OPINIÓN

Mi verdad sobre el 4 de Febrero (II)

por Fernando Ochoa Antich Fernando Ochoa Antich

Después de haber informado telefónicamente al presidente de la República sobre lo que ocurría en Maracaibo, me trasladé en un vehículo particular al Ministerio de la Defensa. Al entrar a mi oficina recibí una llamada del presidente Pérez. Me dijo con angustia: “Están atacando La Casona”. Su familia permanecía en la residencia presidencial. La única respuesta que tuve fue: “No se preocupe presidente, enviaré refuerzos”. En ese momento no tenía ningún control sobre la situación. Seguía sin poder comunicarme con el general Pedro Rangel Rojas, comandante del Ejército. Ante esa imposibilidad, llamé directamente al general Jorge Tagliaferro De Lima, comandante de la Tercera División de Infantería. Su ordenanza me informó que había salido hacia el batallón Ayala. En ese momento, ingresó a mi oficina el vicealmirante Elías Daniels, inspector general de las Fuerzas Armadas. Le ratifiqué lo que ocurría y le ordené comunicarse con los distintos comandos de guarnición para establecer un  estado de alerta a nivel nacional

El almirante Daniels, a los pocos minutos, me informó que en Maracaibo se habían insurreccionado los grupos de Artillería Monagas y Freites y que no había podido comunicarse con las guarniciones de Maracay y Valencia. El coronel Roberto Moreán Umanés, el teniente coronel  Diego Moreno, comandante del batallón Caracas, y el mayor Edgar Ramírez Moyeda entraron a mi despacho  para informarme que una unidad de Ingenieros tenía rodeada la sede del Ministerio de la Defensa y estaba atacando la Comandancia del Ejército. Les ordené al coronel Moreán y al teniente coronel Moreno que tomaran directamente el mando de las tropas, las cuales ya estaban desplegadas en defensa de la sede del ministerio. En ese momento, repicó el teléfono interministerial.  Era de nuevo el presidente Pérez. Con sorprendente serenidad me dijo: “Ochoa, están atacando Miraflores. Escuche”. Se oían disparos de todo tipo de armas. Con poca confianza le repetí: “Presidente, le enviaré  refuerzos”. Colgó el teléfono.

A las 00:25 a.m., dos de esos vehículos habían derribado la reja de acceso al palacio presidencial y tomado el control de la calle interna de Miraflores. “Cuando nos asomamos a ver por la puerta amarilla del despacho presidencial observamos un vehículo blindado, con una tripulación de soldados con boina roja, ingresando al palacio a alta velocidad. Forzaron la reja principal, redujeron a los guardias de  prevención y se bajaron frente a la puerta amarilla. En ese momento, el teniente coronel  Rommel Fuenmayor hizo frente a un efectivo militar, quien con su fusil apuntó al edecán de servicio y al comisario Hernán Fernández, jefe de la Escolta Civil” (1). Este último logró desarmarlo. El CA Iván Carratú Molina, el coronel Rafael Hung Díaz, el T.C Fuenmayor y el comisario Fernández, aprovecharon cierto desconcierto de los atacantes para retroceder con rapidez hacia el interior del palacio y guarecerse en sus oficinas desde donde intercambiaron disparos con los insurrectos. Los efectivos sublevados tomaron la antesala presidencial.

Al mismo tiempo, el presidente Pérez, armado de una subametralladora, se atrincheró en su despacho acompañado del teniente coronel Gerardo Dudamel y varios  escoltas. Los separaba de la unidad atacante una fuerte puerta de seguridad. El intercambio de disparos se mantuvo por quince minutos aproximadamente hasta que dos de los soldados atacantes cayeron heridos por una ráfaga disparada desde las oficinas de la Casa Militar. Este hecho desmoralizó a los soldados insurrectos que abandonaron la antesala del despacho presidencial con la finalidad de evacuar a los heridos. La Casa Militar y la Escolta Civil lograron  cerrar la puerta que comunica el despacho presidencial con el exterior. La avenida Rafael Urdaneta y la calle interna del palacio presidencial continuaron controladas por la unidad insurrecta, mientras la Casa Militar, la Escolta Civil y los efectivos del batallón de Seguridad mantenían el control de Miraflores y del cuartel del Regimiento de la Guardia de Honor.

Lamentablemente, el control por los insurrectos de  la calle interna del palacio presidencial impidió que los efectivos de la Guardia de Honor pudieran reforzar a los defensores del palacio, debido a que, justamente, el túnel que une esas dos edificaciones termina en dicha calle. ¿Por qué el Palacio de Miraflores solo fue defendido por la Casa Militar, la Escolta Civil y un reducido número de soldados? De manera inexplicable, el CA  Iván  Carratú Molina, jefe de la Casa Militar, quien fue informado por el T.C Dudamel, edecán de guardia, la novedad de lo que ocurría en Maracaibo y del traslado del presidente Pérez a Miraflores, no ordenó la inmediata aplicación del plan de Defensa Inmediata del palacio presidencial. Miraflores  fue atacado una hora después de iniciada la insurrección. El plan de Defensa Inmediata establecía que los efectivos del Regimiento de la Guardia de Honor debían tomar todo el perímetro del palacio presidencial, hasta una distancia de cuatro cuadras, a fin de impedir el tránsito hacia Miraflores y controlar los puntos críticos.

Al no poder contactar al general Tagliaferro, llamé al general Luis Oviedo Salazar, comandante de la 31 Brigada de Infantería,  quien me informó la situación: “Una compañía de carros de combate perteneciente al batallón Ayala se insurreccionó, permaneciendo leales dos compañías de dicho batallón, junto al  Grupo de Artillería Rivas”. Antes de terminar la información le pregunté: “¿El batallón Bolívar se mantiene leal?” “Sí, mi general” fue su respuesta. Esta noticia me impactó favorablemente, conocía el poder de fuego de dicho batallón. Le ordené organizar  un grupo de tarea con el batallón Bolívar  y las dos compañías que permanecían leales del batallón Ayala para atacar la unidad insurrecta que rodeaba  Miraflores. Al terminar de hablar con el general Oviedo me comunicaron una llamada desde un puesto de la Guardia Nacional en la autopista Regional del Centro. Un Guardia Nacional me informó que una unidad de tanques acababa de pasar rumbo a Caracas.  Me asaltaron nuevas dudas. ¿Se mantendrá leal la Brigada Blindada?

Llamé telefónicamente al general Ferrer Barazarte, comandante de dicha brigada. Me atendió el teléfono el capitán Darío Arteaga Paz. Al pedirle, me comunicara con el general Ferrer me respondió: “No puedo mi general. Está preso en un calabozo”. Traté de convencerlo para que depusiera su actitud, pero sus palabras “Patria o muerte” no daban lugar a dudas. La Brigada Blindada, la unidad de mayor poder de fuego del centro del país se encontraba en poder de las fuerzas insurrectas. De inmediato traté de localizar telefónicamente  a los generales Diógenes Marichales y Juan Antonio Paredes Niño, comandante de la IV División de Infantería y de la base aérea Libertador respectivamente. No pude  hacerlo. Los teléfonos no respondían. Empecé a temer que la Guarnición de Maracay y la base Libertador estuvieran comprometidas en el alzamiento. Le requerí al almirante Daniels una evaluación detallada de la situación militar. A los minutos regresó resumiéndome, para ese momento,  la situación a nivel nacional:

“El presidente de la República se encuentra sitiado en el palacio  presidencial por una compañía de carros blindados; La Casona está siendo atacada por una compañía de paracaidistas; el Ministerio de la Defensa está rodeado por una compañía del regimiento Codazzi, que al mismo tiempo tomó varios pisos de la comandancia del Ejército; un batallón de paracaidistas ocupó el comando de la Aviación y detuvo al general Eutimio Fuguet Borregales y a su Estado Mayor; la Brigada Blindada se insurreccionó; el Comando Regional No.2, acantonado en Valencia, está siendo rodeado por una unidad de tanques; los generales Juan Ferrer Barazarte y Juan Antonio Paredes Niño se encuentran prisioneros de los sublevados; la base Libertador está cercada por una unidad de tanques; Maracay continúa incomunicado”. En ese momento, recibí otra llamada del puesto de la Guardia Nacional en La Encrucijada con la información de que una batería de misiles se dirigía hacia la  capital. Reflexioné unos instantes. Los minutos comenzaban a ser cruciales.

Decidí llamar al presidente Pérez:

Presidente, es necesario que usted se dirija a los venezolanos

Ochoa, estoy totalmente rodeado. Sería imposible salir. Me detendrían de inmediato o me dispararían.

Es verdad presidente, pero la situación es de tal gravedad que tiene que hacerlo. Si usted no se dirige al país, el gobierno está derrocado.

¿Es tan delicada la situación?

Sí, presidente, la situación es de inmensa gravedad.

¿Y por dónde salgo?

Por los túneles, presidente. Debe haber alguna puerta sin control.

Lo haré, Ochoa. Es mi responsabilidad. (2)

Un pesado silencio interrumpió la conversación. El presidente Pérez cerró el teléfono. Me  sentí angustiado. Comprendí el riesgo al cual estaba sometiendo al presidente de la República. En verdad, no veía otro camino. Si no se daba una demostración clara de que el gobierno constitucional  controlaba la situación, la sublevación se podía extender y lograr su derrocamiento. Ante tan graves circunstancias, el presidente Pérez, responsablemente, arriesgó su vida, para salvaguardar el régimen constitucional. La historia se lo reconocerá.

 

(1) Carratú Molina Iván, entrevista, El Nacional, 6 de febrero de 1992.

(2) Ochoa Antich, Fernando, Así se rindió Chávez, Libros El Nacional, Editorial CEC, año 2007.

fochoaantich@gmail.com