Viendo lo que mis ojos ven en el campo minado de una oposición llena de desencuentros difíciles de calificar, pero que tienen como punto de partida, y también de llegada, la lucha, en muchos casos innoble, llena de golpes bajos, por el control del poder, me vino a la mente un relato de Jack London donde se narra la rivalidad de dos personajes que compiten de manera tan extrema por lograr imponer su supremacía, que terminan por destruirse y desaparecer.
Eso pareciera estar ocurriendo entre dos bloques opositores, enfrascados desde hace lustros en una polémica cuyo tema ha sido, cómo salir de la dictadura, si con plomo o con votos, que dado su carácter de irreconciliable, ha hecho un daño inmenso, no solo a los bloques en competencia, sino a la democracia, a la esperanza y la fe de todo un pueblo que pide a gritos a toda su dirigencia, salvar a Venezuela.
Lo lamentable es que mientras este debate encuentra un cauce que lleve a un final, mientras la geopolítica determine el cómo y el cuándo, no importa si en Noruega, en Suecia y lo más probable en el hilo telefónico que comunica a Putin con Trump, sin dejar de pasar por Jinping, por Teherán y por Cuba, Venezuela sigue en manos del castrocomunismo, desangrándose por los cuatro costados, con una diáspora que no cesa, con una soberanía perdida, con sus recursos devorados por intrusos y bandas criminales con el permiso de un régimen cuya perversión no parece tener fin.
Todos los días nos preguntamos qué va a pasar en Venezuela, cuándo y cómo llegará, si es que llegará algún día, no importa si en fecha imprecisa, el fin de esta dolorosa agonía, qué más hay que hacer para que se entienda que requerimos una solución ya, sin demora de tiempo, sin más derramamiento de sangre, sin más gente perseguida, maltratada, torturada cuando no suicidada o desaparecida. Todos los días todavía nos preguntamos cuándo la dirigencia opositora entenderá que sin una unidad a prueba de G2, de KGB, de Hezbolá, de mafias traficantes de todo tipo de crímenes, no se podrá salir del régimen, contar con el apoyo de la comunidad internacional, hacer cada vez más firme la decisión de nuestros vecinos más cercanos de apoyarnos, tocados como están en el pleno corazón de su propia seguridad por culpa de la dictadura castrocomunista que reina en Venezuela bajo la inclemente dirección cubana. Cuándo entenderán que cualquiera sea el camino, este se verá interrumpido, frustrado sin una unidad a toda prueba que lo sustente.
Me atrevo a preguntarle a quienes apoyan la ruta de Guaidó, si en verdad ellos piensan y están convencidos de que sin una férrea e indivisible unidad nacional es posible no solo el cese de la usurpación, tan complicada y por hora tan invisible, sino un gobierno de transición capaz de garantizar la gobernabilidad indispensable para el rescate y la recuperación pacífica del país, y con ella poder llegar a unas elecciones verdaderamente libres en las que se puedan medir todos aquellos que aspiran a conducir el país. Pónganse las manos en el pecho y respondan con la mayor sinceridad de la que dispongan. Le aseguro que la respuesta es no.
Igualmente le pregunto a quienes insisten en la vía de la fuerza para salir del régimen si en verdad ellos creen que sin una unidad a toda prueba que respalde esa posición pueda haber algún país que lo haga. Es posible que algunos países o gobiernos de la comunidad mundial piensen que dictaduras comunistas y además corruptas no salen con votos, así haya ejemplos como el de Pinochet, para hablar de uno más cercano a nosotros, que habla nuestro mismo idioma y que tiene como uno de los padres de su democracia a un venezolano llamado Andrés Bello. No dudo, sin embargo, como lo afirman los principales voceros de la teoría de la fuerza, que existan países de los que nos apoyan, que piensen que la dictadura venezolana solo sale por la fuerza, pero la mala noticia es que ninguno de ellos está dispuesto a pasar de la teoría a la práctica.
Después de haber seguido, paso a paso, a lo largo de estos veinte años, este proceso de destrucción sistemática de nuestra institucionalidad a manos del castrocomunismo, de haber presenciado el derrumbe de los viejos partidos, el surgimiento de otros, igualmente perseguidos y en peligro, de haber tomado nota y comentado todas las propuestas que han tenido vida a lo largo del proceso, que si hoy los problemas de Venezuela se están dirimiendo en mesas extranjeras, si hoy las soluciones nos vendrán impuestas por una comunidad internacional que con base en sus propias conveniencias dirá qué es lo que debemos hacer, después de completar la agenda que le imponen sus propios intereses, si hoy hay demasiadas voces extranjeras en torno a una mesa discutiendo el destino de nuestro país, lo debemos en buena parte a la desunión de nuestra oposición, a la intolerancia de posiciones extremistas, a esa mala costumbre, o mejor llamarla aberración, de satanizar todo aquello que no hable nuestro propio lenguaje, esa aberración que nos lleva a execrar sin solución de continuidad, lo que una vez ponderamos.
Si nos detuviésemos unos pocos minutos a repasar el via crucis sufrido en la travesía de este desierto inhóspito, lleno de espinas, de piedras, de arrebatos y en ocasiones condimentado con pasiones muy bajas, podríamos ver cuánta incoherencia, cuánta falta de madurez, cuánta falta de reflexión, habita en nuestras deficiencias ciudadanas y con toda seguridad nos sentiríamos mal y arrepentidos de nuestra reacciones al ver frustrados nuestros deseos, sin entrar a analizar las razones. Nadie se ha salvado de los arrebatos de la ira extremista que ha perturbado mayoritariamente todo intento de unidad a lo largo de estos veinte años de castrocomunismo, que en muchos casos parece no tener fin en nuestras propias filas.
Todavía suenan en mis oídos las aclamaciones de todo un pueblo inconforme con el rumbo que Chávez por deseos expresos de Fidel, le puso a Venezuela, a los líderes que fueron apareciendo en la lucha, pero igualmente suenan con fuerza inaudita los repudios a Rosales, a Capriles, a Ramos Allup, ahora a Leopoldo López, gracias a cuyo sacrificio el mundo pudo enterarse de los horrores de la dictadura, y como si todo eso no bastara para saciar la ira, los que están en marcha con la intención de pulverizar el liderazgo de Guaidó, actos que no proceden exclusivamente de las filas del régimen, sino, grave y dolorosamente, desde trincheras de la misma oposición, hechos que se evidencian todos los días con la línea de ataque que los opositores enemigos de la ruta activan en los medios, en las redes sociales, en el chisme y el murmullo que ponen a circular ya sin miramientos, ni disimulos, sin entender el daño que hacen y se hacen a ellos mismos.
Tengo mis dudas de que con una oposición visceralmente dividida por el extremismo y el todo o nada, pueda liberarnos de una tragedia que se hace cada vez más grande, más profunda y más temible, por culpa no solo de la perversidad e inmoralidad del régimen, sino por los comportamientos de una oposición que perdió la capacidad de hablar con ella misma.
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