OPINIÓN

Mientras no llega el autobús, ni el Metro 

por William Anseume William Anseume

Hace casi ochenta años, Miguel Otero Silva escribió una «novela corta» titulada Mientras no llega el autobús. O sea, como se desenvolvía la vida de la niña Nelly, luego transformada en doña Nelly, junto a los demás colistas, en la espera del transporte. El cuento sería intrascendente y muy temporalmente localizado, si luego de más de ocho decenios no estuviéramos peor.

Sobre todo en estos absurdos momentos revolucionarios en los que escasean la gasolina, el gasoil, las posibilidades de tener un carro en buen o mal estado y un transporte «colectivo» medianamente acorde con la realidad de transportación urbana; el ciudadano común, yo entre ellos, sufre calamidades mayores a los de los años cuarenta capitalinos del pasado siglo. No hablemos del transporte inter o suburbano. Justamente hacia este final de año, he tenido que desplazarme de mi pueblo a Caracas y en la gran ciudad hasta la Catia del cuento. Dante no conoció lastimosamente esta «revolución bonita».

Se nos va la vida a los transeúntes en espera de una posibilidad de llegar a casa por medios locomotivos diferentes a los dos pies andando, como infinidad de veces sudorosas me ha tocado. Pensando que es mejor alternativa que la larga espera de un tren maloliente, atiborrado en pandemia, destartalado singularmente, donde uno se cansa parado y se tensa angustiado por los posibles robos, en largas horas de vida invertidas para solo ir de un punto cercano a otro. Obviamente, en la Caracas siglo XX de por los años cuarenta no existía ni el proyecto del Metro. La «gran solución para Caracas» no había llegado. Tampoco la destrucción ejecutada por Chávez y Maduro, junto a sus secuaces. No existía la densidad poblacional de ahora. Es verdad.

Pero los servicios públicos han sido materia ampliamente descuidada por la «revolución». En el entendido de que, como durante los primeros cincuenta años del pasado siglo, la gente común ha sido lo menos importante para los regímenes en el poder. He visto hacia Maracay un casi prehistórico bus azulito de Las Delicias. ¿Como puede aun funcionar? ¿Como puede esa reliquia llevar pasajeros con algún tipo de comprensión de lo que puede ser el confort y la comodidad para un largo viaje diario? Imposible.

Las políticas públicas posrevolucionarias deberán centrarse en el ciudadano común. Siempre preterido, como ya se ve. Los servicios y la atención de todas las necesidades básicas para una vida acorde con estos tiempos dinámicos tiene que ser una oferta permanente y una realidad cuando finalmente salgamos de la tragedia roja, no solo por la sangre. Los grandes temas políticos, como no, deben ser asunto diario en la diatriba por sacarlos del poder y por arribar a el. Pero al individuo común no solo hay que escucharlo en su calamidad diaria, hay que gestar una vida digna para los caraqueños, para los venezolanos. Espero que no sea tarde, espero que no haya pasado el autobús y no tengamos que esperar otro cuento ochenta años después, cuando ya no estemos, para el desenlace, y que la novela sea realmente corta. Tan corta como la que genialmente nos llegó MOS, para recordarlo en navidad.