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Milicias populares

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Desde su exilio en Argentina, añorando los años en que tenía las riendas del poder en su país, el ex presidente boliviano Evo Morales ha manifestado que, de regresar a Bolivia, organizaría milicias armadas populares, similares a las que existen en Venezuela; según sus palabras, unas “milicias armadas del pueblo”.

De las declaraciones de Evo Morales se desprende que este no confía en los mecanismos de la democracia, y que tampoco respeta el Estado de Derecho, o las reglas institucionales previamente acordadas y aceptadas.

Morales dar por sentado que, de retornar a su país, sería para asumir la jefatura del Estado, aunque no explica cómo llegaría a obtenerla; en todo caso, no promete acatar la Constitución ni respetar la independencia del Poder Judicial. Lo que sí afirma es que, esta vez, el manejo de los asuntos públicos no se haría en la forma prevista por la ley, ni con el auxilio de la fuerza pública, si fuera necesario, sino con el apoyo de bandas armadas, “como las que hay en Venezuela.”

Es curioso que, como parte de su campaña para regresar al poder, Evo Morales amenace con recurrir a matones a sueldo, que recuerdan a las siniestras SS, a los “Fasci di combattimento”, a los mal llamados “escuadrones de la dignidad”, de Manuel Antonio Noriega, y a los colectivos armados que pululan por las calles y avenidas de Caracas.

No se puede alegar que esas palabras de Morales, emitidas a través de un programa de radio, hayan sido malinterpretadas o citadas fuera de contexto, pues el propio Morales las ha confirmado en su cuenta en Twitter.

Transcurridos más de dos meses desde que se viera forzado a renunciar, no es este un mensaje que se pueda atribuir a la pasión del momento, sino una idea meditada y madurada; una idea que está en el alma de quien la ha comunicado a quienes quisieran escucharlo. Eso es lo que la hace más peligrosa.

A manera de explicación, Morales sostiene que, “en un Estado sin Derecho”, el propio pueblo se organiza. Siguiendo el razonamiento del ex presidente boliviano, es forzoso concluir que, en la Venezuela que le sirve de modelo, es la ausencia de un Estado de Derecho lo que ha llevado a crear “milicias populares”.

Esas milicias que Morales tiene en mente no son un componente de la Fuerza Armada para combatir a un supuesto enemigo extranjero; son personas que, a falta de otra ocupación, y a cambio de una prestación en dinero, una caja de alimentos, o incluso impunidad por crímenes cometidos, se arman para servir de matones a quien les paga. En Venezuela, más que las milicias bolivarianas, ese papel lo desempeñan los colectivos armados.

Lejos de garantizar el diálogo, el pluralismo político y el respeto a la libertad de expresión de todos los sectores, Morales anuncia que, si regresa al poder, lo ejercerá valiéndose de la fuerza bruta, para silenciar o intimidar a quienes le puedan adversar.

Cuesta creer que, después de catorce años en el poder, quien alguna vez fue electo por la voluntad popular, solo pueda ofrecer intolerancia, violencia y despotismo. En vez de prometer garantizar la libertad de sus compatriotas, Morales amenaza con caerle a palos a quienes se atrevan a pensar de un modo distinto al suyo.

La política es el arte del acuerdo y el compromiso entre distintas visiones de la sociedad; eso supone el respeto mutuo entre los adversarios, que no tienen que ser descalificados ni ser aniquilados por pensar diferente. Por eso, resulta siniestro que el modelo que Morales cita, como ejemplo a ser imitado, sea el de las bandas armadas, al estilo de las que hoy se han enseñoreado de Venezuela.

Después de 20 años en el poder, es desolador que lo único que el chavismo tenga para ofrecer como uno de sus “logros”, o como artículo de exportación, sean esos colectivos armados, producto del estruendoso fracaso de la “revolución bonita”. Pero, también, es patético el espectáculo de un dirigente político, del país que sea, que ve con beneplácito a los grupos armados que son la consecuencia del descontento social generado por políticas públicas equivocadas, y que solo se han podido imponer por medio de la fuerza bruta, que este régimen posee en abundancia.

 

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