OPINIÓN

Milei y las víctimas del “buenismo”

por Asdrúbal Romero Asdrúbal Romero

¿Ya has visto el discurso de Milei en Davos? Fue la pregunta de la semana, a través de diversos chats, así como en reuniones de cuerpo presente. Me dispuse entonces a satisfacer la curiosidad que se me había incitado. Lo vi en la soledad de mi sofá un par de veces. Al discurso de la rutilante estrella nueva del Libertarismo lo asumo como válido. En su tesis central encuentro un faro orientador para la toma de un camino, radicalmente distinto al transitado en muchos países del mundo y, especialmente, en Hispanoamérica. No debería extrañar mi postura, dada mi condición de víctima del buenismo socialista en la que han terminado condensándose mis ya muy prolongadas vivencias.

El “buenismo” al que se refiere Milei –y también mi persona de manera bastante explayada en Las sombras del bien– es un calificativo que conlleva un mensaje más satírico que realista. Lo practican quienes han caído en la tentación del “Bien” en forma de verdad absoluta. Se asumen como sacerdotes de la idea del bien más justo y que nos hará más felices a todos, lo cual se convierte en una poderosa coartada para sentirse con el derecho de imponer esa idea a los demás. Puede ser que no exista mala fe de entrada, que su sacerdocio sea impulsado por las mejores intenciones, pero, tarde o temprano, su “buena lucha” se desnaturaliza. Lo que nos revelan todas las experiencias históricas, siempre desestimadas por los buenistas, es que su empeño siempre termina refinándose en la aplicación de una lógica de la crueldad y en la creación de una casta que no encontrará límites morales ni de ningún tipo en su voluntarista obsesión por mantenerse en el poder. Esto, con prescindencia de los contundentes indicadores estadísticos que demuestren su fracaso, de la evidente destrucción que hayan causado, de los muertos y millones de víctimas que hayan gestado en su idealizado proceso de hacer el bien. ¡En el nombre del “Bien”, se ha desparramado tanto mal en la historia de la humanidad!

Hace pocos días, me encontré con un querido amigo y compañero de estudio de toda la carrera para tomarnos un café por el centro de Madrid. Comentando nuestras andanzas por el mundo para estabilizarnos, laboralmente, en actividades que nos han permitido sobrevivir, él en un país nórdico  y yo en una España que practica un edadismo brutal, me dice: «Nuestro problema Asdrúbal es que siempre trabajamos para el Estado». Exactamente, él en Pdvsa y yo en una universidad, en el inicio de nuestras trayectorias profesionales confiamos en expectativas futuras, cuya concreción dependía de la funcionalidad responsable y sostenible del Estado. No ocurrió así, el socialismo lo vació de contenido, todo lo contrario a lo que siempre ha prometido, convirtiéndole en una entelequia y una bancarrota para millones de ciudadanos. Aquello fue un error de juventud que, de volver a tener la oportunidad de vivir, no reiteraríamos en su comisión. Nuestra insoportable levedad del ser nos impide de nuevo tener esa oportunidad. Pero, los  jóvenes de ahora sí que pueden tener esa clarividencia. Esto se conecta con el espíritu y el sentido de lo que el libertarismo propone: cada cual es responsable de labrarse su propio futuro y el de sus hijos, sufragarse sus propios gastos de salud y educación, eso sí: en el marco de una economía productiva, sana y sostenible. Cumplida esta condición, nadie tendría que, ni siquiera, asomarse  a considerar las villas y castillos que un estado pudiese prometer.

Seguro estoy de que nosotros –el par de amigos– no nos contamos en el estrato de los que peor lo están pasando, pero lo cierto es que en Venezuela se cuentan por millones los que creyeron en el Estado y ahora no perciben pensiones que alcancen los 50 dólares mensuales (señalo una cota superior relativamente alta en el intento de abarcar el mayor espectro posible de profesionales jubilados de la administración pública). Este sector es solo un segmento de los millones de víctimas que ha creado el buenismo socialista en nuestros países latinoamericanos. Venezuela es el ejemplo más emblemático de la destrucción sistemática que el “buenismo” es capaz de perpetrar si no se le detiene. En Argentina, todavía no se han hundido en un foso como el nuestro y pueden acariciar la esperanza de un Milei que les detenga su caída, pero no le va a ser fácil.

¿A cuenta de qué saco a colación lo de reconocernos como víctimas del “Buenismo” en el contexto del discurso de Milei? En primer lugar, porque tal condición nos inclina a considerar, por experiencia propia, su tesis como la correcta. Pero también, y esto es lo más importante, nos conduce a exteriorizar una reflexión que no debe ser subestimada de cara al formidable proceso de cambio que implica alinearnos, estratégicamente, con la tesis libertaria. Es todo un desafío y lo es porque nuestras sociedades no están comenzando desde cero. El gran giro que se plantea Milei en Argentina y que también, Dios nos oiga, se podría plantear en Venezuela, es una transición que tiene como punto de partida la sustancial acumulación de pérdidas de toda índole derivadas del craso error socialistoide. Ese giro no puede darse si en su diseño estratégico no se contempla una especie de Plan Marshall para las víctimas del largo ayer buenista.

No todos los sectores de nuestra sociedad tienen el mismo nivel de capacidad de respuesta a los retos que plantearía el giro libertario, ni la misma posibilidad de beneficiarse de él en un lapso manejable. A un señor de sesenta años que ha dado toda su vida al estado y que ahora se encuentra en ruinas –o quizás fue un excelente cliente reposero del Buenismo pero igual no le puedes segregar–: ¿Con cuál música y qué instrumentos le incorporas al proceso de avanzar hacia la libertad? Y los jubilados en un segmento etario interesante no son las únicas víctimas, aunque sí las más evidentes, Igual cabría señalar a educadores de mediana edad muy insuficientemente formados, en términos académicos, e integrados en planteles docentes de escuelas en ruinas. O de similar manera, a profesionales de la salud desempeñándose en calamitosos centros de atención primaria y urgencias hospitalarias. Todos ellos sepultados bajo escombros de una demencial pauperización salarial.

El plan correcto demanda la revisión sector por sector de esos descomunales bolsones de víctimas del “buenismo”.  Hay que tener previsto de antemano cuál es el rol que ellos van a desempeñar en la transición libertaria y qué ayudas van a recibir para poder ejercerlo. Ni por razones morales ni de la más elemental praxis política, ningún liderazgo puede plantearse que a ellos se le deje afuera de la magnífica marcha libertaria hacia la prosperidad. Hacerlo la convertiría en no más que una burbuja propensa a fracasar en el primer difícil recoveco del proceso. Es necesario tener en cuenta esta realidad social heredada de demasiados años de “buenismo”. ¿Tenemos equipos de expertos pensando en esto?