Una extraña voltereta parece estarse imponiendo en la geografía política nacional. La supuesta izquierda en el gobierno desde hace veintitantos años ya no es tal. Cuando trató de serlo fue tan torpe, falsaria y corrupta que llevó al país al peor de los desastres, a la ruina, a la tragedia. Ya no es tal, ni de boquilla, porque decidió para intentar mantenerse en el poder que debía cambiar de rumbo e implantó una política neoliberal, particularmente cruel, torpe, inviable, incapaz de enderezar todo el mal que hizo en ese inmenso lapso. No otra cosa obtuvo políticamente que acercar a su vera a mercaderes ansiosos, siempre lo son, algunos alacranes opositores sin destino y acortar las distancias con la oposición instalada como oficial.
Si esto es así, tenemos una dictadura sin ambiciones socializantes, como han sido casi todas las que en este subcontinente han proliferado desde su independencia, y por ende hay que buscar partidos que en la medida de lo posible, que no es mucha, asuman las dolencias y las carencias espantosas que sufren la inmensa mayoría del pueblo, ese que Chávez pretendió encarnar y que su sustituto Maduro algo así como vacilarse.
Pero para que eso se dé, que la izquierda pase a ser derecha y la derecha a ser izquierda no parece ser muy simple en nuestro desolador panorama nacional. Y lo que denomino aquí izquierda es tan solo que se entienda que una política social de amplio espectro hay que poner en práctica urgentemente para que haya hospitales medianamente capaces de proteger vidas y escuelas que no sean un depósito de basuras, sin profesores y con alumnos medio alimentados y desesperanzados. Para que haya un sueldo que sea mínimo, pero no microscópico. Para hacer volver algunos migrantes, que vuelvan a besar a sus hijos y a proteger a sus ancianos. Para que haya un poco más de agua y de luz. Para que las universidades retornen a la vida. Bueno, para que no terminemos siendo un país fallido, para mucho tiempo, o para siempre por qué no.
Y para eso se necesita, aunque sea por un rato, un Estado fuerte que subsane la descomunal desigualdad en que vivimos y atienda la emergencia de la nación. Más que esperar sentados que el mercado y los negociantes florezcan, que también con otro ritmo será imprescindible. Y he aquí el nudo que con seguridad va a trancar nuestro andar, la posible ausencia de ese partido robusto y audaz que afronte la crisis y ponga alguna gente y algunas cosas en su sitio, por ejemplo, que redistribuya impositivamente la desigualdad extrema, que mire ante todo ese pueblo, esas decenas de millones de seres que mucho han sufrido en este cuarto de siglo… y todos los siglos.
No obstante, hay que hacer la solicitud, ahora que expertos y no tanto hacen los programas para una elección que no sabemos si vendrá o será un pantano de trampas y de inmundicias comiciales, ahora digo, habría que pedir un tanto de humanidad para entender que no es la hora de cumplir los imperativos del consenso de Washington sino de la supremacía del pueblo de siempre, el de la igualdad, la libertad y la fraternidad, el de aquella revolución que creó la modernidad, tantas veces traicionado en esta tierra desgraciada.
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