Resulta imposible abordar la danza escénica de Venezuela sin considerar los determinantes aportes de un notable número de artistas migrantes, que arribaron al país por disímiles razones para propiciar el movimiento dancístico nacional.
La danza venezolana llegó a ser considerada como un universo rico, diverso y complejo y, en buena medida, esta realidad se vincula con la presencia, en muchos casos dilatada y en otros definitiva, de bailarines, maestros y corógrafos que provenientes de otras realidades geográficas, sociales y culturales, contribuyeron sustancialmente al surgimiento y el desarrollo de una actividad sólida, dotándola de sentido de identidad y universalidad.
Como hecho escénico, la danza en el medio nacional, en todas sus manifestaciones conceptuales y estéticas, ha sido una expresión gestada, proyectada y profesionalizada a lo largo del siglo XX. A través de ese trayecto, el trabajo de creadores extranjeros orientó el camino a seguir. Así fue desde principios de los años treinta, cuando la bailarina rusa Gally de Mamay, presunta antigua integrante de los revolucionarios Ballets Rusos de Diaghilev asentados en París, llegaba a Caracas procedente de Nueva York y de Managua, para convertirse, así lo refiere la convención histórica, en la primera maestra en dictar clases de danza académica entre nosotros. De Mamay dejó huella en sus alumnas, pertenecientes a las esferas sociales privilegiadas de la época, a quienes todavía llegaban los ecos de las actuaciones de la célebre Anna Pavlova en el Teatro Municipal de Caracas y el Teatro Municipal de Puerto Cabello, a finales de 1917. Algunas de ellas intentarían más adelante hacer de la danza una profesión y una forma de vida.
Otros bailarines llegarían a Venezuela durante esos mismos años y en las décadas siguientes para transmitir su conocimiento y su oficio. Así, el ruso norteamericano Basil Inston Dmitri y la austriaca Steffy Stahl, se incorporarían al nuevo proceso educativo que se iniciaba en el país a comienzos de los años cuarenta, a través de las denominadas escuelas experimentales, haciendo del estudio creativo del cuerpo una posibilidad al alcance de buena parte de la población estudiantil.
Durante esa misma década, los bailarines argentinos Hery y Luz Thomson y los irlandeses David y Eva Grey, ex integrantes de los Ballets Rusos del Coronel de Basil que recién habían actuado en Caracas, asumieron la dirección de un proyecto pedagógico inédito alrededor de la danza: la Cátedra de Ballet del Liceo Andrés Bello y también, los primeros, del llamado Club del Ballet. A su vez, el inglés Henry Danton, primera figura del Sadlers Wells Ballet de Londres, la rusa Lila Nikolska y el checoslovaco Miro Anton, procedentes del Ballet de la Ópera de Praga, se convertirían en pilares del proyecto Escuela Nacional de Ballet, promovido por la venezolana Nena Coronil, mientras que las rusas María Tuliakova y Nina Nikanórova llegaban a la ciudad de Valencia para cumplir con labores docentes y artísticas. Eran tiempos de conflictos bélicos en Europa y América se ofrecía como una tierra de oportunidades.
También la danza contemporánea venezolana tiene en un creador extranjero su punto de partida y su desarrollo inicial. El mexicano Grishka Holguín arribó a Venezuela en 1948 para formar a los primeros bailarines dentro de las tendencias de la llamada danza moderna. El Teatro de la Danza, la Escuela Venezolana de la Danza Contemporánea, la Fundación de Danza Contemporánea, el Teatro de la Danza Contemporánea, la Compañía Nacional de Danza y el Taller Experimental de Danza de la Universidad Central de Venezuela Pisorrojo, fueron algunas de las instituciones en las que Holguin ofreció su desempeño creativo. Juan Monzón, natural de las Islas Canarias, se convertiría en uno de sus discípulos fundamentales, además de reconocido bailarín, maestro y coreógrafo de dilatada trayectoria, finalmente establecido en Valencia.
A finales de años cincuenta, Lidija Kocers, ex integrante del elenco de los Ballets de Kurt Jooss y Agnes de Mille, se residencia en Caracas para llevar a cabo una larga y ejemplar actividad pedagógica a través de la Escuela Ballet Arte por ella fundada. A partir de esa misma época, la Academia Interamericana de Ballet y el Ballet Nacional de Venezuela, ambas iniciativas de Irma Contreras y Margot Contreras, contaron sistemáticamente con recursos docentes y artísticos internacionales, que llevaron a ambas instituciones hacia lugares elevados de desempeño: Henry Danton, Vaslav Veltchek, Harry Asmus, Carlos Carvajal, William Dollar, Juan Giuliano, Mario Ignisci, entre ellos. Del mismo modo, la bailarina ucraniana Irene Levandovsky y la holandesa Sonja Köster, se radican en Maracaibo, al tiempo que la maestra ruso finlandesa Natalia Bodisco lo hace en Maracay, para iniciar la actividad de formación de talentos humanos en el área del ballet clásico en estas regiones.
La danza escénica de expresión nacionalista venezolana recibió igualmente la influencia de artistas foráneos llegados a estas tierras. Los españoles José Jordá, Antonia Calderón y Joaquín Pérez Fernández, la austríaca Margarita Jonis y los colombianos Jacinto Jaramillo y Cecilia López, entre otros, se incorporaron al trabajo de enseñanza, dirección teatral y puesta en escena de los espectáculos de las agrupaciones de danza surgidas dentro del Retablo de Maravillas, programa estatal dirigido a estimular en el sector de los trabajadores la utilización creativa del ocio.
La primera bailarina polaca Nina Novak, figura de los Ballets Rusos de Montecarlo, se estableció en Venezuela a principios de los años sesenta, iniciando su actividad educativa y artística en el Ateneo de Caracas, así como en su academia particular. Década también en la que el maestro ruso Kiril Pikieris y la maestra mexicana Evelia Beristain asumieron inicialmente la dirección de la compañía Danzas Venezuela, justo en los inicios de un alternativo proceso político en el país, que posteriormente asumirían Yolanda Moreno y Manuel Rodríguez Cárdenas. La bailarina colombiana de danza clásica Inés Mariño se establece en Caracas, los maestros de chilenos Ana Blum y Alfonso Muñoz realizan labor profesional en Maracaibo. Marisol Ferrari, bailarina uruguaya formada también en Chile y ex integrante del Ballet del Sodre de Montevideo, arriba a la capital zuliana para desarrollar un movimiento de danza contemporánea regional, creando el proyecto formativo, artístico y divulgativo Danzaluz.
A partir de los años setenta y hasta ya entrado el siglo XXI, el aporte de profesionales extranjeros a la danza venezolana se incrementa notablemente. La holandesa Mirjam Berns actuó como bailarina, coreógrafa y maestra del Taller de Danza Contemporánea de Caracas. También forman parte de esta relación, que no busca ser exhaustiva: los argentinos Rodolfo Rodríguez, Héctor Zaraspe y María Teresa Carrizo; el uruguayo Rubén Echeverría, el puertorriqueño José Parés, los yugoslavos Sasha Gosic y Nedo Vojkic, los cubanos Enrique Martínez, Julio Lamas, Mercedes Barrios, Caridad Espinoza, Elena Madan, Edelqui Cruz, Magaly Suárez y también Ramona de Saá, Rosa Elena Álvarez, Adria Velásquez, Zoila Fernández y Maricel Bastard; el húngaro Iván Nagy, así como los estadounidenses Zane Wilson, Dale Talley y Gina Bugatti; el israelí Offer Zaks, los rusos Eric Volodin, Vladimir Lopujov y Vladimir Issaiev, el búlgaro Rumen Rashev, la lituana Ruta Butviliene, y los rumanos Fred Bordeianu y Mikhaela Thosluanu, entre ellos. Los nombrados destacaron por sus relevantes actuaciones en el Ballet Nacional de Venezuela, Ballet Internacional de Caracas, Ballet del Teatro Teresa Carreño, Ballet Nuevo Mundo, Ballet de Maracaibo, Ballet Metropolitano, Ballet Contemporáneo de Caracas, Ballet Clásico de Cámara, Escuela Nacional de Danza y Ballet Juvenil de Venezuela.
La danza contemporánea venezolana a partir de los años ochenta recibió a intérpretes, maestros y creadores reveladores, quienes la orientarían por caminos de experimentación dentro de postulados vanguardistas: el franco mexicano Jacques Broquet, cofundador y codirector de Danzahoy, así como la inglesa Julie Barnsley y la estadounidense Diane Noya, creadoras del proyecto Acción Colectiva. Igualmente, los cubanos Alexey Taran y Osmany Téllez, integrantes de Neodanza, además del neozelandés Jeremy Nelson, maestro y coreógrafo de Espacio Alterno.
Por distintas rutas llegaron a Venezuela. Para algunos fue solo un tránsito temporal pero influyente. Otros, permanecieron aquí definitivamente. Son creadores venidos del mundo, cuyas realizaciones dentro del país propiciaron los alcances de la danza escénica venezolana.