Javier Milei se convirtió en el presidente electo de Argentina con una cómoda mayoría sobre su rival, Sergio Massa, el candidato peronista. Su discurso y sus propuestas irreverentes y rupturistas lograron atraer la atención de los millones de votantes que sufragaron por él. Este grueso volumen estuvo integrado por jóvenes desencantados con el sistema político y frustrados porque no ven opciones redentoras en los grupos que controlan el poder desde hace décadas; adultos mayores decepcionados porque la inflación les pulverizó los salarios o las míseras pensiones que reciben; trabajadores empujados a refugiarse en el incierto mundo de la informalidad. Cada sector tenía sus razones específicas para ver en Milei una alternativa de cambio y renovación.

El presidente electo ahora está obligado a cumplir las promesas que lo catapultaron al liderazgo del país. Ya no es el iconoclasta conductor de un programa radial en el que se dedicaba a destruir el sistema vigente, agredir a sus invitados e insultar a todo aquel que no comulgara con su ideario anarco capitalista. Ya no es el agitador poseído que proclama sin pagar ninguna consecuencia que el Estado tiene que reducirse al mínimo y que toda la responsabilidad debe recaer en la sociedad y en la iniciativa privada. Ahora se mueve en el espacio del Estado democrático donde operan ciertas leyes que debe respetar. Donde todos lo observan con atención y lo evalúan. Donde operan los partidos que lo adversan y los grupos de presión que defienden sus intereses particulares, tal como ocurre en todas las naciones democráticas complejas. Y Argentina es de las más tramadas.

Milei no cuenta con mayoría en el Congreso. Tendrá que construirla atrayendo a sus posiciones las capas del peronismo menos estatistas e intervencionistas. Construir la mayoría parlamentaria constituye un requisito indispensable para, por ejemplo, eliminar en un plazo de tres años el Banco Central, tal como lo propuso luego de su victoria. Durante la campaña electoral alguien le advirtió que no era posible llegar a la Casa Rosada y decretar la abolición de esa entidad. Ahora, se fijó un plazo relativamente largo para honrar su promesa. Tomó conciencia, primero, de que Argentina no cuenta con suficientes dólares; y, luego, que debe sanear la economía, poniendo las cuentas en orden. Aunque mantiene su oferta, al menos ha dado muestras de pragmatismo y realismo.

En donde ha exhibido una inexperiencia, combinada con soberbia, alarmante es en el plano internacional. Esta es una esfera en la cual la estridencia y los arrebatos resultan perjudiciales. Invitar a la toma de posesión a Jair Bolsonaro representa una provocación y una agresión a Lula da Silva y al Gobierno de Brasil. Bolsonaro, bajo el pretexto de un supuesto fraude, ¡siendo él el Presidente!, promovió el año pasado una rebelión sediciosa contra Lula, electo de forma tan democrática como lo fue Milei hace pocos días. Tensar las relaciones con el principal país de la región y uno de los principales socios comerciales de Argentina, implica mucho más que una imprudencia. Con respecto a China, ha dicho que no mantendrá relaciones con ese país ‘comunista’. Hay que aclararle que el régimen chino es autoritario e incluso totalitario, pero desde las reformas de Deng Xiaoping hace más de 40 años, dejó de ser comunista. La propiedad privada cada vez adquiere mayor peso dentro de la composición de PIB. Argentina necesita de un volumen masivo de inversiones que sostengan esa frágil economía. China podría ser un accionista importante. Una cosa es mantener relaciones equilibradas con el imperialista gigante asiático, y otra romper con él.

Su postura contra Nicolás Maduro hay que analizarla con cuidado. Ambos mandatarios se encuentran en los extremos del espectro político. La oposición venezolana tendrá que agradecerle a Milei que, a diferencia de Alberto Fernández, Argentina dejará de ser un aliado internacional del gobernante venezolano. Sin embargo, la mayor contribución de los presidentes latinoamericanos que apoyan el retorno a la democracia en Venezuela, consiste en tenderle un cerco diplomático a Maduro que vaya presionándolo, hasta obligarlo a cumplir con los acuerdos alcanzados en Barbados, cuya cláusula fundamental se refiere a la convocatoria de elecciones libres, competitivas y supervisadas por la comunidad internacional. Para alcanzar ese propósito, me parece más conveniente el consenso y los acuerdos entre países con gobiernos de distintas tendencias. La confrontación abierta con Maduro planteada por Milei, solo llevará a la polarización de los mandatarios de la región. En este contexto, Maduro podría lograr la solidaridad de varios gobernantes y reafirmar su propensión a impedir unos comicios justos. La excusa ideal sería el eventual recrudecimiento de las sanciones. Resulta más útil la posición conciliadora del Reino de Noruega y de los países amigos de Venezuela, que la beligerancia expresada por Milei.

La mayoría de los argentinos se pronunció por Javier Milei. Le deseo suerte a ese país tan hermoso y solidario con los venezolanos que han emigrado.  Le doy el beneficio de la duda al Presidente electo, con todas las reservas que el personaje me produce. Estoy convencido de que deberá ajustarse a las leyes de la política si quiere lograr el éxito.

@trinomarquezc

 


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