Aquel domingo 14 de enero de 1973 a mis escasos 11 años no podía entender cómo era que papá me obligaba a vestir mi mejor atuendo para acudir al colegio. Era una fecha especial, me decía, mientras yo refunfuñando y sin posibilidades de escapatoria terminaba de engalanarme. En aquel corto trayecto me asombró ver la Guardia Presidencial, fusil en mano, apostada a lo largo de los linderos del colegio que para aquel entonces incluía los terrenos que ocupa hoy el descomunal centro comercial. Entramos al salón de actos, aquel en que acostumbraba ir con mis compañeros de curso a ver las películas de Tarzán y de Louis De Funes, solo que esta vez estaba atestado de “viejos”, y se encontraba, además, el presidente de la República, Rafael Caldera.
El presidente fue invitado en calidad de antiguo alumno a dar el discurso de orden en conmemoración de los primeros 50 años del Colegio San Ignacio de Loyola. Mis recuerdos de aquel día están llenos de palabras bonitas rememorando los primeros años de la institución que a medida que el presidente pronunciaba desataban las lágrimas de aquellos viejos. Aquella primera “camada” de jesuitas, sacerdotes y hermanos, del país vasco todos, llegados a la Venezuela gomecista, que no los veía desde épocas de la Colonia, fue realmente especial: Zumalabe (rector), Aguirre, Víctor Iriarte, Marquiegui, Gastaminza, Arrizabalaga…
Ese mismo año el ambiente caraqueño comenzaría a llenarse de rumores desfavorables hacia la Compañía de Jesús… ¡Los jesuitas se metían a comunistas!… y habrían abrazado la polémica Teología de la Liberación. Fue así como durante los siguientes dos cursos vi partir a algunos de mis compañeros, unos para el nuevo colegio del Opus Dei, otros para el exterior. La verdad es que más allá de esa sensibilidad social que siempre se les ha impartido a los alumnos de los jesuitas alrededor del mundo, nunca sentí en el ambiente del colegio ningún tipo de inclinación hacia la izquierda.
Woody Allen retrató bellísimamente el Golden Age Syndrome en su película Midnight in Paris, ese sentimiento de que toda época pasada fue mejor. El protagonista quien veía en los boyantes años veinte la época perfecta para vivir, se impresiona cuando aquella bella mujer que hacía de novia de Picasso y Modigliani le cuenta que quisiera haber vivido el período anterior, los años de la Belle Epoque. A pesar de la crítica, ¿cómo no extrañar el pasado en medio de este desastre “bolivariano” que acabó con nuestra manera de vivir? Aquella Venezuela pujante, de estabilidad económica, política y social no puede dejar de provocar añoranzas en aquellos que la vivimos a plenitud.
Como integrante de la promoción de 1979 fui invitado en días recientes a un modesto reencuentro con motivo de nuestro aniversario número 40. Comenzó en las aulas de la recientemente inaugurada Casa Loyola con una charla sobre la situación país impartida por Alfredo Infante SJ, quien además nos habló de la bella labor que lleva a cabo en el sector de La Vega en Caracas. Antes del compartir acostumbrado vimos imágenes de nuestros queridos compañeros que ya no se encuentran con nosotros, seguido del himno de Loyola y un sentido “Hoja de té” entonado por el padre Pedro Galdos SJ. Bueno, se imaginarán que en esta oportunidad, más de 46 años después de aquella ceremonia en nuestro querido salón de actos, el primer “viejo “en derramar lágrimas fue quien aquí escribe.
Que los ignacianos somos una suerte de cofradía o hermandad, que al mejor estilo masón, donde quiera que nos encontremos nos reconocemos, nos tendemos la mano y establecemos una conexión inexplicable para quien no lo ha vivido… es cierto. Cada uno de nosotros guarda sus propios e inolvidables recuerdos del Colegio San Ignacio que para cada quien siempre será “mi” colegio. Agur.
En todo amar y servir.