OPINIÓN

Mi experiencia de visitar Caracas

por Alejandro Uribe Alejandro Uribe
Metro-Tarjetas inteligentes

Foto Archivo

En artículos anteriores he escrito sobre temas más complejos, relacionados con áreas tales como: economía, tecnología, política, historia y filosofía, pero en esta ocasión, escribiré algo más trivial –pero no menos importante– sobre la experiencia al viajar de manera express, a mi querida y bella ciudad de Caracas, lugar que tenía más de dos años sin visitar, por razones relativas a la pandemia actual, que nos ha tenido utilizando una herramienta tecnológica de comunicación llamada Meet de Google, para hacer las reuniones virtuales en tiempo real.

Por razones inherentes a mi trabajo de consultor de sistemas y tecnología de información, tuve que abandonar la comodidad y la seguridad del hogar temporalmente y en este viaje mi esposa decidió acompañarme –como si fuéramos un par de turistas, que íbamos a explorar situaciones desconocidas– teniendo en cuenta que estamos vacunados con la pauta completa anticovid.

Como no sabíamos las condiciones actuales de la dinámica autopista regional del centro –ARC–, para no correr riesgos por estar desactualizados, decidimos usar el transporte público que nos recomendaron y a las 8:00 am llegamos al terminal de pasajeros, donde encontramos las secuelas de la crisis y de la pandemia sobre la economía real y vimos casi la totalidad de los negocios abandonados y quizás quebrados, pero nos llamó poderosamente la atención, que algún emprendedor tuvo la idea de utilizar el local de su negocio, para ofrecer un servicio de sanitarios, en buenas condiciones de limpieza, donde cobraban por su uso un bolívar digital  –1 millón de bolívares de los anteriores– que al tipo de cambio BCV actual representa 22 centavos de dólar.

El vehículo que abordamos estaba en excelentes condiciones, el aire acondicionado funcionaba bien –como a 18 grados centígrados, aunque hubiéramos preferido aire normal, con todas las ventanas abiertas– y aceptaban diversos tipos de pago: dólares, pago móvil y bolívares, siendo que, como aún no abundan los billetes del nuevo cono monetario, los que circulan son los anteriores de millones de bolívares.

Teniendo en cuenta que el volumen de viajeros ha disminuido por la pandemia y por los precios dolarizados, donde quien percibe un salario mínimo mensual de 7 bolívares –menos de 2 dólares, con lo que no puede pagar ni el pasaje de ida y por eso cae la demanda–, tuvimos que esperar por casi por 2 horas, hasta que hubiera al menos la mitad del cupo lleno en la unidad de transporte.

Al llegar al terminal de la Bandera nos encontramos con una grata sorpresa, pues habían remodelado, pintado y reorganizado esta edificación, ofreciendo un ambiente climatizado, techo raso instalado, limpieza en pisos y sanitarios, seguridad, orden y todos los negocios, las taquillas de las empresas transportistas y los cajeros automáticos estaban funcionado, donde cada cosa estaba en el lugar que debería y esta primera impresión fue excelente, por dar una cara pulcra y amable de la ciudad al visitante.

Inicialmente pensamos en tomar un taxi para movilizarnos en Caracas, pero con la grata experiencia del terminal de pasajeros, creímos que de ahí en adelante todo sería igual y por lo tanto, nos dirigimos hacia la estación del Metro de La Bandera y ¡oh! ingrata sorpresa, las escaleras eléctricas no funcionaban en ningún sentido y tuvimos que hacer uso de la escalera normal, donde mi esposa hizo un sacrificio por el dolor en las rodillas, pero, aun así, ella decidió que continuáramos la aventura por el subterráneo, creyendo que la avería era solo en esa estación.

Al llegar a la taquilla para comprar los tickets del Metro, solo había un empleado quien nos indicó, que el costo era de Bs. 0,50 por persona, pero que podíamos pasar sin pagar, pues los torniquetes estaban libres y ahí mismo, nos encontramos con más escaleras normales, pues las automáticas tampoco funcionaban –lo que es gratuito nunca funciona–.

Al llegar al andén del Metro, notamos que el tiempo de espera era mayor que en épocas pasadas, no había aire acondicionado en el sitio y el tren venía muy despacio, estaba sucio por fuera, hacía ruidos no convencionales, traía algunos vagones sin utilizar, estaba sin aire acondicionado, sin altoparlantes y por supuesto, con muchos pasajeros en cada vagón, lo que impedía el distanciamiento social, recomendado como medida de bioseguridad para evitar más contagios.

El viaje desde la estación de La Bandera hasta Plaza Venezuela fue muy demorado y para completar, dentro del vagón había compradores de dólares, vendedores ambulantes y gente pidiendo colaboración con diferentes tipos de historia.

Al llegar a la estación Plaza Venezuela, por poco nos atropellan otros usuarios, que no dejaban salir a quienes llegaban, pues entraban como irracionales para buscar asientos desocupados y para tomar la línea uno con rumbo hacia el Este, volvimos a encontrar que ninguna escalera mecánica funcionaba y tuvimos que castigar de nuevo las rodillas.

El Metro de la Línea 1 estaba más limpio por fuera que el anterior, tenía el aire acondicionado funcionando, era más rápido, le funcionaban los altavoces para indicar el nombre de las estaciones, pero también había muchos pasajeros juntos en un solo vagón, vendedores de chucherías, cambistas de dólares y pedidores de limosnas.

Por fin, llegamos a la estación de destino, donde no había ningún funcionario del Metro visible y otra vez como castigo para rodillas y corazones cansados, estas escaleras eran de mayor longitud y pendiente que las anteriores y por supuesto, aquí tampoco funcionaban las escaleras automáticas, pues sus motores estaban colocados fuera, esperando quizás por mantenimiento de rebobinado y reemplazo de rolineras o ejes, que son las fallas más comunes de los motores eléctricos, que funcionan por inducción electromagnética.

Al salir de la estación destino hacia la avenida Francisco de Miranda, esperábamos que estuvieran funcionando los ascensores del edificio adonde nos dirigíamos y afortunadamente así ocurrió, pero llegamos casi dos horas después de la hora convenida.

Una vez cumplida la misión que teníamos, para no repetir el castigo sufrido en el Metro o correr algún riesgo biológico o de otra índole, decidimos tomar un taxi hasta el terminal de La Bandera, que nos cobró una tarifa de 10 dólares por el servicio, pero en la Autopista del Este y la Francisco Fajardo o Gran Cacique Guaicaipuro, el vehículo se apagaba con cierta frecuencia, quizás por la calidad del combustible utilizado y ya en el terminal de pasajeros, abordamos un transporte muy limpio, que tenía todas las ventanas abiertas y estaba casi lleno, en el cual llegamos a nuestro sitio de origen, sin ningún contratiempo adicional, excepto el dolor de las rodillas y una mala experiencia adquirida, que tendremos en cuenta para no volver a usar el Metro como medio de transporte en próximas ocasiones.

Para finalizar este artículo de forma objetiva –como es el estilo de este articulista– me permito felicitar a los funcionarios y a las entidades que han tenido la responsabilidad de mejorar y mantener el terminal de La Bandera en las excelentes condiciones actuales, siendo que este es un buen ejemplo, que deberían emular otras administraciones como la del Metro de Caracas y adicionalmente, todos aquellos alcaldes, gobernadores y demás funcionarios, que fueron elegidos en las elecciones del domingo 21 de este mes, independientemente del partido político donde estén, quienes deben dedicar sus esfuerzos a mejorar la calidad de vida de los ciudadanos, mediante gestiones honestas y con gerentes capaces, enfocados en el bienestar de la gente, donde la misión que deben cumplir es ofrecer: seguridad, paz, orden, limpieza y servicios públicos que funcionen de manera eficaz y eficiente, en un ambiente de pulcritud y transparencia administrativa.