Cuando la Academia de Ciencias Físicas, Matemáticas y Naturales de Venezuela hace público un informe sobre cualquier situación que atañe y preocupa al país, lo menos que puede hacer el régimen que hoy detenta el poder es prestarle atención.
No es poca cosa que la respetable institución difundiera el 8 de mayo un reporte en el que indica cómo puede evolucionar la pandemia de coronavirus en Venezuela. Advierte, con sapiencia y dominio científico de la situación, que “en junio podrían reportarse 4.000 casos diarios de contagios”.
¿Por qué caerle a palos? ¿Por qué llevarla al paredón o a la horca ante la opinión pública? ¿Por qué amenazar al aludido cuerpo de sabios y expertos? Los académicos no son brujos ni hechiceros ni mentirosos malvivientes que burlan ni parasitan de la buena fe de sus semejantes.
¿Son acaso sus atinados testimonios pruebas, como en la Edad Media, suficientes y bastantes para condenar a sus miembros y dar con sus huesos en la hoguera?
No, evidentemente no. Se trata del pecado capital de pensar distinto, de disentir, discernir y en este preciso caso e instante, de opinar con dominio y plenos conocimientos, sobre un tema de suma importancia para la salud pública.
La Academia de Ciencias Físicas, Matemáticas y Naturales de Venezuela ha sido amenazada por un connotado, preclaro y eminente funcionario, quien en su magnífico programa de televisión “Con la flor dando”, por realizar su trabajo: un reporte científico basado en estudios de expertos sobre cómo podría evolucionar la situación del covid-19 en Venezuela.
Amenazar y pretender silenciar un cuerpo colegiado de científicos que goza de prestigio y credibilidad no solo es una señal de supina ignorancia, sino un acto de crueldad contra todo un pueblo que padece los embates de una crisis alimentaria, de salud, de seguridad y de otros males de parecida y peor naturaleza, a los que se añade –por desgracia– formar parte de una población vulnerable expuesta al covid-19 o coronavirus.
La peste no puede tapar el dedo con un sol. Me cuesta creer que no sepan que su actitud amenazante y peligrosa no hace otra cosa que agudizar aún más, el caos que reina en el país.
Ya quisiera yo ser científico, físico, matemático o naturalista, y no andar como el mediocre, nefasto, cretino, resentido y acomplejado chavista dando tumbos en su ignorancia, atacando con saña todo lo que representa el conocimiento, la sensatez y la sabiduría, evidenciando así lo poco amoblada de su conciencia donde solo hay ideas explosivas y planes diabólicos.
Al momento de escribir estas líneas, no solo sé que la peste chavista ha privado de los servicios a la Embajada de Francia y ha proferido amenazas a la Academia de Ciencias Físicas, Matemáticas y Naturales, sino que no he advertido ninguna defensa por parte de ningún científico venezolano vinculado al ch… abismo.
Imposible privar de luz a París ni a la academia de su sabiduría. ¿Habrá algún académico chavista que diga algo en pro o en contra?… pero que diga.
La peste odia el estudio, le espanta la universidad, repudia el conocimiento, aborrece el olor a lápiz y cuaderno, le huye al pupitre, le teme a la tiza y al pizarrón, maltrata a estudiantes y profesores, los atropella, los mata.
En lugar de amenazar, por qué el psiquiatra (que declara y lo sabe todo) no desmiente a las voces autorizadas de la academia. Claro, los que acosan, agreden, amenazan, hieren, lesionan y lastiman también son de la academia… militar.
Cuando en sus conclusiones la Academia de Ciencias Físicas, Matemáticas y Naturales dice que “el número de casos que se reporta oficialmente cada día no parece ajustado a un escenario epidemiológico como el del coronavirus”, yo agradezco la realidad de los hechos, reconozco el carácter profesional con que se expresa y rezo, sí, rezo y abogo por que las autoridades llamadas a atender esta alarmante situación, hagan a un lado las discusiones innecesarias y procuren afrontarla con la sensatez, la prontitud, la seriedad y sobre todo con el sentido de país que su gravedad amerita.
Las academias y los académicos merecen respeto por el denuedo a aprender y enseñar. Son fuentes de conocimiento, luces del saber, reservorios de sapiencia y sabiduría al servicio de la sociedad. En ellos la civilidad, la inteligencia y desde luego, la libertad del pensamiento.
Ante la mandonería, es preciso usar como armas de convicción y defensa las que el régimen no tiene: asomos de cultura y de sensibilidad. La peste cree que trata con locademias. Y no es así.
¡Viva la academia!