OPINIÓN

Mi padre el inmigrante

por Carlos E. Aguilera Carlos E. Aguilera
Selva del Darién

Foto EFE

«No puedes cambiar el pasado, pero con la actitud correcta, podrás recuperar en el futuro más de lo que perdiste en el pasado»

Tomé  el nombre del libro cuyo autor es Vicente Gerbasi, poeta, ensayista, diplomático y articulista, para escribir el presente artículo.  Este ilustre intelectual venezolano nació en Canoabo, estado Carabobo, el 2 de junio de 1913. Escritor, político y diplomático, fue considerado como el poeta contemporáneo venezolano más representativo y uno de los más brillantes exponentes de la lírica vanguardista, además de ser uno de los escritores más influyentes del siglo XX en Venezuela, así como de los más reconocidos.

El libro del poeta Gerbasi, en hermosa y prolífera arquitectura del idioma castellano, nos traslada a la dura, dolorosa y sacrificada existencia de quienes vencidos sus sueños de una mejor calidad de vida y de sus seres queridos, toman la riesgosa aventura de abandonar el país, sacrificando sus más intrínsecos valores humanos.

Las secuelas de esta crítica situación, según reconocidos psicólogos, genera en estas personas un estrés continuo, social y ambiental. Al no tener un sistema de apoyo adecuado, su sistema nervioso central se ve afectado, produciendoles angustia, depresión, rabia, culpa, desesperación, confusión, aislamiento, insomnio, impotencia e irritabilidad.

A diario los medios de comunicación publican informaciones sobre la tragedia que viven los venezolanos en los distintos países a los que emigraron. Según estadísticas los migrantes enfrentan riesgosos peligros, particularmente las niñas y niños. Entre otros: trata de personas, tráfico de personas, abuso sexual, lesiones y enfermedades, discriminación y xenofobia, separación familiar, desapariciones e imposibilidad para cubrir necesidades básicas.

Poco o nada le importa al régimen de Maduro entender que, cuando la migración es muy significativa, la pérdida de población puede mermar el potencial productivo de las comunidades de origen, pues su salida, temporal o definitiva genera escasez de fuerza de trabajo en ciertos sectores o industrias específicas y, por ende, tiende a desincentivar el crecimiento económico.

Françoise Lestage, antropóloga, Institut de Sociologie Université des Sciences de Lille1 (Francia), al referirse a la «adaptación» del inmigrante, explica que es un compromiso entre las distintas representaciones de sí mismo.

En un bien documentado trabajo sobre este tema explica que las investigaciones sobre migrantes comportan un tema relativo a la «adaptación» o a la «integración», es decir, el confundirse con los otros miembros de la sociedad del lugar de migración, mediante tanto el empleo como las múltiples facetas de la vida cotidiana. Incluye el respeto de las reglas locales, que presiden a la vida social y de las que corresponden a lo íntimo, como la vestimenta o la alimentación.

También incluye una participación social y política en estructuras asociativas laborales, de vecinos, religiosas, etc. Al mismo tiempo, señala que los migrantes están involucrados en asociaciones u organizaciones políticas que constituyen algunos de sus paisanos, sean o no emigrados. Por una parte,  defienden sus derechos y los protegen de la discriminación en el lugar de migración. Por otra parte, se dedican a mantener los vínculos entre los migrantes y los habitantes del país o de la región de origen enfatizando las «tradiciones» políticas, religiosas, culinarias, etc.

Subraya la antropóloga francesa, que pretende analizar cómo se articulan estos dos aspectos del asentamiento de los migrantes en un nuevo lugar, es decir, cómo la integración se combina con el reconocimiento –o a veces la reivindicación– de la particularidad política, religiosa y cultural de los migrantes.

Todas las vicisitudes anteriormente indicadas en el interesante trabajo, viven y padecen los 7.500.000 hombres, mujeres, ancianos y niños, hoy lejos de la patria que tuvieron que abandonar, ante la crítica situación económica que ha obligado a 75% de sus habitantes a vivir en un estado de pobreza, por la ineptitud, incompetencia y negligencia de un régimen ajeno a la angustia, que miles de familias viven postradas e impotentes para hacer frente a su subsistencia con un salario -el más bajo del mundo- y con una pensión de 5,70 dólares que no alcanza ni siquiera para cubrir el 5% de la cesta alimentaria estipulada en 450 dólares.

El despojo económico, la falta de acceso a la educación y el empleo, la violencia y otros factores estructurales y personales han obligado a miles de venezolanos a buscar nuevos horizontes y una mejor calidad de vida, por lo que anhelantes esperamos con fe y esperanza y las bendiciones de Dios, salir de este holocausto.

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