En recuerdo de Teodoro Petkoff
Por razones bastante explicables, vividas dolorosamente en carne nuestra durante dos décadas, se ha desarrollado en sectores del país un repudio a todo lo que pueda conectarse con lo que llamamos izquierda, sea cual sea su particularidad, por centrista que pueda ser. Esto llega hasta el macartismo duro y la más tenebrosa reacción. A confundir, por ejemplo, a Pedro Sánchez, a pesar de que el PSOE bajo su liderazgo, ha tenido una posición de las más serias y constantes en contra de la dictadura local (que lo diga Leopoldo López, beneficiario directo de esta) como una especie de Kim Il-sung o Pol Pot y llegar a pronosticar que el histórico partido socialdemócrata, manipulado por el terrorífico Podemos, iba a convertir a España en otra Venezuela.
O a tratar de olvidar que dos de nuestros aliados mayores, para no hacer enumeraciones muy vastas, Trump y Bolsonaro, están entre los esperpentos reaccionarios más aberrantes del Occidente en las últimas décadas. Todo ser sensato ha quedado con la boca abierta ante sus blasfemias y sacrilegios humanísticos en dichos y actos. Que nos son útiles, sobre todo el primero, no cabe duda y eso explica que nos hagamos los desentendidos de todo lo que hacen. La historia tiene esos oscuros laberintos, Stalin compartió con Churchill y Roosevelt solidariamente la lucha por salvar la civilización contra el nazismo, para luego entrar en el más temible conflicto que hubiese podido tener el fin del mundo como término. Alguna vez los venezolanos tendremos que abocarnos a explicar nuestra paradoja.
Es cierto que el subcontinente vivió un período muy torvo de una izquierda populista, obtusa y delictiva. Buena parte, para empezar nosotros, terminó en situaciones desastrosas. Entonces un giro violento y sincrónico de la historia dio lugar en el subcontinente a un retorno a la búsqueda de la “normalidad” política y económica, aunque no fuese siempre la más deseable. Pero el reciente caso argentino demuestra lo caprichoso y muchas veces innoble del itinerario del mundo.
En esa polarización moviente se olvida un detalle que no es pequeño: Uruguay y Chile, desde una perspectiva mayoritariamente de izquierda en los últimos lustros, han alcanzado un notable desarrollo que los coloca si no plenamente, al menos a las puertas del primer mundo y en democracias realmente admirables. Que incluso han logrado, como en el caso chileno, transitar de la izquierda a la derecha y viceversa, sin mayores sobresaltos y manteniendo sus exitosos caminos de pluralidad y paz política y desarrollo económico, fenómeno propio de democracias altamente estables. Del caso uruguayo se podrían loar sus sostenidas libertades e índices de desarrollo. Hasta de tener un ícono mundial, Pepe Mujica, quien a pesar de alguna tendencia a las cartas mañosas en el plano internacional y algunos confesos malos modales aprendidos en las cárceles de la dictadura , ha terminado llamando con todas sus letras dictadura a la satrapía de Maduro. Son una izquierda viva y sana, con sus residuos borbónicos claro. Y dejo, por sabidas, otras experiencias europeas, a comenzar por los países nórdicos, y muy curiosos y sorpresivos movimientos hacia la izquierda de no poca cuantía en los mismísimos Estados Unidos de Trump, que indican la vitalidad de la socialdemocracia y allende en un capitalismo que suele asomar a cada rato sus rostros sombríos: amplias recesiones en el horizonte, desigualdades crecientes, desestabilizadoras guerras comerciales, chauvinismo racista y fascistoide, nuevo armamentismo o zarzuelas como el brexit.
Todo esto quiere concluir en un elogio de una figura mayor de la izquierda chilena, la presidente Michelle Bachelet, que ha demostrado una reiterada integridad moral y un certero sentido de justicia en sus demoledores informes sobre los derechos humanos en el país de Chávez, y que han golpeado la tiranía con una peculiar, y quién quita, definitiva contundencia. Y no solo por venir del más alto cargo de la ONU en ese ámbito sino, sobre todo, porque proviene de lo más profundo y limpio de la izquierda latinoamericana. Porque testimonia de sus valores más inajenables, de su sentido de justicia más permanente, que niegan las malformaciones realmente criminales como las que aquí seguimos padeciendo. Las dos izquierdas de que hablaba con tanta propiedad Teodoro Petkoff. Agradecidos señora.