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Mientras el cuerpo aguante que la voluntad no falle… ¡Ni la memoria tampoco!

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Set del programa de TV El túnel del tiempo, estrenado en Estados Unidos en 1966

 

En Escandinopla, lejano en el tiempo, desde que éramos mozas y mozos ¡muy buenmozos! todos los de esa generación nos vimos beneficiados con las generosidades de un tiempo de bonanza. Tantos fueron los dones que todavía hoy los disfrutamos por el universomundo y hasta han bautizado a todo ese grupo etario con un nombre medio solemne: la Generación Silver.

Parece que son muchas las virtudes de ese grupo. Una de ellas, dicen que es la buena memoria que todavía se recuerda y es capaz de registrar nombres, sucesos, fechas y lugares con hábil certeza de halcón, con una tremenda capacidad histriónica para relatar y volver a contar historias siempre con la gracia de la primera vez. El sistema de enseñanza-aprendizaje de entonces creo que benefició; ese método se mantuvo anclado durante décadas en la memorización y la repetición -como loros- de conceptos aprendidos al caletre, así como en las bondades del cálculo matemático sin maquinita calculadora y, si acaso, valiéndose tan solo de los dedos ¡incluyendo los de los pies! Adicionalmente, los juegos en la calle y muchas “experiencias en campo” permitieron alcanzar un fuerte sistema de defensas personales, suficiente para resistir el sucio y el polvo de tantas y tantas veces que comimos mango, directo de la mata, después de haber jugado pepa y palmo con las metras, a la sombra del propio mango o de un generoso y oloroso mamón en flor, sin que aquello representara peligro alguno para nuestra salud de hijos de Tarzán. El aire libre, la casa entera, la clemente dieta, los gritos de la madre o del padre y sus reprimendas -incluso físicas- hicieron también lo suyo para forjar a esa generación de plata. La radio nos hacía viajar, la tele era en blanco y negro; el rock y las bacanales nocturnas guiaban el camino por las estrellas; las guarachas marcaban el paso; Billo alegraba la vida y nos emocionaba ser como Ariel o como los astronautas que andaban por el espacio visitando la luna.

Hoy día, cuando han cambiado hasta la forma de escuchar y las maneras de mirarnos, hemos sido capaces de mantenernos en la cresta de la ola, surfeando hasta con tabla ajena y en mares desconocidos ¡aunque a veces nos caemos y tragamos bastante agua! conservando nuestras capacidades analógicas y metiéndole mano ¡o dedo, más bien! al asunto digital. Definitivamente, la internet es una autopista por la que nos hemos puesto a correr a millón, virtualmente desaforados, a expensas del aturdimiento de los ojos, de la cabeza y del cuerpo todo. Con velocidad impetuosa recibimos informaciones y noticias de toda índole que se van superponiendo como los rayos de una tormenta. Ahora nos enteramos más ligero de los males del mundo y sobre las virtudes de la inteligencia artificial ¡Vaya para El Callao y vuelva, decía mi padre!

Memorizar, dicen, ya no es necesario ¡que el celular se ocupe! Allí en el celular o en la nube de la internet están grabados todos los teléfonos y todas las claves de acceso a la propia internet y todas sus aplicaciones hasta para hacerle cariños ¡virtuales, por supuesto! a la amada, aunque esté muy lejos, al otro lado del mundo, en Tombuctú ¡No, en Tombuctú no hay señal! o en la querida Escandinopla, en el ombligo del planeta ¡OJO!  Memorizar no es necesario ¡¡Es imprescindible!! ¡¡¡Prohibido olvidar!!!

Íbamos a conversar sobre Martin Tinajero y nos pusimos a hablar de mil otras cosas… En todo caso, me contaba hace algunos días una contemporánea cuentacuentos ¡todavía me acuerdo! algo que ha venido percibiendo y es como si, tanto niñas y niños, adolescentes y jóvenes de hoy día no saben escuchar, como que han perdido esa facultad. Yo pensé y le dije: ¡Pero, ¿cómo es eso si tienen completos sus sentidos y todavía no están sordos!? Por otro lado, ella sostenía como preferible la posibilidad de contar cuentos según se fuera recordando y no memorizar exactamente cómo habían sido concebidos los cuentos por el escritor. Por supuesto, cada cual se mata sus pulgas en su manera de contar historias. Pero, creo que se le debe respeto al oficio del escritor o de la escritora, a eso que escribió y por lo que pasó muchas horas en vela, vivió muchos insomnios hasta hacer el mejor casamiento de palabras y así la arquitectura de su historia le quedara hermosa para que venga después otro a contar aquello como si fuese cosa propia y despache las palabras como mejor le vengan a la lengua. Por supuesto, hay que esforzarse ¡y mucho! para memorizar palabra a palabra lo que escribió la autora, ese poeta, ese dramaturgo y contarlo además con el pensamiento y las emociones que le puso y que están allí. Eso es factible y es lo aconsejable. Es mi opinión.

Y no necesariamente hay que tener algo como “memoria de actor” para ello. Por supuesto, la memoria se entrena y, en consecuencia, todas y todos los seres humanos estamos facultados para memorizar, imaginar, recordar, escuchar, mirar y contar con la brillantez que cada cual pueda. No es asunto exclusivo de intérpretes. Sin embargo, será provechoso preguntarle a algún colega de la escena cómo hace para no olvidar lo que retiene y serle fiel a la dramaturgia.

Por otra parte, en relación con aquellos cuentacuentos que hoy día leen frente al público con el libro en la mano y hasta muestran las imágenes hechas por algún ilustrador, quiero decir que esa manera de contar, impone las imágenes del libro por sobre las que cada cual se hace en su cabeza al escuchar una historia. Porque si uno escucha: “el caballo iba corriendo por la sabana…” cada cual puede y podrá hacerse su propia imagen de ese caballo, imaginar su color, su potencia, así como el verde del paisaje, o el azul o el amarillo…. Contar cuentos con el libro en la mano le da preeminencia a las imágenes del ilustrador. Resguardo la posibilidad de escoger las mejores historias, retenerlas y salir a contar cuentos de memoria y, en un ejercicio frecuente de democracia, que cada cual imagine sus caballos como quiera, como mejor pueda, como tenga a bien hacerlo ¡Que se suelten todos los caballos que cada cual carga consigo! No obstante, insisto en repetir, cada cual se mata sus pulgas en su manera de contar historias.

Así lo aprendimos de don Rafael Rivero Oramas, el Tío Nicolás; de don Antonio Arráiz; de don Humberto Castillo, “El Caimán de Sanare”, allá en su querido pueblo larense; de Berta Vargas, María Rodríguez, Guillermina Ramírez Cova y Luis Mariano Rivera, allá en el estado Sucre de nuestros corazones; de Zobeida Jiménez, la muñequera del pueblo de Píritu, de Portuguesa; de Rafael Zárraga, en el Yaracuy; de Javier Villafañe y su troupe sureña, en su carreta La Andariega; de la gente bonita y siempre consecuente del Banco del Libro y de la Editorial Ekaré; de Don Francisco Garzón Céspedes, quien desde finales de los ochenta se dedicó a imantarnos con la magia de los cuentacuentos; de toda una generación de personas y grupos que fueron regándose como la verdolaga para repoblar al mundo de fantasías: los Cuentos bajo la sombra, Un Chichón de cuentos, los Cuentos de la Vaca Azul, Cuenta Peregrino, La Rana Encantada… Luis Carlos Neves e Isabel de los Ríos, Edgar Ojeda, Gilda Beraha, Cheo Carvajal, Rubén Martínez Santana, Elizabeth Nienstadt, de Armando Quintero y Abigail Truchess; de José Gregorio Franquiz de Ciccrea con su gente y, así, un largo y amable etcétera de contadoras y contadores de cuentos.


Al cierre de este escrito, me he enterado del fallecimiento de doña Graciela Pantin. Prendo una lámpara votiva por mi amiga Graciela. Es cruel e impertinente la muerte, más aún cuando necesitamos buenas vidas. Se nos va una hacedora de portentos, un alma buena, una colega del alma, compañera de los mejores recuerdos, una Maestra, una hermosa amiga. Cuánto lo siento. 

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