‘I grow old … I grow old …’ (Thomas Stearns Eliot)
Hay cosas que no admiten vuelta de hoja. El tiempo pasa y no se detiene porque raramente existe una segunda oportunidad. Si la vida le ofrece otra oportunidad, piense con mucha calma qué hacer, qué camino tomar porque esa elección puede determinar su destino. Amable lector, yo he vuelto a encontrar el poema precioso de una mujer que me dejó tocado entonces al igual que ahora. Erin Hanson escribe ‘Not‘ y dice lo que no somos (“You are not your age, nor the size of clothes you wear, you are not a weight“-tú no eres tu edad ni la talla de ropa que usas, tú no eres tu peso-), pero también señala lo que sí podríamos ser (“You are all the books you read, all the words you speak“- eres todos los libros que lees, todas las palabras que dices-) y creo que lo explica muy bien.
Uno es lo que es y lo que recuerda de la infancia. Desde que uno aprende a interpretar los signos de la escritura se nos marca la soledad en el rostro, los ojos comienzan a profundizar el efecto del modo subjuntivo y aprendemos a escuchar lo que soñamos y la sabiduría más antigua nos acompaña como si se tratase de nuestro ángel de la guarda personal. Algunos nos convertimos en coleccionistas de citas, anécdotas, versos que anotamos en cuadernos y diarios. Leemos incansables y disciplinados las páginas de cientos de libros. En pocas palabras, crecemos y nos hacemos adultos. No tardamos en darnos cuenta de que no nos gustan las cosas que solían gustarnos antes, hace apenas unas semanas, un par de meses, quizá. No le debemos nada a nadie y nos preocupa poco quedar bien o mal. Nos gusta reír de vez en cuando a destiempo y apreciamos la bondad, entre otras cosas. Escuchamos más a la gente que nos importa, nos volvemos observadores, detallistas. Nos damos cuenta de lo que piensan los otros aunque digan exactamente todo lo contrario. Entonces ya hemos aprendido a leer entre líneas casi todo. Y, obviamente, seguimos leyendo, subrayando palabras y versos, anotando lecturas, comprando libros, yendo a librerías y bibliotecas. Soñando despiertos, despertando sueños.
El tiempo atrapado en el reloj lleva la cuenta de los minutos y las horas, el calendario y la agenda guardan los recuerdos de cada día, de cada año que vivimos, maduramos y parecemos más serios. Entonces, una mañana cualquiera mientras esperas para pagar la compra del supermercado oyes a tus espaldas a un chaval que dice a alguien que él es el último de la fila y que va después de ese señor de ahí. Y resulta que el señor de ahí eres tú, es decir, soy yo. Ya he dejado de ser un chico o un joven.
Como decía ahí arriba, uno se vuelve observador. Uno aprende a observar y fijarse también en cómo es percibido por los otros. ‘I grow old … I grow old …’, -envejezco, envejezco- como en la Canción de amor de J. Alfred Prufrock. Este undécimo mes del año dos mil veinticuatro he empezado a leer las letras liliputienses del código escrito con ayuda de espejuelos de Miss Presbicia.