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Mi faena hegeliana para evitar ser conducido al circuito judicial donde podrían imputarme odiar tiranos

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Durante mi adolescencia proclive estudiar filosofía, observándome meditativo, algunos profesores atribuían ese padecimiento [según sus eunucos juicos] a hipótesis que inculpan al dictador arquetípico y de gendarmería universal la severa vigilancia a la cual suelen los bárbaros someter nuestros quehaceres intelectuales. Sostengo que son relativas, no inexpugnables, la complejidad del razonamiento y escritura epistemológica. Tanto que a quienes de sí aseveran haberse transformado en estados, producen prurito. Los murmullos en corredores y extramuros de instalaciones académicas logran trascender convirtiéndose en fundamentos. Enteran a mentes inquietas cómo la irrupción histórica de pensadores molestaba a quienes se investían gobernantes, para, de súbito, atribuirse autoridad divina mediante la exhibición de ejércitos: la mayoría de ellos torciéndose inicuos contra ciudadanos en situación de orfandad absoluta.

En Lecciones de Historia de la Filosofía (Hegel, G. W. F., «Fondo de Cultura Económica», México, 1977) uno de los famosos discernidores alemanes, durante aciagos días que requirieron la presencia de genios. Lamentable que Marx mal interpretara sus conjeturas, que produjeron se obsesionara por difundir la violencia irracional de resentido social como ideología. No es fortuito que Hegel nos legara su postura respecto a los sofistas:

-«La subjetividad del pensamiento tiene, vista de cerca, doble determinación: la infinita de ver una forma que se refiere a sí misma, que, como esta actividad pura de lo general, obtiene determinaciones de contenido. Por otra parte, en tanto que la conciencia reflexiona sobre el hecho que el sujeto pensante es quien establece esto, el retorno del espíritu de la objetividad a sí mismo» (p.p. 07-08 de obra citada)

En el curso del siglo XXI no se debería –sobriamente– inferir que el mundo tiene o tuvo «comandantes en jefe», «líderes supremos» o «históricos». Empero, en situación de dopados con escopolamina a todos se nos permite arrogar u olvidar, según conveniencia: magnificar acaecimientos, nuestros triunfos o pifias y los de cualquier otro mortal porque la burundanga es una «droga purgativa de pasiones». En momentos de hastío, desencanto o resignación, nuestra psique necesita ejercitarse en imaginarios para sintonizarnos con mitos ancestrales o  transmutarnos hacia las dimensiones del éxtasis y euforia. Todavía no hemos perdido el estigma del ser totémico para el cual nada alcanza magnanimidad si primero no se empalaga, en tumulto, de pócimas heroicas, licores y tabúes.

Somos [totémicos] tumultuosos en el ejercicio de la disipación, licencia y concordia: felices en convites para el desahogo, e iracundos en la asimilación forzosa del error. Porque nuestra naturaleza colapsa cuando experimenta la frustración, el desencanto, desamor, la resaca. Ningún suceso purga más expeditamente las pasiones colectivas que el linchamiento, moral o físico, del otro o prójimo. Cuántos mililitros de adrenalina genera la arenga. Las ofertas de mutilación de tiranos, esbirros y genocidas explícitos [con el propósito de restituir una justicia social que jamás existió] son imposibles de superar entre otras más o menos fantásticas que, con propósitos vindicativos, alguien, entre quienes somos «menos inhumanos», impulsará conforme al juicio de un casi olvidado psicoanalista de apellido Jung.

Por ello, el tótem exige sus tabúes. En su penosa circunstancia, implora la irrupción de «semidioses»: esos iguales a «líderes supremos» o «históricos» de fabulario enmohecido, para confirmar que no es infundada su propensión hacia la estupidez y que no es un obcecado ignorante sólo por mantenerse ebrio sino por pertenecer a una clase social no pudiente. No es un imbécil por padecer la desgracia de no procurarse conocimientos o habilidades. Advierte que de su entrepierna pende un falo que a veces irgue, pero que la mayor parte de su vida lo ve corvo y asume que igual su voluntad con él lo está [irremediablemente].

La arenga de penoso, ancestral y homínido ancestro. El fetichismo o ridículo culto a la personalidad de individuos ofuscados y de corva psique, la reverencia incómoda de normativa militar, la exhumación tras la pista de un desalmado primogénito del prócer. Todo ello nos condujo rumbo al caos que experimenta la civilización. Si no me entiendes es porque tampoco esfuerzas hacerlo contigo, jamás porque la filosofía sea una disciplina abstrusa.

@jurescritor

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