Estaba esta mañana repasando Twitter, ese pozo sin fondo de sabiduría popular. Es cierto, Twitter es una vorágine en la que podemos encontrar cualquier cosa, desde los sentimientos más exacerbados a la desinformación más intencionada. Por eso, entre otras cosas, soy fan incondicional.
No en vano, pasado por los distintos tamices y filtrado adecuadamente, muchas veces el contenido de determinados tuits te puede alegrar el día, trayéndote a la memoria cosas que tenías relegadas a un rincón pero que, a fin de cuentas, permanecían allí.
Esto que describo me ha ocurrido hace un rato gracias a un tuit de Enrique Lavigne, productor de más de sesenta películas entre las que se encuentran las tres más taquilleras de la historia de España. Era un tuit muy sencillo, en el que se comparaba con Don Pantuflo.
Por si hay algún millenial entre mis lectores, debo aclarar que Don Pantuflo era y es el padre de Zipi y Zape. Si no sabéis quiénes son Zipi y Zape, lo buscáis en Google, que no hace falta que yo os lo dé todo hecho.
Esta sencilla referencia, pero a la vez majestuosa, me ha transportado a aquella época feliz en la que con los cómics y la media hora que la primera cadena de TVE dedicaba a la programación infantil ya teníamos cubiertas las expectativas que un niño podía desear en los setenta y ochenta del siglo pasado. No voy a entrar en comparaciones, pero mis hijos, actualmente, podrían pasar las veinticuatro horas del día viendo dibujos animados, sin repetir episodio, además de otros muchos contenidos y no son ni la mitad de felices de lo que fuimos nosotros.
Recuerdo, perfectamente, esperar toda la semana para ver un par de episodios de La Pantera Rosa que se emitían a eso de las 6:00 de la tarde del sábado. Solo eran 10 minutos, pero ¡qué 10 minutos! Sus majestades los 10 minutos de Pantera Rosa.
Espinete y compañía aportaban al entretenimiento infantil una vocación didáctica. No es que Coco me enseñase el significado de cerca y lejos, pero al menos lo intentaba. Algunos de los primeros conocimientos sobre la historia de la humanidad me los proporcionó, sin duda, Erase una vez el hombre. Es cierto que la serie era francesa, pero hasta los franceses incurren en algún acierto, de vez en cuando. Tal es el caso de Asterix y Obelix, pero no olvidemos que, para dar vida a tan magnífica obra, hicieron falta dos franceses. En España preferimos trabajar solos. Se discute menos.
No creo que mis hijos aprendan gran cosa de Rick y Morty, por ejemplo, pero puedo estar equivocado. Simplemente, a mí me quedan muy lejos.
Volviendo a aquellos luminosos tiempos pretéritos, uno de los momentos más felices de la semana era, sin duda, la mañana del domingo, cuando mi padre, al ir a por su periódico, nos compraba un Mortadelo.
Mortadelo y Filemón eran sin lugar a dudas mi tebeo preferido, seguido muy de cerca por El botones Sacarino, obra, ambos, del genial Francisco Ibáñez. Tengo que decir que, tras decenas de visitas a la feria del libro de Madrid, el único ejemplar dedicado por el que he sido capaz de hacer cola y, por tanto, el único que tengo, es un Mortadelo en el que Ibáñez, además de firmar, me dibujó un Mortadelo disfrazado de araña. No tengo que explicar que lo tengo en una vitrina, conservado como si se tratase de un incunable del Beato de Liébana, que, por otro lado, era mucho más aburrido que Don Francisco Ibáñez.
Es cierto que tengo amigos que eran más de comic de serie negra, como el Creepy o El Víbora. Entre estos últimos, mi favorito era Barrio, del genial Carlos Giménez. La calidad artística de este cómic, así como sus crudos guiones, siempre me impresionaron. De él conservo una de mis frases fetiches, que repito con cierta asiduidad: «Virgencita, hoy no me ayudes, pero tampoco me jodas». Sin duda, una genialidad.
Todas estas publicaciones forjaron personalidades. Es cierto que los que leían El Víbora eran algo más oscuros, pero cada uno elige, culturalmente hablando, aquello que concuerda con su visión de la vida.
Por eso, yo soy más de Trece Rue del Percebe, obra también de Francisco Ibáñez.
«Somos gente ficticia, náufragos urbanos. Perdidos, renegados, inadaptados, gente ficticia. Gente fetén si el mundo fuese de cartulina. Prefiero el trapecio, para verlas venir en movimiento». (Trece Rue del Percebe. Manolo García).
Cuánto añoro el siglo XX.