A causa de la legitimación de lo que conocemos como universidad, el empuje o forcejeo intelectual entre profesos de la epiqueya tuvo propósitos y consecuencias gravísimas. Agravió a los autodidactos que eran estudiosos, investigadores y hacedores libres. Difundían sus conocimientos apriorísticos o basados en el análisis, la deducción y experiencia sin amenazas de comisarios-leguleyos. Perjudicó al justo, sensato y racionalista que procuraba no torcer, discrecionalmente, la interpretación y aplicación de justicia. Se impuso la «versión única» de Platón, junto con sus discípulos o veneradores [que no se sabe si más enamorados del «¿púgil? intelectual» o «gladiador» de esa especie de histriónica aristofanesca, divirtiéndose con atenienses cautivos, que de la sabiduría] El hombre ha sido más proclive fatigar su ocio en canchas deportivas, envites dionisíacos y shows circenses, la mayoría sangrientos, que instruirse.
A las letras, el arte y la ciencia se debe el nacimiento de la institucionalidad universitaria. Empero, en el curso de la postmodernidad, la primera entre las mencionadas disciplinas es, con sevicia, preterida en tiempos de fascinación por las tecnologías. Qué no decir del socialmente depreciado [por la monstruosa «plus valía»] oficio de artista. Cierta clase de erudito [profesa de la «prolepsis»] pudiera enervar y luego sentenciar que las letras, el arte y ciencia conforman una «tríada» que en la Antigüedad sirvió a Platón (428-347 a. C.) junto con quienes en su rededor discernían en el gimnasio de un presunto héroe de la épica llamado Academo, para sustanciar el conceptualmente la Academia. Opino que la Universidad no mereció un Acta de Nacimiento Espurio, como la tuvieron la Historia, Política y Ejército.
En ese írrito o cesáreo parto de la Academia, Sócrates (470-399 a. C) no fue el epistemólogo del ungido filosofo de oratoria al cual fingió admirar ni inventor de una doctrina personal, sino explícito apógrafo-redactor de textos con discursos o discernimientos «apocryphus» que atribuía su héroe. Mediante dictata o dictatorum, arrogándose aires de prolixus o proiectus [individuo próspero y prominente], publicó las lucubraciones de su maestro titulándolas Diálogos.
La institucionalidad universitaria tuvo, infaustamente, un nada dignísimo advenimiento: y lo afirmo visto que, en su profundo, de «unus-versum» procede. Fue anatemática [instrumento para persecuciones y excomuniones], pero, con excesiva diligencia, acudía a llamados o exigencias de la corte del rey: a quien, por paga, divertía con bufonadas y también revelaba sus secretos científicos o premoniciones de la demencia alcohólica. Todavía, quien tiene el conocimiento de lo oculto o cábala es reticente al momento de instruir y encofra la fórmula para la preparación de la pócima o dopamina que provoca la gnóstica e intelectual euforia que place al erudito o ermitaño pero corroe la civilización como salitre. Hasta los novísimos [engendros] «intellegit» de la ocultación y sepultura de lo oculto que estaban por venir se apartaron y refugiaron en abadías, desiertos, cuevas o inhóspitas zonas montañosas. Mucho más tarde, prorrumpirían los de «esvástica comunicación», masones, y otros: como los «templarios» y «pravos opus» del Estado Vaticano con la figura de un pope of Deus filius.
Concedo al vocablo universidad la inflexión semántica de universalidad, que, por uso y costumbre, se asocia majestad presunta de corva institución con instructores falaces y fraudulentos epistemólogos que dictan la verdad libreto de concilio o urdimbre política-teológica [sería mejor que descartásemos el término Universo para describir al Cosmos: mi moción es llamarlo Helios]
La pluri-versión es la necesaria antítesis fenomenológica de los más [in] exactos fundamentos universitarios. Quizá por ello, en cátedras humanísticas, la vandálica doctrina de Estado ha logrado imponerse. Sin excusas ni perdón, se han apoyado y difundido ideas que lesionan los inmanentes, inalienables y de Helios derechos humanos. La Universidad debería ser un claustro para la multiplicidad, inventiva, renovación, reparo y flexibilidad de conocimientos. La llamarse Luxquo [«luz guía»] Lugar donde se defienda y custodie, con vehemencia, la Lógica: basada en el librepensamiento, instrucción, deducción, discernimiento y discusión. Es perenne categoría filosófica la inmutabilidad de la razón.
Amo un todavía hipotético Claustro Mater que, todavía, insisto en llamar Luxquo. Es y será la «luxquo institucionalidad» para el desarrollo de las Letras, Artes, Ciencias y Tecnologías que deberían blindar la Humanidad frente a hostiles y letales que la acechan. Sus franquicias transnacionales que fomentan genocidios, y propenden criminar la diversidad de creencias políticas o cultos: que asumen, mediante fábricas de armas de guerra y redacción de compendios apologéticos de la abrupta ventaja, el exterminio y segregación de la disidencia, esa, que profeso y desacata la «non iustitia» de forajidos con mando.
A causa del insólito alejamiento de los académicos de los proletariados [a quienes, morbosos, denigran y distancian por ridícula y febril supremacía] la sociedad civil auténticamente progresista sucumbió ante un claustro materno donde tiene una efímera «representatividad de Estado» fundamentada en la servidumbre frente a espadachines. Eso que fue universidad, aun cuando de bastardo origen, está herida de muerte y supura. Es de la fraternidad, socorro, misericordia, conocimiento y libertad sólo mampara política. Jamás un Palacio de Castalia y Castálidas.
Entre los adoradores de Platón o Aristocles, hubo numerosos efebos, hijos de adinerados e influyentes en el gobierno de Dionisio II, a quien fallidamente tutoró en estudios filosóficos (370-360 a. C.) porque al filósofo la «Dictata Aristoclesca» no cambió su comportamiento. Convertibles en truhanes, los sabios de la Antigüedad eran soberbios con el descalzo: empero rastreros y cómicos para el agrado de reyes e ignorantes cortesanos. Esa conducta persiste, soy testigo.
@jurescritor