OPINIÓN

Microintegración fronteriza

por Francisco González Cruz Francisco González Cruz

Más allá de las cúpulas de Colombia y Venezuela, más allá de cumbres y tratados, de organizaciones y normativas burocráticas, la frontera es un territorio vivo y vibrante que fluye, unas veces sorteando obstáculos y otras veces de manera natural, pero siempre se mueve.

Se trata de los linderos entre el estado Táchira y el departamento Norte de Santander y allí, en ese contexto natural y humano, complejo, difícil, diverso y caliente como su geografía física y humana, se alimentan día a día procesos de heroica solidaridad, y también tragedias causadas por la codicia y por los vericuetos de las luchas por el poder.

Son numerosas las personas y familias, mujeres y hombres, niños y adultos, que viven las experiencias del trajín de estos lugares tan particulares, que tienen una identidad mezclada que no es tan fácil leerla con propiedad, pero de la cual mucha gente opina, y sobre todo, toma decisiones desde la lejanía, afectándolos, para bien y, generalmente para mal.

Sin embargo, el sol sale y se pone todos los días, como en todas partes, pero por allí, casi siempre a la sombra, pasan cosas que rescatan la esperanza de que lo humano se expresa en cualquier rincón.

Para conversar sobre esta realidad, se encontraron este fin de semana, viernes 12 y sábado 13 de abril, un buen número de profesores y maestros, productores y gerentes, líderes comunitarios y gobernantes, en un innovador evento organizado por la Universidad Simón Bolívar de Colombia, con la cooperación de la Universidad de los Andes de Venezuela, la participación de varias universidades de esta región, bajo los auspicios de la Corporación Andina de Fomento, la participación del gobierno del departamento Norte de Santander y la Alcaldía de Cúcuta.

«Re-Unir Horizontes. Conversatorio de Integración Fronteriza» fue el creativo nombre del evento, que bajo un método muy bien pensado y disciplinadamente ejecutado, fue identificando las luces y las sombras que marcan la cotidianidad de estos lugares.

Sobre todo las luces, esas experiencias que alivian el viacrucis que marcan los pasos de los que transitan, viven y conviven de esta particular frontera.

Entre otros caminos, aquí se empezaron a andar dos, en el rumbo que marcan esas experiencias que nacen desde la necesidad de encontrar juntos las respuestas que desde arriba o no se dan o que tardan en llegar, en la urgencia de tratar de sobrevivir con dignidad.

Conocerlas, valorarlas y protegerlas es una de las tareas. Descubrir estos procesos de integración desde la base, conocer las causas de los que son exitosos y las razones de los fracasos, para desde los compromisos de las universidades que hacen vida aquí y en la zonas aledañas, ofrecer ideas y realizar actividades que contribuyan al desarrollo humano sostenible e integral desde estas localidades.

La otra es reducir la vulnerabilidad de estas» experiencias de la integración real, la llamada «microintegración», que se re-crea en una «ciudadanía transfronteriza» que responde más a la sencilla y llana solidaridad humana, que a complejos y distantes procesos de negociación.

«De la abundancia del corazón habla la boca», dice la Biblia.  El conversatorio «Re-Unir Horizontes» hubo abundancia en los corazones.