Faltan menos de tres semanas para la primera vuelta de las presidenciales argentinas y Javier Milei está embalado a una victoria clara, aunque, según las encuestas, tendrá que disputar la segunda vuelta con el candidato del kirchnerismo, Sergio Massa, o con Patricia Bullrich, de Juntos por el Cambio. Las alarmas están prendidas desde hace tiempo no solo en la nación sureña, sino en muchos círculos de América Latina, por lo que significaría el triunfo de quien se presenta como un transgresor que amenaza con producir un sacudón en el ordenamiento político y los valores que han regido por décadas al país de los gauchos.
Pese a que hay razones de sobra para temer que la llegada de Milei al poder generaría inestabilidad y conflictividad, es indudable también que él es consecuencia de un orden de cosas insostenible, donde la corrupción de la clase dirigente y del modelo populista y clientelar, con el sello indeleble del peronismo, han llevado a un profundo retroceso económico y social al país que llegó a ser el más rico de la región -y de los más ricos del mundo- en las primeras décadas del siglo XX.
Y si bien es cierto que esa decadencia -palabra de Milei- tiene como protagonista principal al kirchnerismo (esa versión del peronismo que se impuso en el siglo XXI, que aunque solo es sutilmente autoritaria, rivaliza en corrupción y perversiones políticas y sociales con el castrismo y el chavismo, las expresiones más radicales y difundidas de la izquierda radical en al región en las últimas décadas), está a la vista que los círculos centristas que prometían ser una vía de escape y renovación, encarnados en Juntos por el Cambio, se han hecho parte del mismo orden cosas, y sobre todo después del fracaso económico que tuvo la gestión de Macri, ya no representan una alternativa creíble para que la sociedad argentina salga de la pobreza y el declive económico.
Excesos e intolerancias aparte, puede concedérsele a Milei que está muy aproximado a la verdad cuando habla de castas, pues la hegemonía que ha desarrollado el peronismo a lo largo de ocho décadas (en justicia, compartiendo la hegemonía con el radicalismo, aunque este casi siempre en un plano secundario) casi no tiene parangón en la región. Exceptuando el Partido Colorado de Paraguay, es virtualmente el único de los grandes partidos populares de América Latina de principios y mediados del siglo XX que sigue incólume, manteniendo una posición dominante (ni siquiera el PRI, arropado por la derecha del PAN y posteriormente por su descendencia, Morena). No ha sido una casta cerrada, ciertamente, y ha pasado por sus etapas de renovación -la más importante, sin duda, el período de Menem- pero representa lo más arquetípico y tradicional de las élites políticas de las sociedades industriales del siglo XX, que, vía sustitución de importaciones, adelantaron la modernización y la democracia de masas en América Latina.
Milei puede considerarse como la versión tecnocrática de los outsiders que en las últimas dos décadas han emergido en la región y el mundo para intentar romperle el espinazo a esas élites -en sus palabras, castas- del industrialismo, cuya expresión principal lo constituye la clase política profesional, analizada agudamente por Weber y Michels, y concebida y desarrollada, doctrinaria y organizativamente, por Lenin; élites nuevas que abren caminos llenos de incertidumbre en un mundo global que lleva el signo del relativismo posmoderno y de la lucha y competencia de civilizaciones. Como casi todas esas figuras, su liderazgo viene envuelto en el manto del personalismo político, lo cual puede observarse en las experiencias de Fujimori, Chávez, Evo, Trump, Erdogan, Modi, Bolsonaro, y, más recientemente, Bukele (para mencionar solo algunos de una lista cada vez más larga).
Si damos por sentado que todo personalismo político viene asociado -aunque en grados y modalidades distintas- con el autoritarismo, no deja de ser contradictorio y paradójico que Milei se proclame y se ufane de ser anarcocapitalista, una filosofía política relativamente reciente, inspirada principalmente en la escuela económica austríaca, y que pregona la tesis de un estado mínimo y la defensa a ultranza de las libertades individuales. La paradoja está en que para poder ejecutar el programa de shock que ha planteado y plasmado en su programa de gobierno, tendrá necesariamente, dentro del actual cuadro constitucional y legal argentino, que obtener un importante apoyo parlamentario que está muy lejos de alcanzar por sus propias fuerzas.
Quizás por eso él ha matizado su mensaje, y habla de aplicar las reformas en tres grandes etapas, acotando que se trata de varios lustros y décadas -como ejemplificó en el debate, cuando habló de un lapso de 35 años para alcanzar resultados semejantes a los de Estados Unidos- introduciendo cierta noción de progresividad, como intentando, seguramente, calmar a los mercados y reducir un tanto las altas expectativas y los temores que ha generado con sus posturas extremas y su verbo exaltado.
De ganar -y obviamente tiene un gran chance, sobre todo si quien pasa a la segunda vuelta es Massa, como dicen las encuestas- no le quedará más remedio que entenderse con las fuerzas de la centroderecha representadas por Macri, Bullrich y Juntos por el Cambio; a menos que quiera convertirse en una versión más refinada de Pedro Castillo y chocar de bruces con su criticada casta. Milei, de hecho, ya hizo unos coqueteos algunas semanas atrás con Macri, demostrando que al menos tiene sentido claro de la limitante realidad que le envuelve.
La gran pregunta es si tendrá el talante, la paciencia y la habilidad suficiente para entrar en esa dinámica tortuosa -propia de la política parlamentaria democrática- de construcción de acuerdos y alianzas, necesarias para adelantar su ambicioso y drástico programa liberal. La deriva hacia un autoritarismo político a lo Bukele, no parece, de buenas a primeras, una opción viable para él, al no poseer la mayoría que alcanzó este en el parlamento. Todo apunta a que se le viene a Argentina un período convulso, donde la elección entre viejos y nuevos valores e instituciones creará agudas presiones a todos los ciudadanos, a la sociedad civil y a las fuerzas vivas del país en general.
@fidelcanelon
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