OPINIÓN

Misoginia: ¿Toma fuerza el odio a las mujeres?

por María Mercedes y Vladimir Gessen María Mercedes y Vladimir Gessen

Definida como el desprecio y aversión hacia las mujeres, la misoginia es un concepto que no se limita a actitudes personales ya que también se manifiesta sociedades y comunidades de todo el mundo, y afecta además de a las mujeres, las relaciones interpersonales, las dinámicas laborales, las instituciones políticas, religiosas y las normas culturales. Con el tiempo, este término fue adaptado en diversas culturas para referirse al odio y agresión hacia las mujeres, adquiriendo una connotación más formal en el estudio de la igualdad de género. La misoginia es un problema que ha trastocado a la humanidad durante siglos, y aunque hemos avanzado en muchas áreas, su presencia sigue siendo palpable en todos los niveles de la sociedad. Entender qué es, cómo se manifiesta y por qué persiste es esencial para abordar y desmantelar las estructuras que la sostienen. Solo a través de la educación, la reflexión personal y la transformación de las instituciones podremos avanzar hacia una sociedad más justa e igualitaria para todos. También ls psicólog@s nos estamos haciendo cargo en las consultas…

Diálogo entre Rosana y el psicólogo… sobre Pedro

Psicólogo: Bienvenida, Rosana. ¿Cómo te sientes hoy? Me dijiste que querías hablar sobre la relación con tu pareja Pedro. ¿Te gustaría empezar por ahí?

Rosana: Sí, es que ya no sé qué hacer. Siento que Pedro debe ser misógino, aunque él nunca lo admitiría. En casa, todo lo que hago parece estar mal, y siento que no me respeta en lo más mínimo. Constantemente me corrige, me hace sentir como si fuera menos capaz que él en todo, y ya no lo soporto.

Psicólogo: Lo siento mucho, Rosana. ¿Podrías darme algunos ejemplos de lo que sucede en tu vida diaria sobre lo que te hace sentir así?

Rosana: Pues… todo comienza desde que nos levantamos. Siempre tiene algo que criticar. Si me tardo un poco más en arreglarme o en preparar el desayuno, ya me está diciendo que soy lenta o que no sé organizar mi tiempo. Me da la impresión de que no valora mi trabajo en casa, como si todo lo que hago fuera secundario o insignificante. Y ni hablar cuando algo no está como a él le gusta: si la casa no está impecable, me lo reprocha de una manera hiriente. A veces usa palabras suaves, pero se siente como si fuera una bomba de tiempo.

Psicólogo: Entiendo… ¿Crees que esta actitud hacia ti es algo constante? ¿Sucede en otros aspectos de la relación?

Rosana: Sí, ¡en todo! Si estoy hablando de algo que me interesa, ya sea en política, trabajo o incluso algo de la vida cotidiana, me interrumpe y me dice que estoy equivocada o que «no entiendo bien las cosas». Me hace sentir como si mi opinión no importara. Y lo peor es que él siempre quiere tener la última palabra.

Psicólogo: ¿Y qué sucede en el ámbito de la sexualidad? A veces, los comportamientos misóginos también pueden reflejarse en la intimidad de la pareja.

Rosana: Justo ahí las cosas están peor. En la cama, siento que mi satisfacción no es importante. Todo gira en torno a lo que él quiere, cómo lo quiere, y cuándo lo quiere. El hace el amor en la posición del misionero y yo quisiera estar arriba, pero él no lo considera. Es como si mi placer no contara. Se vuelve frío o distante si no hago lo que él quiere, y eso me genera mucha frustración y tristeza.

Psicólogo: Parece que te sientes desvalorizada en muchos aspectos, no solo emocionalmente, sino también físicamente. ¿Has intentado hablar con él sobre cómo te hace sentir?

Rosana: Sí, pero es inútil. Cada vez que intento hablar, me dice que exagero o que soy «demasiado sensible». Se burla de mis emociones, como si fueran insignificantes. Lo peor es que siento que en el fondo él no cree que esté haciendo nada mal. 

Psicólogo: Es muy frustrante cuando uno piensa que sus emociones no son validadas, especialmente por alguien que se supone debe ser un compañero de vida. Dices que crees que Pedro es misógino. ¿Qué te hace formar ese criterio?

Rosana: Es que no sólo lo noto conmigo, sino con otras mujeres. Si hablamos de alguna mujer exitosa, siempre tiene algo negativo que decir. Que si «llegó ahí por su apariencia», o que «seguro tuvo ayuda de algún hombre». No puede aceptar que una mujer pueda ser talentosa o independiente sin cuestionar cómo lo logró. Y eso mismo lo noto con amigas mías, las minimiza o hace comentarios hirientes cuando las menciono. Es como si tuviera una creencia arraigada de que las mujeres no valemos lo mismo que los hombres.

Psicólogo: Lo que describes suena como un patrón claro de comportamiento que puede estar relacionado con actitudes machistas. Sin embargo, es importante entender que muchas veces estas actitudes vienen de falsos supuestos o estereotipos culturales o sociales que no siempre son conscientes para la persona que los cree. ¿Alguna vez Pedro te ha agredido verbal o físicamente?

Rosana: No, pero si discutimos y en ocasiones acaloradamente, pero quiero que me respete. Que valore mi opinión, que deje de tratarme como si fuera menos que él. Quiero sentir que lo que hago en la casa es importante, que lo que pienso y siento cuenta. Y en la parte sexual… quiero sentir que somos iguales, que no soy alguien que está allí para satisfacer sus necesidades. Pero, no sé cómo hacer que vea todo lo que me está afectando…

Psicólogo: Es muy válido lo que deseas, Rosana, y es primordial que tengas esa sensación de equidad y respeto en tu relación. Resolver este problema puede implicar varios pasos. Primero, debes seguir expresando tus emociones, pero quizás de una manera que él pueda realmente escuchar. A veces, las conversaciones difíciles pueden volverse más productivas si se enfocan en cómo te sientes, en lugar de en lo que él está haciendo mal. También podrías sugerirle a Pedro buscar ayuda de un terapeuta de pareja, porque puede facilitar la comunicación entre los dos y a que ambos vean perspectivas que quizá no están considerando. ¿Has evaluado esa opción?

Rosana: Sí, pero no estoy segura de que él quiera. Cada vez que menciono la idea de terapia o ayuda externa, se pone a la defensiva. Dice que eso es «para gente que tiene problemas serios», y que nosotros «no estamos tan mal». Pero yo siento que esto no puede seguir así…

Psicólogo: Lo entiendo. Puede ser difícil que alguien acepte la idea de la terapia cuando no ve el problema claramente. En ese caso, es importante que tú sigas fortaleciendo tu autoestima y establezcas límites claros sobre lo que aceptas y lo que no. A veces, cuando uno comienza a marcar esos límites, la otra persona se ve obligada a reflexionar. Si él sigue sin querer cambiar, quizás tengas que replantearte qué tipo de relación quieres en el largo plazo. Pero antes de llegar a eso, te recomendaría trabajar en ti misma, en tu propio bienestar, para que puedas tomar decisiones con claridad y sin sentirte atrapada.

Rosana: Sí, creo que necesito empezar por ahí. Me gustaría trabajar en mi autoestima, como dices, para sentirme más fuerte y tomar decisiones desde un lugar más saludable.

Psicólogo: Me parece una excelente idea, Rosana. Vamos a trabajar en fortalecer tu autoestima y en desarrollar estrategias para comunicarte con él de manera más efectiva. Y, si es posible, tal vez en el futuro puedas invitarlo nuevamente a considerar la terapia de pareja

Rosana: Doctor, ¿esa conducta de mi esposo es machismo o misoginia? ¿En qué se diferencian?

Psicólogo: Es una excelente pregunta, Rosana. El machismo y la misoginia están relacionados, pero no son exactamente lo mismo. El machismo se refiere a un conjunto de creencias o actitudes que favorecen la superioridad del hombre sobre la mujer. En este caso, el machismo puede manifestarse en la idea de que los hombres deben tener el control, ser los proveedores, y líderes en todos los aspectos de la vida. Estas conductas promueven roles de género tradicionales y refuerzan la desigualdad entre hombres y mujeres. Por otro lado, la misoginia va un paso más allá. No solo implica una creencia en la superioridad masculina, sino que incluye un desprecio activo hacia las mujeres. Es un odio o aversión hacia ellas, que puede manifestarse en el trato despectivo, la violencia, o el deseo de mantenerlas en posiciones subordinadas porque se las considera inherentemente inferiores o peligrosas. En el caso de Pedro, las actitudes que describes, como la falta de respeto a tus opiniones, la constante crítica y la falta de empatía en el ámbito sexual, parecen tener elementos de ambos. Es probable que esté influenciado por creencias machistas, que han sido normalizadas en muchas culturas, pero también podría haber elementos misóginos si hay un desprecio más profundo hacia ti y hacia otras mujeres. La diferencia clave es que el machismo puede basarse más en normas culturales o religiosas de género, mientras que la misoginia implica un rechazo más visceral y emocional hacia las mujeres en general. Ambos son perjudiciales y dañinos, pero la misoginia tiende a ser más extrema y violenta en sus manifestaciones.

La misoginia

El término misoginia tiene sus raíces en el griego antiguo, derivado de las palabras «misos« (odio) y «gyne« (mujer). La primera aparición registrada del término data de escritos griegos antiguos, especialmente en textos de filósofos como Aristóteles y Platón, quienes discutían ideas sobre las mujeres y su papel en la sociedad. Platón en “La República argumentaba que las mujeres y los hombres compartían la misma naturaleza respecto a la capacidad de gobernar. Proponía que las mujeres que mostraran aptitudes podían asumir roles en la clase de los guardianes, incluidos trabajos en la educación y la guerra, lo que era una postura avanzada para su época. Aristóteles tenía una visión más conservadora. En su obra Política, afirmó que las mujeres eran naturalmente inferiores a los hombres, tanto en lo físico como en lo racional. Sostenía que las mujeres debían ser gobernadas por los hombres, ya que, según él, la deliberación en las mujeres no tenía autoridad. Consideraba a las mujeres como «hombres incompletos» y las relegaba a roles domésticos, reflejando los valores patriarcales de su época. Aristóteles sostiene que “tanto las mujeres como los esclavos tienen sus ‘virtudes’, pero también que difieren de la ‘virtud’ de los hombres libres”.

En la actualidad, podríamos decir que la misoginia está resurgiendo en algunos contextos, aunque nunca desapareció del todo. A lo largo de la historia, la misoginia ha estado presente de diversas formas, pero en los últimos años se han presentado señales de un resurgimiento más visible, tanto a nivel cultural como político, en diferentes partes del mundo. Este fenómeno puede atribuirse a distintos contextos.

En el ámbito de la psicología, la misoginia se conceptualiza como una actitud profundamente arraigada, en la que el individuo expresa una animosidad o prejuicio irracional contra las mujeres. Esta actitud puede manifestarse de formas sutiles, como comentarios despectivos o estereotipos, o de maneras más extremas, como violencia física, sexual o emocional. A menudo, los psicólogos reconocemos que la misoginia no surge de la nada y suele estar vinculada a factores como la socialización cultural, experiencias personales y creencias internalizadas que refuerzan la idea de que las mujeres son inferiores o subordinadas.

La misoginia, en estos términos, puede estar vinculada a otras formas de trastornos de personalidad, como el narcisismo y el trastorno de personalidad antisocial, aunque no necesariamente todos los misóginos los presenten. Algunos estudios sugieren que individuos con tendencias misóginas tienden a proyectar inseguridades, frustraciones o resentimientos hacia las mujeres, a menudo porque estas son vistas como una amenaza para su sentido de control o poder.

Kate Manne es una filósofa y académica estadounidense, renombrada por sus contribuciones al estudio de la ética, la filosofía feminista y la filosofía política. Actualmente es profesora asociada de filosofía en la Universidad de Cornell. Su trabajo se ha centrado en temas de misoginia, desigualdad de género y opresión, explorando cómo estos fenómenos afectan la vida de las mujeres, y cómo son mantenidos por las estructuras sociales y culturales. Es autora del influyente libro «Down Girl: The Logix of Misogyny» (2017) , donde analiza a la misoginia como un mecanismo de control social y poder sobre las mujeres, más allá de simplemente ser odio hacia ellas. Manne argumenta que funciona como una forma de castigar a las mujeres que desafían las normas patriarcales. Su obra difiere de visiones tradicionales de la misoginia y explora cómo esta se manifiesta en la vida diaria, en los medios y en la política. Manne también ha escrito otro libro titulado «How Male Privilege Hurts Women» (2020), donde examina cómo el privilegio masculino opera de manera dañina en las expectativas y comportamientos hacia las mujeres. Ella muestra cómo la misoginia puede persistir en culturas en las que se niega su existencia de manera rutinaria, incluidos los Estados Unidos, Australia y el Reino Unido, que a menudo se alega que son “pospatriarcales”. Pero agrega: “no es así, la misoginia continúa y ha tomado formas particulares tras el advenimiento de la igualdad legal”. 

¿Misoginia femenina?

Sí, el concepto de misoginia femenina se refiere a cuando las mujeres adoptan o internalizan actitudes misóginas y actúan de manera perjudicial o despectiva hacia otras mujeres. Aunque tradicionalmente la misoginia se asocia con los hombres, algunas mujeres pueden también participar en el refuerzo de normas patriarcales que las devalúan a sí mismas. Esto puede manifestarse a través de actitudes críticas hacia otras, como juzgar su apariencia, comportamiento o roles sociales, perpetuando estereotipos que limitan las posibilidades de desarrollo personal y social. (Japanwala, ZA, “Relato de Aristóteles sobre el lugar de la mujer dentro de la Polis” 2022)

Este fenómeno es parte de lo que se llama misoginia internalizada, que ocurre cuando las mujeres asimilan y reproducen los prejuicios y las ideas negativas sobre su propio género que predominan en la sociedad. Esto incluyen la crítica a otras mujeres por mostrar comportamientos que pueden ser social o culturalmente rechazados como ser demasiado ambiciosa o hipersexual. Lo cual es deleznable.

La misoginia femenina igualmente puede ser más sutil y puede manifestarse en formas de rivalidad o competencia, donde las mujeres son vistas como enemigas en lugar de aliadas. Este fenómeno ha sido objeto de análisis en los estudios feministas y de género, ya que muestra cómo las estructuras patriarcales pueden influir en la percepción y el comportamiento de las mujeres hacia sí mismas y otras. (Luc Brisson “Las mujeres en la República de Platón”, 2012)

El machismo cultural o patriarcal

Muchas veces, se manifiesta a través de micromachismos, que son pequeñas conductas o comentarios que perpetúan la idea de que las mujeres son menos capaces, menos dignas de respeto o más «emocionales», lo que implicaría en su esencia menor racionalidad, lo cual es falso y descalifica la opinión femenina al restarle importancia a la mujer, especialmente en espacios profesionales o académicos.

Por otro lado, se hace presente cuando reduce a las mujeres a su apariencia física, o al ser tratarlas únicamente como objetos de deseo sexual o al suponer que las mujeres asuman roles tradicionales, como el cuidado del hogar, mientras se le niegan oportunidades de liderazgo o crecimiento personal.

Destacamos que la forma más extrema de machismo y claramente de misoginia es la violencia física o sexual hacia las mujeres, la cual tiene como objetivo controlar, intimidar o castigar a las mujeres por serlo.

¿La misoginia es discriminación?

La misoginia es una forma de discriminación de género que se manifiesta tanto a nivel individual como institucional. En sociedades profundamente patriarcales, el machismo se refuerza a través de leyes, políticas y normas que colocan a las mujeres en una posición de desventaja o subordinación. 

Un caso es la discriminación laboral, donde muchas mujeres enfrentan la brecha salarial de género o a la «pared de vidrio» o «techo de cristal» (glass ceiling) se utiliza en el ámbito de los estudios de género y sociología laboral para describir las barreras invisibles pero reales que impiden que las mujeres accedan a posiciones de liderazgo y poder en las organizaciones, pese a que formalmente no existan restricciones legales o políticas para que puedan hacerlo, que les limita su ascenso a puestos de liderazgo. Un sólido cuerpo de investigación examina los factores que afectan la probabilidad de que las mujeres experimenten crecientes barreras para la promoción en los lugares de trabajo. Estas barreras son lo suficientemente fuertes como para limitar el avance profesional. Se manifiestan a través de actitudes, que sin ser explícitas, impiden que las mujeres asciendan a los niveles más altos de responsabilidad y poder en empresas o instituciones. Incluyen la idea de que las mujeres son más emocionales o menos aptas para roles de liderazgo, que suelen tener menos acceso a redes de apoyo y de mentores que las ayuden a avanzar en sus carreras. También porque las mujeres suelen enfrentarse a una doble carga por las expectativas sociales de ser las principales responsables del hogar y la familia y de la crianza de los niños, lo que limita su disponibilidad para roles de alto nivel que requieren mayor compromiso de tiempo. Esto último es determinante en la cultura japonesa,  y un caso de cómo debería ser es en Suecia, donde los hombres tienen una responsabilidad significativa en la crianza de sus hijos, gracias a licencia parental que fomentan la corresponsabilidad entre padres y madres. Por cierto es esta nación es conocida por su equidad de género en la política, donde es normal que la mitad de los miembros del gabinete de gobierno sean mujeres.

Todas las mujeres son víctimas

Debido a que la misoginia funciona para mantener o restablecer la dominación masculina, esperaríamos que los objetivos principales de la misoginia fueran ciertos tipos de mujeres: aquellas que desafían o interrumpen las jerarquías de género existentes. Pero prácticamente cualquier mujer es potencialmente el blanco de la agresión misógina. Dado que cualquier mujer puede representar imaginativamente a una gran cantidad de otras, pueden servir como una salida para muchos rencores diferentes. 

Nitasha Kaul es una escritora, economista, filósofa y académica que ha trabajado en temas que incluyen la democracia, la desigualdad, la política de género, la economía política, y los regímenes autoritarios. Actualmente es profesora de Política Internacional en la Universidad de Westminster en Londres. Su obra abarca una amplia gama de temas relacionados con la política contemporánea, los derechos humanos, la identidad y las formas de opresión, con especial atención a cómo el autoritarismo impacta negativamente en las democracias contemporáneas y, en particular, en las mujeres. La citamos porque Kaul es la autora de «The Misogyny of Authoritarians in Contemporary Democracies«, donde analiza cómo el auge del autoritarismo en diversas democracias está íntimamente ligado con la misoginia. En este trabajo, explora cómo los líderes autoritarios contemporáneos utilizan el desprecio y la opresión hacia las mujeres como una herramienta política para consolidar el poder. Kaul examina casos globales, mostrando cómo el machismo y la misoginia se entrelazan con políticas autoritarias, y cómo este fenómeno afecta tanto a las mujeres como a la calidad de la democracia.

El trabajo existente nos dice que los líderes contemporáneos que pretenden ser «hombres fuertes», son parte de una tradición. El uso de la misoginia como estrategia política depende de desentrañar una forma de ejercer el poder, de tal manera que no solo las mujeres, sino también lo que se construye, percibe y presenta como que está «feminizado», también se vea como inferior y devaluado. Los líderes políticos que son o han sido jefes de proyectos políticos hegemónicos conservadores en cinco democracias contemporáneas, Nitasha Kaul los señala: Donald Trump, Expresidente de los Estados Unidos, Narendra Damodardas Modi, Primer ministro de la India, Jair Messias Bolsonaro, Expresidente de Brasil, Rodrigo Roa Duterte, Expresidente de Filipinas, Recep Tayyip Erdogan, presidente de Turquía, y Vladimir Putin, presidente de Rusia son líderes contemporáneos que pretenden a menudo —con éxito en términos electorales— ser «hombres fuertes» como parte de una tradición y se emulan mutuamente y tienen efectos regresivos en términos de resultados de igualdad de género

En el comportamiento misógino se trata de controlar y castigar a las mujeres que desafían la preeminencia masculina. Se usan formas sutiles de misoginia que afectan a las mujeres en el ámbito científico, especialmente aquellas que ocupan puestos relevantes. Se coacciona a las mujeres para que se ajusten a normas de género convencionales, y proponen estrategias para disminuirlas.

Alison Bentley y Rachael Garrett son las autoras de («No te enojes, busca la igualdad: pongamos fin a la misoginia en la ciencia”, Nature, 2023). Ellas exploran especialmente aquellas que ocupan posiciones de liderazgo, y proponen estrategias para enfrentar estos comportamientos en la comunidad científica con sus formas sutiles de misoginia.

Misoginia y religión

La pregunta sobre si las religiones abrahámicas —el judaísmo, el cristianismo y el islam— tienen tendencias de misoginia depende de cómo se interpreten las escrituras y las tradiciones. Si bien hay elementos en las enseñanzas religiosas que han sido expuestos de manera que subordinen o limiten a las mujeres, y varían según las culturas y contextos históricos. 

En el judaísmo, las enseñanzas de la Torá y el Talmud contienen leyes y reglas que han sido conceptualizadas de manera diferente. Tradicionalmente, algunas leyes han sido vistas como restrictivas hacia las mujeres, como en Levítico 15, donde se describe dos tipos de sangrado impuro para las mujeres: la menstruación (niddah) y el sangrado que «no es durante su período menstrual (zavah)». En ciertos contextos ortodoxos, las mujeres tienen roles más limitados en comparación con los hombres, como en el liderazgo religioso o la lectura de la Torá en la sinagoga. Sin embargo, en las corrientes más recientes, como el judaísmo reformista y conservador, se han hecho esfuerzos para reinterpretar estos textos de manera más equitativa, permitiendo mayor participación femenina en todos los aspectos religiosos.

En el cristianismo también ha tenido una larga historia de razonamientos que limitan el papel de las mujeres, especialmente basadas en ciertos pasajes de la Biblia. Un caso es en el Nuevo Testamento, el apóstol Pablo dice en una de sus cartas (Biblia Reina-Valera, 1 Timoteo 2:12,1960) que las mujeres deben ser sumisas a sus maridos “porque Adán fue formado primero, después Eva; y Adán no fue engañado, sino que la mujer, siendo engañada, incurrió en transgresión. Pero se salvará engendrando hijos, si permaneciere en fe, amor y santificación, con modestia, y que no deben enseñar o tener autoridad sobre los hombres. Porque no permito a la mujer enseñar, ni ejercer dominio sobre el hombre, sino estar en silencio”… 

Este pasaje ha sido utilizado históricamente para justificar la subordinación de las mujeres en la iglesia, y en el hogar. No obstante, muchas denominaciones cristianas, especialmente en el protestantismo liberal, y el catolicismo moderno, han trabajado para reinterpretar o rechazar estas afirmaciones, defendiendo la igualdad de género y el liderazgo femenino en la iglesia. 

En el catolicismo romano, solo los hombres pueden ser ordenados sacerdotes. La Iglesia católica justifica esta exclusión basándose en la figura de Jesucristo y sus doce apóstoles, quienes eran hombres ,ignorando a María y María Magdalena. Se sostiene que Jesús eligió a hombres para ser los líderes de la Iglesia, y que el sacerdocio debe reflejar esta estructura. Este argumento se apoya en la doctrina de la sucesión apostólica, y la Iglesia enseña que no tiene autoridad para cambiar esta tradición. Sin embargo, en varias ramas del cristianismo protestante, como la Iglesia anglicana o metodista, las mujeres pueden ser ordenadas como sacerdotes o pastoras.

En el islam, el liderazgo religioso masculino también está fuertemente presente. En la mayoría de las comunidades musulmanas, solo los hombres pueden ser imanes, el equivalente a los rabinos, sacerdotes o pastores, en la mezquita musulmana, especialmente cuando hay hombres presentes en la congregación. La justificación para esta norma proviene de interpretaciones del Corán y los Hadices —dichos del profeta Mahoma— que establecen roles de género distintos para hombres y mujeres. No obstante, las mujeres pueden liderar la oración en grupos de otras mujeres y enseñar sobre el islam. Existen algunas comunidades musulmanas más progresistas donde las mujeres han asumido roles de liderazgo religioso, pero siguen siendo minoría y generan controversia en la comunidad global.

Algunos versículos del Corán han sido interpretados como restrictivos para las mujeres, como aquellos que permiten la poligamia (Sura 4:3), o los que tratan sobre la herencia, donde las mujeres reciben la mitad de lo que heredan los hombres: “Allah os ordena lo siguiente acerca de vuestros hijos: al varón le corresponderá lo que corresponda a dos hembras” (Sura 4:11). Sin embargo, los académicos islámicos del presente argumentan que muchas de estos postulados son producto del contexto cultural de la época en el que surgió el islam, y que, en esencia, el islam promueve la justicia y la igualdad. En algunos países de mayoría musulmana, las reformas han promovido los derechos de las mujeres, aunque en otros contextos prevalecen interpretaciones más restrictivas.

¿Misoginia o Interpretaciones Patriarcales?

Lo que a menudo se observa son interpretaciones patriarcales de los textos religiosos que han perpetuado la subordinación de las mujeres. Las escrituras religiosas de las religiones abrahámicas fueron escritas en contextos históricos donde las sociedades eran con predominio del hombre, y estos textos reflejan, en algunos casos, esas estructuras de poder. Durante milenios, se utilizaron estas creencias para justificar la subordinación femenina, pero en la era contemporánea, existen esfuerzos significativos para reinterpretar estos textos de maneras que promuevan la igualdad del hombre y la mujer, consagrada en ,la Declaración Universal de los Derechos Humanos (DUDH), proclamada por la Asamblea General de las Naciones Unidas en 1948, la cual consagra la igualdad de género en su artículo 2, donde establece que «todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos». No obstante, cuando fue creada se llamó la Declaración de los Derechos del “Hombre” y del Ciudadano en 1789, durante la Revolución Francesa. Su título y contenido estaban orientados específicamente hacia los derechos de los «hombres», y no hacía referencia explícita a las mujeres. Con el tiempo, se fueron ampliando los derechos para incluir a las mujeres. La Declaración Universal de 1948 fue uno de los primeros pasos importantes hacia la inclusión explícita de la igualdad de género en los derechos humanos internacionales, aunque el término «derechos del hombre» fue un vestigio histórico que en algunos casos aún se mantiene, pero con la aclaración de que «hombre» se refiere a la humanidad en general. Este cambio refleja un avance en el reconocimiento formal de los derechos de las mujeres como parte elemental de los derechos humanos.

Las religiones abrahámicas contienen versículos que pueden ser considerados todavía como misóginos desde una perspectiva moderna, pero también ofrecen enseñanzas sobre el respeto, la dignidad y el valor de las mujeres. La clave está en cómo se conciben y aplican estas enseñanzas. Hoy en día, en cada una de estas religiones existen movimientos progresistas que buscan reinterpretar los textos y prácticas religiosas de manera que promuevan la igualdad de género y se aboga por una comprensión más profunda entre las religiones.

¿Por qué subsiste la misoginia?

La persistencia de la misoginia se debe, en gran medida, a la naturaleza de un auto-refuerzo de las estructuras patriarcales. Los sistemas sociales, políticos y económicos continúan favoreciendo lo masculino en muchos contextos, lo que fortalece la idea de que las mujeres deben ocupar roles secundarios. A nivel cultural, algunos medios de comunicación conservadores, la educación y las tradiciones también han jugado un papel clave en perpetuar estos estereotipos de género.

Si bien la misoginia es un fenómeno global, su expresión varía de un país a otro, dependiendo de factores culturales, religiosos y económicos. En algunos países, la misoginia está institucionalizada de manera más explícita por distintas razones.

Arabia Saudita, hasta hace poco tiempo, prohibida a las mujeres conducir, y todavía existen leyes que limitan su movilidad sin un tutor masculino.

En la India, el infanticidio femenino y la violencia de género son problemas graves en algunas áreas, y muchas niñas y mujeres enfrentan barreras significativas en cuanto a la educación y el acceso a oportunidades laborales dado la cultura de castas.

En los Estados Unidos, aunque las mujeres tienen derechos legales iguales en muchas áreas, el machismo se manifiesta a través de la brecha salarial, la representación política de género es desigual. La violencia sexual, incluida la violación, sigue siendo un problema grave y persistente. Según un análisis de los datos de la National Intimate Partner and Sexual Violence Survey (NISVS), casi el 20% de las mujeres ha sido violada en algún momento de su vida, y un 43.9% ha sufrido otro tipo de violencia sexual. Las violaciones suelen ser perpetradas por personas conocidas de las víctimas, como parejas íntimas o conocidos cercanos.

En muchos países de América Latina, la violencia de género, los feminicidios y los estereotipos de género siguen siendo problemas endémicos. Países como México y Argentina han visto un aumento en la visibilidad de movimientos feministas que buscan confrontar la misoginia estructural.

¿Aversión a los hombres?

Sí, el término que se usa para describir el odio o aversión hacia los hombres es misandria. Deriva de las palabras griegas «misos» (odio) y «anēr» (hombre). Aunque menos común que la misoginia, el concepto de misandria se refiere a actitudes y comportamientos que expresan desprecio, discriminación o aversión hacia los hombres, y tiene relevancia en discusiones sobre dinámicas de género, pero no está institucionalizada como la misoginia. 

No hay ejemplos claros o notorios de mujeres públicamente conocidas o influyentes que se identifiquen como misándricas, ni es común que las figuras públicas promuevan de manera abierta el odio hacia los hombres como un grupo. 

Resurgimiento de misoginia out y online

En el aumento de la violencia de género contra las mujeres, tanto física como sexual. Los feminicidios, en particular, han crecido alarmantemente en regiones de América Latina y otras partes del mundo.

Las mujeres, especialmente aquellas que son visibles en medios de comunicación o redes sociales, enfrentan cada vez más acoso cibernético. Los comentarios misóginos y amenazas son una realidad diaria.

El resurgimiento de la misoginia requiere un enfoque múltiple: Desde la infancia, es vital educar sobre el respeto mutuo, la igualdad de género, y el rechazo de estereotipos que perpetúan la idea de que las mujeres son inferiores o deben estar subordinadas a los hombres. Los gobiernos deben asegurar la protección legal contra la violencia de género y el acoso, y garantizar que haya consecuencias reales para aquellos que practican la misoginia. En los medios se deben destacar modelos masculinos que promuevan la igualdad de género y rechacen la misoginia. 

Las plataformas en línea deben asumir una mayor responsabilidad en la moderación del contenido y en la creación de ambientes virtuales donde las mujeres puedan participar sin miedo a ser atacadas o acosadas.

La misoginia está resurgiendo en algunos contextos como una reacción a los avances hacia la igualdad de género. A medida que las mujeres ganan más independencia y poder en la vida económica, política y social, algunos hombres sienten que su identidad masculina, asociada históricamente con el control y la dominación, está siendo erosionada. Este miedo puede traducirse en resentimiento y odio hacia las mujeres, alimentando actitudes misóginas.

Para contrarrestar este fenómeno, es esencial promover una cultura de respeto, desafiar las narrativas misóginas en línea y fuera de ella, así como continuar avanzando hacia un mundo donde la igualdad de género sea una realidad universal. 

A menudo, la misoginia pasa desapercibida porque está normalizada en muchas culturas. Hacer visible estas actitudes y comportamientos es el primer paso para afrontarlos… Nos vemos en la próxima entrega… Que la Divina Providencia los acompañe… 


María Mercedes y Vladimir Gesse son psicólogos. Autores de Maestría de la Felicidad y de ¿Quién es el Universo?