica negociable.
Con una Cuba dirigida por ancianos octogenarios e incapaz de producir nada, las perspectivas esperadas del nuevo gobierno presidido por el longevo Joe Biden, y la vigorosa Kamala Harris, implican posibilidades diferentes que Miraflores y Fuerte Tiuna deben considerar. Dialogar no es transigir o renunciar a principios éticos y valores morales, ni traicionar a la ciudadanía. Una negociación solo es posible cuando las exigencias son seguras al cambio y en beneficio de la democracia y libertad, no de intereses particulares.
@ArmandoMartini