En Latinoamérica podríamos consolarnos al pensar que uno de los pueblos más cultos y sofisticados del planeta pudo sumirse bajo los postulados de Hitler, el país de Hölderlin, Beethoven, Bach, Schumann, Kant, Nietzsche,Hegely muchos más, una vez y de fatal manera creyó en una de las ideas mas destructivas para la humanidad.
En Latinoamérica, los países se devuelven uno tras otro, entregan su suerte a dogmas, entidades y personajes que con toda seguridad pisotearan sus esperanzas, Xiomara Castro, Pedro Castillo, Alberto Fernández, Andrés Manuel López Obrador, y hacia adelante la amenaza de Gustavo Petro y Lula da Silva. Más que una esperanza es como la resignación, aceptar que somos incapaces de enderezar nuestros destinos.Pareciera, como dice Erich Fromm que tenemos miedo a ser libres y por ello nos refugiamos en el socialismo,un disfraz de la libertad,o mejor dicho de la anulación de la responsabilidad individual. El último ganador en Chile, Gabriel Boric, es un estudiante de cabello largo e ideas menos extensas, que lideraba manifestaciones masivas, muchas de ellas totalmente destructivas de los bienes e instituciones construidas con gran esfuerzo por los chilenos.
¿Qué podemos esperar? ¿Podrán estos recién ungidos enmendar el camino de sus predecesores? ¿Tomarán conciencia de que el afán de ajusticiamiento social o lucha de clases solo conduce a la destrucción total? Es ver como en un laboratorio el caso Venezuela, recordar el juramento frente al Samán de Güere de los acompañantes de Chávez: «Juro por el Dios de mis padres, juro por mi patria, juro por mi honor, que no daré tranquilidad a mi alma ni descanso a mi brazo hasta no ver rotas las cadenas que oprimen a mi pueblo por voluntad de los poderosos. Elección popular, tierras y hombres libres, horror a la oligarquía». Estos fueron los votos del capitán Hugo Chávez, junto a Felipe Acosta Carlez, Jesús Urdaneta Hernández y Raúl Isaías Baduel.
Este juramento ante el Samán de Güere se convirtió en el fundamento de la revolución bolivariana. El histórico árbol, que acogió al Libertador Simón Bolívar cuando estuvo con sus tropas por Aragua en la lucha por la independencia, se convirtió en emblema de lealtad de Hugo Chávez. Un juramento que en el fondo expresaba el miedo atávico a ser libres, el pánico de enfrentar responsabilidades, expresar nuestras opiniones y la condena a priori de presuntos culpables.
No creo que asistamos a una repetición simple del modelo venezolano, a pesar de que la experiencia histórica reciente pareciera no prender en las conciencias de los habitantes de este hemisferio. La huida de 7 millones de venezolanos, espantados por la miseria y la falta de oportunidades aparentemente no impactó la conciencia de los hondureños, chilenos, peruanos, que reinciden en depositar sus esperanzas en la posibilidad de encontrar el bienestar en el socialismo, sin valorar sus repetidos fracasos históricos, el bumerán se devuelve, pero no hace mella en el corazón latinoamericano.
Paradójicamente, podemos esperar que Venezuela ante el agotamiento del chavismo-madurismo pueda ser un curioso caso de reconstrucción de su corroído modelo de sociedad. Si Venezuela se recupera podemos imaginar un ejemplo distinto de la suerte de los latinoamericanos. Levantarse y reconstruirse es una tarea y un deber que permitirá a los reincidentes países latinoamericanos devolverse con mucha mayor rapidez y con un menor costo del hundimiento en las tragedias socialistas. Que sirva de experiencia la catástrofe que significa ejecutar políticas expropiatorias, destruir las empresas que existen en estos países y sobre todo acabar con la libertad de expresión, reprimir la disidencia en lugar de utilizarla como factor de corrección y reajuste de los caminos tortuosos que tradicionalmente emprenden las dictaduras socialistas.
Al igual que Alemania encontró la redención en sus liderazgos posnazistas, Ludwig Erhard, Helmut Kohl y sobre todo Angela Merkel. Es posible aprender de ellos a perder el miedo a ser libres. Un símbolo de un nuevo modelo de liderazgo humano, con total privilegio al ciudadano y la posibilidad real de acuerdo social entre los factores disidentes, con ideas divergentes, pero con la capacidad de lograr convenios, dialogar y adoptar objetivos comunes. Venezuela podría alimentar la esperanza de un renacer para Latinoamérica, perder el miedo a la libertad y asumirnos en un nuevo liderazgo con todas nuestras responsabilidades y derechos.