OPINIÓN

Milei: ¿el «loco» necesario?

por Alfredo Coronil Hartmann Alfredo Coronil Hartmann
Latinoamérica rompió con la izquierda en 2023

Foto:EFE

Debo empezar por reconocer que soy –desde siempre- bastante argentinofilo a pesar de mi infancia “gringa”, regresado a Venezuela a los 7 años de edad, en plena dictadura militar, estuve acá para presenciar el advenimiento de la televisión, las maldades de Záscandil y Escandulfa, El Inspector Nick, la lucha libre, era el mundo de posguerra risueño pero en el fondo grave. Yo sabía, la mayoría de mis amigos contemporáneos, mis compañeros de colegio, lo ignoraban, que algo turbio se movía tras el brillo de los escaparates y la sonrisa profesional de los policías uniformados de kaky. Mi abuelo materno era el hombre delos 1000 hobbies y entre ellos la fotografía y el cine, ellos me permitieron reírme desde niño con los disparates de Niní Marshall, Tito Luisiardo, Pepe Arias, Luis Sandrini, Tita Merelo y desde luego Hugo del Carril y su voz y prestancia. Creo que desde entonces y a despecho de los años vividos en Michigan, se fue amueblando mi buhardilla de recuerdos y fantasías rioplatenses, si sumamos mis años de estudios universitarios en Chile, la impronta del Cono Sur ha sido indeleble.

Desde que vi y empecé a entender lo que había sido el peronismo, que destruyo al país más desarrollado y próspero de Latinoamérica, lo calé. Una vida de observación me ha permitido ir digiriéndolo y entendiéndolo. No es materia para un artículo de opinión intentar desarrollar un análisis sociopolítico detallado, pero se trata de un fenómeno de trascendencia y reclama mayor espacio y tiempo, no se puede despachar someramente.

Hoy siento la tentación de celebrar el triunfo de Milei, sin mas preámbulos, pero en Venezuela, donde todo el mundo nace aprendido, es mi deber decir algo más, al menos recomendarles que no se precipiten. Si Milei logra enterrar el morbo peronista, sería yo el primero en desear su elevación a los altares, pero les aseguro que es un “bicho” muy duro de matar y razones hay para ello.

Cuando una situación de profunda injusticia social se enquista en la profundidad del alma de una nación, sus efectos no desaparecen con afeites cosméticos, ni discursos incendiarios. La riqueza argentina de raíz y origen agropecuario, los grandes fundos, las interminables puntas de ganado, las enormes distancias fueron creando una sociedad estratificada y progresivamente cerrada, casi blindada, abiertamente aristocratizante. Desde luego refinada, culta, exquisita, pero lamentablemente divorciada de las clases populares; no solo divorciada, más bien cortada a pico de los descamisados. Una muy incipiente clase media sin mayores estímulos, más allá de los simples logros económicos no fue capaz por sí sola de asumir el liderazgo, de allí los pasos y contrapasos de los experimentos “radicales” Frondizi, Balbin, Alfonsín, etc. En ese entorno socioeconómico la vía del “hombre providencial” estaba pre marcada, casi inevitable…

Ese hombre providencal fue el militar Juan Domingo Perón, hizo sus estudios de “actuación” siendo agregado en la Italia del Facio, copió cada gesto de Mussolini, sacaba la mandíbula, se hizo diseñar uniformes literalmente copiados de los del Duce y adaptó con mas o menos éxito el estilo populista mezcla de socialismo, corporativismo y sobretodo irresponsable oportunismo con el cual mareo y engaño -con indudable éxito- a un gran pueblo, pero carente de verdaderos líderes, saturado de frustraciones y de tolerar menosprecios y segregación. No tuvo que hacer mucho, su oratoria tremendista, que bramaba contra los mandarines de la vieja y poltrona oligarquía ganadera, los duques estancieros y displicentes petimetres de los café-concert, hicieron las veces de un bálsamo divino en los oídos populares para completar la escena llevaba a su lado a una hermosa rubia, actriz de reparto, llena igualmente de resentimientos y complejos, revanchista y ávida, cuajada de brillantes y otros objetos lustrosos, que llenaban el único requisito de ser mas grandes que los exhibidos por las “matronas” del antiguo régimen (muchos años después llegue a tener en mi mano un solitario “de Evita” de 22 carates, del diámetro de una moneda de dos bolívares, que el desconsolado viudo le vendió en Caracas, durante su exilio venezolano, a un magnate criollo de origen libanés). Las multitudes argentinas no se preguntaban de dónde salían las ostentosas guarataras, lo que importaba era que quien las poseyera no fuese una Alvear, Bosh o Escasany -por ejemplo-, era el odio o el revanchismo la carta de legitimidad.

Toda esa mezcolanza de resentimientos satisfechos o al menos aliviados, el bálsamo auditivo de la revolución vocinglera, las estolas de zorros plateados o los abrigos de mink, las diademas y demás adornos con los cuales se enjaezaba la doña, bastaron para que los deletéreos esposos pudieran cargarse la economía del emporio porteño, arruinaran una ganadería gigantesca, se fumaran el aparato productivo de uno de los mayores suplidores de trigo del planeta; bastaron al parecer para mantener una hegemonía política que en el poder o fuera de él era decisiva. Ladrón o no ladrón / queremos a Perón.

El candidato Milei hizo una campaña que lo exhibió como otro de los especímenes peculiares que gustan en estos tiempos de esperpentos y decidido mal gusto, compartiendo algunos de sus mensajes y sobre todo su enfrentamiento al peronismo-kirchnerismo, no lograba sentirme tranquilo o al menos esperanzado en él. Pero, he aquí, que desde que recibió las aguas lustrales del voto popular, emergió del proceloso mar electoral no solamente con una mayoría consistente y un juicio claro y asertivo. Percibo en sus palabras y en sus actos de gobernante la seguridad de quien midió muy bien la magnitud del reto asumido, así como las acechanzas de una travesía que será siempre peligrosa entre contendores que han probado ser capaces de no reconocer límites ni titubear por escrúpulos ni éticos ni morales.