Una de las democracias más grandes del mundo no tiene nuevo presidente y se coloca en una pausa peligrosa para su estabilidad. El viaje democrático se reanudó por allá en los años ochenta, transitando lejos desde entonces, a pesar del legado agotador, debilitante de la dictadura. Ha construido un sistema sólido, resistente, con instituciones fuertes e innovadoras y partidos políticos vibrantes. Robusteció frenos, fortificó contrapesos y fomentó la independencia de la justicia. Edificó un procedimiento de votación que cumple con los más altos estándares y en el proceso millones abandonaron la pobreza, demostrando que la democracia puede promover cambios económicos, políticos y sociales de forma pacífica.
Hoy, más que nunca, necesita esa fuerza y resiliencia, mientras lidia con lo que la periodista, historiadora y escritora estadounidense especializada en anticomunismo, Anne Applebaum, llama: el atractivo seductor del autoritarismo.
La polarización política, en el contexto de agresiones a la democracia, hace que esta elección sea particular e importante. Las jugadas antidemocráticas son familiares y también los intentos de socavar la legitimidad e integridad del sistema de votación, con negaciones de aceptar resultados; difusión deliberada de propaganda manipulada; embestidas a la autonomía judicial; ataques a la libertad de prensa y opinión, asaltos ad hominem y amenazas contra periodistas; violaciones de los derechos humanos, y aumento de la violencia política instigada con malas intenciones. El riesgo de erosión democrática, apremio y chantaje al orden público no es ilusión, es muy real.
La decisión ciudadana de continuar dibujando un rumbo democrático no tiene duda ni titubeo. Los brasileños luchan valientes contra los desafíos a la democracia y se levantan para proteger, para preservar sus instituciones. Artistas, empresarios, juristas, deportistas de renombre, en compañía de la sociedad civil y millones, manifiestan públicamente que la democracia está en grave peligro, y el 30 de octubre se presentarán para ejecutar su solemne deber democrático y operar los colegios electorales, porque entienden que la permanencia democrática es clave para el bienestar, la prosperidad económica y mejor calidad de vida.
La comunidad internacional, confusa y guabinosa, tiene una responsabilidad especial. Está obligada a mostrar solidaridad con la ciudadanía y sus instituciones, pues la falta de respeto a la integridad y entereza institucional tendrá graves consecuencias, poniendo en peligro la posición y el desarrollo. Una ruptura democrática será catastrófica para Brasil y la región.
Más allá de las elecciones es esencial que los brasileños encuentren la manera de activar, avivar el compromiso cívico, sin importar ciclos electorales. Salvaguardar un entorno acogedor para una sociedad civil pujante, comprometida, palpitante; fortaleciendo capacidades institucionales para gestionar retos y provocaciones de la desinformación propagandística.
Lula no es ni será lo que fue. Salió de la cárcel porque se desentendieron de él ―lo cual no deja de ser una forma de desprecio―. Durante años fue líder y ejemplo de la izquierda latinoamericana hasta que la corrupción, del consorcio brasileño Odebrecht, lo sacó del poder para dejar una alumna que poco lució. El final del escándalo fue la prisión y el acceso de la derecha al poder, con nuevas expectativas a través de un militar con ímpetu, excapitán del ejército retirado con obra y equivocaciones, Jair Bolsonaro, quien se dedicó a promocionar el crecimiento de ese gigante, con extensa costa atlántica e interminable selva amazónica.
Cambios se producen ―poco a poco― en Latinoamérica donde el populismo, delincuentes, narcotraficantes, mentirosos, débiles, jóvenes confundidos, patrañeros y farsantes, tienen cada día menos posibilidades. La formidable oportunidad de Bolsonaro, candidato firme de cristianos evangélicos, propietarios de armas y apoyo enorme de los estados agrícolas del oeste, es decisiva. Lula, en cambio, representa la descomposición, lo ilícito y la pillería del infame Grupo de Sao Paulo, pierde respaldos y su pasado e imagen lo condenan.
¿Lo que está en juego? ¿Qué hay en la lista de tareas pendientes? Ambos prometen acrecentar el gasto público en los pobres. Y allí terminan sus similitudes. El expresidiario cacarea aumentar impuestos a los ricos, subir el salario mínimo para mantenerse al día con la inflación y luchar contra la deforestación. Y, a quien algunos llaman el «Trump de los trópicos», planea reducir impuestos, defender la familia tradicional, se opone al aborto, a la educación transgénero en las escuelas, y defiende la expansión minera y agrícola.
La elección se produce cuando la problemática económica y la corrupción llevan a otros países latinoamericanos a girar hacia la izquierda. Pero ir demasiado lejos intranquiliza, porque arrastraría al país a una crisis económica aún mayor (ejemplo: Venezuela), lo que significa zozobra política.
@ArmandoMartini
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