El primer trimestre tiene unos ribetes de lo nefasto para la vida republicana en Venezuela. Hay algo malévolo que atrae la desgracia y la calamidad en esos 90 días con que se inicia cada año. Sea enero, febrero o marzo, el punto es que, en materia de estadísticas de la desventura, del desastre y de la fatalidad esas 12 semanas iniciales del nuevo año son un pérfido contraste con la ventura, con la felicidad y con los encuentros de las rumbas de Navidad y de Año Nuevo.
Hay toda una panoplia política en materia de fechas rojas en ese inventario de padecimientos de la nación de los primeros meses. El 24 de enero de 1848 unas turbas alentadas por el general José Tadeo Monagas asaltaron el Congreso Nacional, con el saldo lamentable de algunos muertos y heridos. El hecho fortalece a Monagas en el poder y desplaza al general Páez y abre el camino accidentado de la guerra civil. El 4 de febrero de 1992 es otro crespón mortuorio en la vida republicana. Y por razones de espacio en el texto vamos a dejar hasta allí el desarrollo del golpe de Estado. Todos conocen al detalle ese accidente republicano. Después está el episodio lamentable de los eventos desatados en la ciudad de Caracas el 27 de febrero de 1989 conocidos como el Caracazo que han sido tomados por la revolución bolivariana como parte de la génesis del régimen. Marzo se adorna también con el registro oficial de la muerte del teniente coronel Hugo Chávez el día 5 y el terremoto del 26 de marzo de 1812, que tiene como guinda de la torta de las maldiciones republicanas el sobreseimiento del comandante del 4F ese mismo día. En esa seguidilla de penurias de la patria vamos a justificar el porqué ese registro oficial del deceso del comandante es para los venezolanos una infamia y un baldón de ignominia.
Realmente el tema de esta tribuna de hoy es la salud de los gobernantes. Que es como decir la salud de la nación. Un país bajo el poder de un enfermo somatiza en el cuerpo social los morbos de un presidente democrático, de un dictador, de un autócrata y de un tirano. Dos franceses, Pierre Accoce y Pierre Rentchnick publicaron hace cuarenta años el libro Aquellos enfermos que nos gobernaron. Una temática que tiene una relevancia a nivel global y en el plano venezolano puede abrir el camino de la claridad a algunos episodios de la Venezuela contemporánea. El libro es un estudio bien documentado de cómo Stalin, Roosevelt y Churchill picaron la torta del mapa europeo y se la distribuyeron en la Conferencia de Yalta después de la finalización de la II Guerra Mundial y ante el desmoronamiento del III Reich. Los tres grandes eran personas física y mentalmente enfermas en ese momento. Los casos específicos de estos líderes hacían incompatibles sus ejercicios de poder con una situación de salud y de inestabilidad que acarreaban riesgos que podían reflejarse en los ciudadanos y en el mundo. Churchill era un glotón de competencia, bebedor de litros inenarrables de whisky y fumador desde el alba hasta el ocaso, lo que causó anginas de pecho, hipertensión, trombosis, ataques epilépticos y meningitis que lo agobiaron con agotamientos inesperados y pérdidas de memoria. Roosevelt llegó moribundo a Yalta. José Stalin en los finales de su mandato, en un precario estado de salud bañó en sangre a la URSS con sus purgas políticas. Los dos Pierre incluyen, además, a otros gobernantes de la época. Hitler tenía un cuadro casi permanente de histeria con temblores constantes, falta de concentración en el pensamiento y crisis epilépticas. Mussolini arrastraba otro cuadro peor: era neurosifilítico, con daños neurológicos graves y síntomas psiquiátricos, solo para resumir. Francisco Franco padecía de arteriosclerosis, tenía una insuficiencia cardíaca y enfermedad de Parkinson. Antonio Salazar, el portugués vecino, sufrió de arteriosclerosis y demencia senil. Mao Tse-tung, a la degeneración que le provocó la arteriosclerosis le agregó la demencia senil. Las decisiones de un jefe de Estado inestable, asediado por problemas de salud que lo postran físicamente o lo descompensan emocionalmente, comprometen a toda la nación y a sus instituciones en el presente; y proyectan las secuelas hacia el futuro. ¿De qué manera todos esos morbos reseñados anteriormente afectaron los desempeños de esos líderes?
En la Venezuela contemporánea el dictador más longevo, el general Juan Vicente Gómez, murió en su lecho después de 27 años en el poder. El registro clínico en los últimos días del general lo llevaba su edecán, el coronel Benjamin Velasco Ibarra, quien apuntaba al detalle todas las prescripciones e intervenciones médicas al paciente desde que empezó a manifestar la enfermedad a partir de los 60 años en adelante. ¿Cómo funcionaba el poder en la dictadura en esos últimos años hasta 1935 en que el general dio el salto del tordito por la insuficiencia renal producto de la obstrucción de la salida vesical por la glándula prostática tumoral? La república funcionaba en las giras oficiales con las meaditas apresuradas que hacía el general en el baño de un instituto de gobierno, de una escuela o en una casa de familia. La próstata del general gobernó al país los últimos 15 años. Y el caso del doctor Diógenes Escalante es más emblemático y muy oportuno en la manifestación de la dolencia. En 1945 el general Medina Angarita estaba en la búsqueda de un relevo y propuso al doctor Escalante, quien estaba en Washington como embajador. Pocos días después de regresar al país se hicieron notorios los síntomas de una grave enfermedad mental y una junta médica certificó que había perdido la razón. ¿Se imaginan si la hubiera perdido en pleno ejercicio de la primera magistratura? Escalante fue relevado por el doctor Ángel Biaggini sin ninguna aceptación en algunos sectores de la sociedad. Los investigadores de esa época han concluido en parte, que eso contribuyó al golpe de Estado del 18 de octubre de 1945.
La Constitución Nacional de 1961 establecía en el artículo 182: “Para ser elegido presidente de la república se requiere ser venezolano por nacimiento, mayor de treinta años y de estado seglar”. En ninguna parte señalaba que el Consejo Supremo Electoral (CSE) debía exigirles a los candidatos a la presidencia al menos un perfil 21 o la certificación psiquiátrica de una junta médica. Rómulo Betancourt después del atentado del 24 de junio de 1960 que mató al jefe de la Casa Militar y a un transeúnte ha debido arrastrar otras secuelas más allá de las quemaduras de primero y segundo grado que le provocó la bomba. Algunas especulaciones señalan que a pesar de estar en edad de aspirar a otra candidatura (60 años) en las elecciones de 1968, los efectos del artefacto explosivo de Los Próceres estuvieron entre una de las razones que privó para no contarse. El primer Pérez (1973-1978) era apelado en algunos medios y en el común de la sociedad de aquel entonces como Locoven por algunas decisiones excepcionales derivadas después de la nacionalización de la industria petrolera al identificar a las filiales de Pdvsa y de la minería con el sufijo Ven. Maraven, Bariven, Corpoven, Pequiven, Lagoven, Minerven, etc. Estas fueron parte de esas resoluciones presidenciales que sumadas a otras incongruencias de palacio durante ese quinquenio, hicieron del mote una característica del mandatario.
El presidente Franklin D. Roosevelt tuvo una amplia y dilatada carrera política en Estados Unidos a pesar de estar postrado en una silla de ruedas desde 1921 por la poliomielitis. Sus facultades mentales se mantuvieron intactas y a pesar de la enfermedad ejerció la primera magistratura en cuatro oportunidades y tomó decisiones trascendentales en periodos particularmente difíciles para su país y para el mundo. Solo al final del mandato se vio inhabilitado. Murió en el cargo.
La dipsomanía en el poder tiene muchos ejemplos contemporáneos. El más emblemático es el de Winston Churchill como primer ministro en el Reino Unido durante la II Guerra Mundial y sus ríos diarios de whisky desde las primeras horas de la mañana que no le impidieron las magistrales resoluciones en el gabinete de guerra mientras los Heinkel He 111 de la Luftwaffe hacían sus raids aéreos sobre Londres. En Venezuela el caso del presidente Lusinchi es de reciente memoria: la madrugada de la decisión del misil hacia la ARC Caldas en el golfo de Venezuela en 1987 fue frente a un rebosante vaso de escoces. La caña solo inhabilita en el ratón y no como lo pueden hacer otras enfermedades que afectan el juicio, el criterio y las decisiones al influir en la realidad y distorsionar las perspectivas.
Una cosa es aspirar al cargo de primer magistrado nacional teniendo una enfermedad degenerativa neuronalmente como demencia senil, alzhéimer, párkinson, atrofia muscular espinal, o esclerosis múltiple, que originan desorientación, pérdida de memoria, falta de coordinación, apatía, ansiedad, cambios en el humor, pérdida de las inhibiciones, problemas cognitivos y dificultades en las tareas cotidianas. ¿Ustedes imaginan a Diógenes Escalante en el Palacio de Miraflores mientras Pérez Jiménez y los demás oficiales conjurados con el golpe del 18 de octubre de 1945 lo asediaban a punta de fusil y cañonazos?
Mitómano, megalómano, fabulador, compulsivo, narcisista, carismático, seductor, envidioso, carente de escrúpulos son algunas de las patologías diagnosticadas por algunos psicólogos y psiquiatras observando a distancia el comportamiento del teniente coronel Hugo Chávez. El mejor diagnóstico se lo hizo el premio Nobel de Literatura Gabriel García Márquez. Durante un intercambio que tuvo con el comandante en Cuba escribió una crónica con lo afilado del lápiz que solo puede tener la inspiración de Gabo de regreso en el avión desde La Habana a Caracas, en el que comparte retorno con Chávez como presidente electo: “Me estremeció la inspiración de que había viajado y conversado a gusto con dos hombres opuestos. Uno a quien la suerte empedernida le ofrecía la oportunidad de salvar a su país. Y el otro, un ilusionista, que podía pasar a la historia como un déspota más.”
Mientras se complementa esta columna para abundar en la decisión del sobreseimiento del teniente coronel Hugo Chávez con otros datos que la enriquezcan surge la entrevista que concede Asdrúbal Aguiar en La Gran Aldea a Olgalinda Pimentel el 22 de marzo de 2023, en la que expresa esta parte interesante: “Cuando salimos de la Catedral de Caracas, donde monseñor Ignacio Velasco ofició la misa, Caldera me dice que quiere caminar hasta el Congreso y se apoya en mí. Ya estaba muy enfermo del párkinson degenerativo.” Estamos hablando del 2 de febrero de 1999 y quien lo declara es el ministro de la Secretaría y hombre cercano al expresidente. El mal de Parkinson no es un simple catarro que se contrae un día y al siguiente desaparece. Es un largo proceso en el tiempo desde el mismo momento en que se determina. ¿En qué momento fue diagnosticado el expresidente Caldera? ¿Cuándo intercambia banda presidencial con Ramon J. Velásquez en 1994 ya estaba afectado? La salud es un tema que pertenece a los entornos privados e íntimos de los particulares, pero cuando se habla de las enfermedades de un presidente de la república eso pasa a ser de opinión pública.
La enfermedad que lleva a la tumba al teniente coronel Hugo Chávez es un misterio tanto como la fecha de su deceso. Entre la fecha oficial y la que se maneja en la opinión pública media el famoso trimestre funesto de la Venezuela de los meses de enero, de febrero y de marzo de cualquier año. Ese paréntesis que hay entre la muerte real y la oficial que aún no ha sido resuelto oficialmente y en el cual se tomaron muchas decisiones importantes en la república es como que ante la incapacidad cerebral de un presidente por una enfermedad degenerativa o un ictus, un grupo de sus más cercanos colaboradores se constituyera en una suerte de consejo de regencia para asumir la interdicción mental del mandatario. A la hora y fecha nadie sabe de qué murió Chávez ni cuándo. Toda una locura. Como el tema de la nacionalidad verdadera de Nicolás Maduro. Otra chifladura que se vive desde la casa de gobierno.
Con las últimas manifestaciones de la coyuntura en la política nacional encabezadas por Nicolás Maduro y su régimen usurpador desde el Palacio de Miraflores aparejadas con algunas de las demencias que se han visto desde la oposición como una Asamblea Nacional que anda errante desde el año 2015 y sesiona desde Madrid, un Tribunal Supremo de Justicia desde Miami que sesiona entre una neblinas no muy cuerdas, un gobierno interino disuelto en la esterilidad de sus efectos y una fiscal general desde el exilio que desapareció misteriosamente; no me van a decir que el fantasma de Diógenes Escalante y el síndrome de Hybris no andan de la mano y se mantienen instalados desde esos pasillos de poder desde el 6 de diciembre de 1998 cuando en una enajenación colectiva 56,20% de los electores venezolanos (3.673.685 votos) sufragaron por Hugo Chávez después de haber sido favorecido este por una medida de (des)gracia del presidente Rafael Caldera.
La propia locura. ¿Es o no esto que vivimos en la Venezuela contemporánea una escena del excelente filme Atrapados sin salida? Los dos Pierre deberían sacar un tomo adicional con el caso del Palacio de Miraflores.
Al cierre: el Palacio de Buckingham acaba de anunciar oficialmente que el rey Carlos III ha sido diagnosticado con cáncer. Es cierto, las enfermedades de los jefes de Estado dejan de ser un asunto privado e íntimo para convertirse en uno de opinión pública. Eso ocurre en un país serio.