Las minorías indigenistas regionales agitan desde hace años unas mingas Pamama (Pachamama-Marx-Mariátegui). Ahora, con total irresponsabilidad frente a la pandemia y queriendo someter al presidente a sus envanecimientos políticos a punta de garrotes, la nueva minga caucana avanza por enésima vez sobre Bogotá.
Dinero y tierras
En Colombia, explica el columnista Rafael Nieto: “La población indígena pasó de 1.392.230 personas, en 2005, a 1.905.617, en 2018. De 3,4% a 4,4% de todos los colombianos, un milagroso crecimiento de 36,8% en apenas 13 años. Las poblaciones indígenas se multiplican por arte de magia y ya no son 93 sino 115. Es buen negocio”. Y agrega: “Los indígenas se han ido quedando con más y más ingresos de nuestros impuestos. Del paro de 2017 se fueron con 1% del SGP, más de lo destinado a la alimentación escolar. En el Plan Plurianual de Inversiones del presupuesto nacional para este cuatrienio hay 10 billones de pesos para las poblaciones indígenas. De la minga del año pasado, las organizaciones indígenas que participaron obtuvieron 823.148 millones de pesos adicionales del gobierno”. El rubro de inversión para los indígenas del Cauca pasó de 900.000 millones a 1,2 billones de pesos, de acuerdo con fuentes gubernamentales y además poseen más de 32 millones de hectáreas, casi 28% de la tierra rural del país: verdaderos terratenientes.
Esta renovada minga salió del Cauca, como es usual, y avanza hacia Bogotá sin explicar de dónde sale el financiamiento del transporte, la alimentación y el alojamiento para unos 4000 indígenas, un alto costo para quienes plañideramente se quejan de su proverbial pobreza, mientras pelechan en medio de los mayores cultivos de coca del mundo. En la ciudad capital, mortificarán la ya complicada cotidianidad capitalina, pedirán más dinero y discutirán un nuevo “manejo del país” para 48 millones de colombianos.
Guardia y garrotes
Los garrotes con cintillas multicolores que agitan amenazadoramente son el símbolo de dotación de la guardia indígena, una estructura paramilitar aprobada en el negociado habanero. La tal organización ejerce soberanía de seguridad territorial en los resguardos, expulsa a militares y policía de sus predios, y recluta niños a quienes entrenan en formaciones, en gritos, en el manejo del bastón y adoctrinan con que el rojo de su pañoleta significa “la sangre que han derramado algunos indígenas con la policía…”, entre otras cosas.
Aferrados a esos garrotes, los mingueros miran para otro lado cuando células de las FARC o el ELN atacan la fuerza pública buscando victimas que exhibir para deslegitimar y paralizar la defensa legal y legítima del Estado. En marzo de 2019, en medio de otra minga, ocho indígenas y un universitario murieron cuando manipulaban explosivos en uno de los resguardos y un policía fue asesinado por un francotirador.
La intentona es regional
Ya desde 1986, en el Cauca se juntaron indígenas de Colombia, Ecuador y Perú en el Batallón América, una entelequia armada por Carlos Pizarro Leongomez del M-19. Por esos mismos meses, una disidencia de las FARC encabezada por su hermano Hernando y por alias Fedor Rey, torturaron y asesinaron a 164 muchachos y niños, precisamente en las montañas de Tacueyó, en donde hoy asesinan indígenas por cuenta del narcotráfico, las FARC, el ELN, y los carteles mexicanos. Los cohetes que lanzaron contra un helicóptero de la Policía en Cali, durante la minga del año pasado, son del mismo tipo de los que dispararon contra la policía en los disturbios de Quito en octubre de 2019, siguiendo las instrucciones de ESTALLIDO, un manual para la desestabilización y la toma del poder e instauración del socialismo. El Ecuador está soportando nuevo vandalismo por cuenta de las organizaciones indígenas, Bolivia tiene cruciales elecciones el 18, Chile vota su constituyente el 25 y en Colombia coincidirán los indígenas caucanos con un paro nacional convocado por la federación comunista de educadores y con miles de venezolanos desarraigados, fáciles de usar. La estrategia de desestabilización regional diseñada por el Foro de Sao Paulo y aplaudida por el Grupo de Puebla está en pleno desarrollo.
Comunidades fatigadas
A los garroteros socialistas indígenas, con jefes expectantes de ambiciones politiqueras, se opondrán comunidades estresadas por el coronavirus y sus consecuencias, hartas de los desafueros de los encapuchados incendiarios y cansadas de la hipocresía indigenista. En el sur de Bogotá mujeres organizadas y aperadas también con garrotes, rondan de noche y mantienen a raya a los delincuentes que merodean por sus vecindarios. Es previsible que ciudadanos organizados por sectores u otras afinidades, contengan las tropelías de los mingueros y de muchachos desinformados y manipulados por el ELN y las FARC. Empresarios, comerciantes, pequeños negociantes, vendedores, patriotas, ya están adquiriendo sus garrotes para impedir que estas minorías acaben con lo poco o mucho que han logrado levantar para la supervivencia de sus familias. Se puede armar una guerra de garrotes. Y los predios de la Embajada de Cuba en Bogotá, como sucedió el año pasado, puede ser la chispa inicial.
Mientras los indígenas avanzan en su desatino, en Miraflores se frotan las manos. Para qué misiles si hay garrotes.
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