‘May God bless and keep you always / May your wishes all come true/
May you stay forever Young / Forever young, forever Young ‘
BOB DYLAN
***
Era un chaval de 13 años cuando conocí a quien sería entonces uno de los mejores amigos de mi vida. Creo que Miguel pensará a lo mejor que no fue para tanto. Para mí sí lo fue. Ahora me pregunto qué es de él. Pasamos los veranos más graciosos de la adolescencia jugando en los parques, contándonos historias y leyendo las cartas llenas de dibujos y tonterías en las que nuestro amigo rememoraba los momentos más divertidos que pasamos con él mis hermanos y yo. Miguel no vivía en Galicia, pero mantenía la ilusión del próximo encuentro a través del género epistolar que manejaba ufano nuestro amigo favorito del mundo mundial. Aquellos años si uno quería comunicarse con alguien, tenía que comprar papel fino, un sobre y un sello. Luego, uno se acercaba a un buzón o a la oficina de Correos y arrojaba la misiva al interior. Esta clase de mensajes solía tardar en llegar al destinatario de 4 a 6 días. Me refiero a cartas con recorrido por el país, no a las internacionales. La otra vía más corriente de contactar y la más rápida era el teléfono. El teléfono resultaba caro cuando la llamada se hacía de una provincia a otra.
Miguel fue quien me habló de Bob Dylan por primera vez. Yo no sabía quién era. Tampoco sabía por qué le entusiasmaba tanto ese cantante. Un día de verano, Miguel me dijo que subiese con él a escuchar una canción de Dylan. Puso un disco LP en su tocadiscos. (Entonces no existía internet ni Spotify. No se había inventado el compact disc tampoco). Creo que la canción que sonó fue «Just like a woman». A mí ya me había empezado a gustar el inglés hace tiempo. Claro que Dylan cantaba como si hablase, como si fuese un poeta o un rapero recitando versos o un discurso. Me puso otra canción más y me llamó la atención sobre la doble sintonía o la música paralela. A la vez que sonaba la música central, se escuchaba a destiempo otra sintonía subterránea que se arrastraba y te arrastraba sin que apenas pudieses darte cuenta. Pero Miguel lo había notado. Había escuchado esas canciones muchas veces y era un auténtico admirador del artista de Minnesota. No sé si llegó a ponerme una de las mejores, «Blowin’ in the wind» o «Like a Rolling Stone». El caso es que a mí Dylan me dejó indiferente y me marché de su casa sin mucho interés por aquello. Él se quedó decepcionado. Yo lo noté.
Justo al día siguiente, nada más vernos, le pedí que volviera a ponerme aquella canción, «Just like a woman», y percibí la sintonía hipnótica y me gustaron algunos de los versos que logré entender «she makes love just like a woman, … but she breaks just like a little girl». Seguí escuchando al autor de «Mr Tambourine Man». Compré varios de sus discos y me convertí en coleccionista de sus canciones. Más tarde, descubrí un libro con las letras de sus canciones en versión bilingüe de inglés y español. Empecé a escuchar durante horas «Idiot wind», «Don’t Think Twice, it’s all right», «A hard rain is gonna fall», y no me cansaba de oír su voz acompañada de su guitarra y su armónica. Escuché una de las más hermosas, «Knockin’ on heaven’s door». Y escuché también «All Along the Watchtower»,»Ballad of a Thin Man», «Maggie’s farm», «The Times They Are Changing». Empecé a sentir fascinación por él, hasta el punto de leer una biografía intensa sobre el poeta americano, La biografía de Bob Dylan. (Anthony Scaduto).
Pasó el tiempo. Pasaron los años. Hace una semana fui a ver una versión cinematográfica centrada en cuatro años de la vida de Dylan: A Complete Unknown (Director: James Mangold, 2024). El papel del artista es interpretado por el actor Timothée Chalamet que presta su voz a las canciones de la película y, que en honor a la verdad, suena bien. Volví a casa con ganas de escuchar al hombre que conquistó Tokio en 1978 con el doble disco Bob Dylan At Budokan. Resulta emocionante escuchar en directo Forever Young coreado por decenas de miles de asistentes al concierto celebrado aquellos días en el estadio Nippon Budokan de la capital japonesa.
Bob Dylan, introvertido y culto, trae consigo una mochila, una guitarra y una armónica como equipaje. Detrás de sus ojos hay un paisaje de montañas de palabras, libros y silencios que pesan como demonios. El judío errante quiere soltar lastre para seguir su camino, y escribe y canta y nos lo cuenta mientras siente en la cara el viento del peregrino.
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