En el correr del tiempo destacan los sucesos con los que se ha escrito la historia de un país que es muchas veces olvidado pero que guarda en su origen una vital importancia en los episodios de emancipación del continente americano: Haití. La larga lucha contra la corona francesa por su autodeterminación se inicia en 1791 y se concreta en 1804 con la proclamación de su independencia. Esto marcó un antes y después en la hagiografía universal, ya que por primera vez una población sometida a la esclavitud lograba romper por medio de la lucha con ese oprobioso sistema. Françoise Toussainy Louverture, Jean-Jacques Dessalines y Alexandre Pétion fueron referencias en el complejo curso de las aspiraciones independentistas de América. Resalta en nuestro proceso de ruptura con España, el importante rol de Pétion como primer presidente de Haití, quien desde 1816 brinda apoyo a la causa patriota a través de su estrecha relación con El Libertador Simón Bolívar. Por desgracia en la etapa contempóranea este estado caribeño ha vivido momentos convulsos y las más estridentes crisis, sumiendo a toda su población, a unos indignos estándares de calidad de vida y mancillando los principios fundamentales con los que debemos vivir los seres humanos. Tristemente la fortuna de Haití no parece importar a la mayoría, para estupor de algunos que observan la fractura de una república que parece condenada a vivir en la marginalidad del desarrollo humano y a la sombra de la indiferencia.
La terrible noticia del magnicidio del presidente Jovenel Moïse es un nuevo punto álgido en la traumática realidad de ese territorio insular. El indignante asesinato, cometido por un escuadrón que asaltó la residencia del mandatario en Puerto Príncipe, viene a enturbiar aún más el escenario sociopolítico de ese país, lo que seguramente desencadenará en mayor desequilibrio institucional, atraso, violencia y sufrimiento para los ya maltrechos haitianos. La ausencia de fórmulas para el entendimiento y el bloqueo por parte de las posturas radicales conducen a esa sociedad a un peligroso e incierto destino.
La situación actual sigue siendo heredera de los errores del pasado, ya que reafirma las consecuencias de la indeleble tachadura intervencionista. Por consenso de algunos pensamientos y a luz del desenvolvimiento cronológico de todos los hechos, se puede afirmar que el presente no es otra cosa que la agitada manifestación de los síntomas de la descomposición de una estructura geopolítica donde privó la imposición neocolonial con que Haití fue castigada durante más de 100 años. Entre los primeros causantes de la desfavorable condición negativamente crónica de esa nación, se podría señalar a la invasión y ocupación por parte de los Estados Unidos de 1915 a 1934, hecho que sentó las bases de un sistema que jamás ha sabido dar respuestas efectivas a la población. El establecimiento de atroces dictaduras hereditarias como las de François Duvalier y Jean-Claude Duvalier, la constante interrupción y sustitución de gobiernos de facto o el derrocamiento y obstrucción de la voluntad democrática, evidenciado en los dos golpes de estado a Jean-Bertrand Aristide, son puntos suficientemente claros para analizar el tortuoso camino republicano de ese pueblo. Otros significativos tópicos, prácticamente desapercibidos en la prensa mundial, son: el descontento de la población ante la poca transparencia en el manejo de multimillonarios recursos monetarios destinados a ayuda humanitaria que han sido administrados por distintas ONG, y el papel represor de las fuerzas internacionales destinadas a garantizar la paz: la Misión de estabilización de la Naciones Unidas en Haití (MINUSTAH), que ocupó territorialmente a Haití del año 2004 al 2017, resultando en un sinnúmero de estruendosos escándalos por torturas, asesinatos, violaciones de mujeres y niñas y otros crímenes sexuales.
La actual ola de descontento, protestas y confrontación se inicia en Haití en el 2015 cuando el país más empobrecido de América realizó unas elecciones que, a pesar de contar con el reconocimiento de la Unión Europea y la OEA, se caracterizó, según el criterio de observadores internos, por una deficiente claridad, por lo que como consecuencia de crudas manifestaciones se anuló esa elección y se hizo un llamado a repetir el proceso. En 2016 Jovenal Moïse, del Partido Haitiano Tèt Kale (PHTK) y quien había obtenido la victoria en 2015, fue nuevamente el candidato ganador con 590 000 votos. Sin embargo, esta nueva votación solo convocó al 21 % de las personas habilitadas para el sufragio, por lo que este resultado evidenciaba que el ganador solo contó con el 9, 5 % de los votos de la totalidad de inscritos para votar; 4 de cada 5 haitianos no acudió a ejercer el voto. Estos números representaron la elección con menos electores en el continente desde 1945. Aún así la comunidad internacional reconoció el resultado. Pese a la creciente resistencia por parte de un grueso sector de la población, se implementaron medidas fiscales recomendadas por el Fondo Monetario Internacional; la presión por estas medidas desembocó en una situación de emergencia económica que acarreó un incremento de precios en los productos básicos y de los tan preciados combustibles. Posteriormente en 2020 el asesinado presidente Moïse disolvió el congreso y desde entonces las calles se llenaron nuevamente de manifestaciones, represión, violencia generalizada, cubriendo de pesar y muerte a esa maltratada nación.
En 2018 más de la mitad de la población total (unos 11 millones de personas) sufría de malnutrición. Sus deficitarios resultados en gestión pública y una deteriorada infraestructura los coloca en franco peligro ante los desastres naturales que han devastado a ese país, a los cuales el 90 % de los haitianos son vulnerables como se puede constatar: en 2010 más de 200 000 vidas se perdieron por un terremoto. Luego del sismo, las precarias condiciones sanitarias desencadenaron una epidemia de cólera – la llegada de soldados de ONU que estaban contagiados extendió la enfermedad -, con lo que se incrementó la cifra de víctimas. En 2016 el huracán Matthew afectó a más de 2 millones de haitianos y ocasionó pérdidas económicas por encima de los 2 mil millones de dólares. La situación generada por el Covid-19 ha agravado las ya hostiles condiciones de vida del pueblo haitiano, recrudeciendo la pobreza y las confrontaciones de orden político y social.
En el mensaje de la Conferencia episcopal haitiana tras el asesinato del presidente Jovenel Moïse, conseguimos la luz que solo brinda la racionalidad y una invitación a que la resolución de los conflictos sea por medio de herramientas civilizadas y acordes con el rumbo que como naciones debemos tomar: “En el seno de esta recurrente crisis sociopolítica y económica, avivada por el veneno del odio y la desconfianza, es preferible buscar y encontrar consensos sobre cualquier tema espinoso: hay que construirlos sobre el diálogo social e institucional”. Una vez más el factor desencadenante del atropello y la muerte es el odio, el peor de los males para dirimir las grandes diferencias en la política. En el llamado de la cúpula católica haitiana resalta otro componente que es importante al evaluarlo como generador de crisis: la desconfianza. Entre las grandes tareas que tenemos por delante como sociedades sumidas en acentuadas problemáticas sociales, económicas y de gobernabilidad está precisamente el generar la confianza suficiente para fraguar solidos cimientos en procura de la reconstrucción del estado. Cuando una población es castigada al ser desprovista de condiciones idóneas para el crecimiento humano, el desenlace parece escrito desde tiempos seculares: se crea un abismo entre el colectivo y los agentes activos de la política. La poca credibilidad en las instituciones y el criterio de que los políticos son agentes desvinculados de la ética, el compromiso, la honestidad y la coherencia, crean invariablemente una desconexión, y la erosión del concepto de estado se manifiesta. Al no existir una armoniosa relación entre los políticos y la población, se deja de creer en que valores como la democracia sean realmente una vía y una solución a nuestros problemas. He ahí un Estado en ruinas.
Desde hace varias décadas en Venezuela se ha producido una desvinculación entre los aspirantes a cargos de elección popular, los gobernantes y las estructuras del poder, y el resto de la población. Han surgido esferas de concentración de recursos económicos y políticos que se alejaron de una real política de Estado, creando una firme concepción -mayormente cierta- de que quienes aspiran y ejercen el poder a través de herramientas aparentemente democráticas solo son sujetos provistos de avaricia y lastrados con las más viles lacras morales que corrompen la dignidad del ser humano. Debemos, como fuerza viva, mirarnos en el espejo de Haití y conseguir que la resolución de conflictos se materialice desde la justicia y la civilidad; ni ayer, ni hoy ni mañana, la violencia como expresión debe tener espacio. Seamos consecuentes con los principios humanísticos y volquemos en la agenda del entendimiento cívico la resolución de nuestra crisis. Hagamos votos porque Venezuela y Haití, naciones hermanadas en la lucha por su libertad en un heroico pasado, volvamos a ser mañana ejemplos en el largo camino de la historia.