Una damita inteligente, amadísima por mí, estilista y en extremo trabajadora llamada Venus Kelly, mi hija menor residenciada en Perú, me habló al visitarla sobre hábitos y costumbres de los ciudadanos de ese país.
-Cuando estés en una plaza pública, papá, normalmente frecuentada por pequeños grupos familiares, no hables con nadie –me dijo, empero […] Excepto con turistas norteamericanos, alemanes, italianos y otras naciones en áreas de la playa.
Las responsabilidades laborales de mi adorada son rígidas. Se levanta temprano. Yo le preparaba algún alimento, se despedía e iba a rapidísimo paso. Cuando yo había ideado una metodología de movilidad específica para no perderme, caminaba hacia la Costa del Pacífico y allá interactuaba con jóvenes peruanos que rápido se hacían amigos especialmente de los norteamericanos.
–Old gringo, oh […] John Lennon Old is here –tras dirigir sus miradas hacia mí, pronunciaban en inglés los muchachos mientras yo escrutaba la fiereza oceánica-.
–Take it easy –les respondía a uno que otro cuando intentaban detenerme no se sabe con qué intenciones, porque no era difícil advertir que vendían drogas aparte de entonar blues-.
–Stop, my friend, please! –simultáneamente, inferían.
-I’m not alive –los evadía con esa expresión de quienes somos «magmas» de lo paranormal y proseguía mi lento andar de forastero curioso.
Admiré de Lima la rigurosa organización social y el aprontamiento de los organismos del servicio público. Los obreros son eficientes, expeditos. Las calles o avenidas no pueden lucir ahuecadas ni las instalaciones del Estado averiadas-derruidas. Sin embargo, detesté el odio que infunden contra los inmigrantes venezolanos en esa república donde Simón Bolívar fue admirado y venerado como un dios. Suerte que Venus Kelly tiene acento peruano.
Durante uno de mis recorridos diarios por la Avenida Comandante Espinar (https://es.wikipedia.org/wiki/Distrito_de_Miraflores_(Lima), frente a una papelería donde compré una pequeña carpeta y bolígrafo, perdí el último carnet que tuve de la Oficina de Prensa de la Universidad de Los Andes. Lo guardo con mucho celo, una de las pocas cosas que no dejé abandonado en las cestas de basura de los aeropuertos de Cúcuta, Bogotá o Medellín. Quise tener un equipaje liviano y libre de distinciones en pergaminos o papeles que sólo me incomodaban. Tuve impulsos de botar mi pasaporte y quedarme en cualquier esquina de las mencionadas ciudades latinoamericanas. Temprano moriría, seguro, envuelto en harapos. Me persuadí de no hacerlo, tras meditar prolongadamente, por mis escrúpulos de infante que se han mantenido inamovibles hasta la vejez que encimo sin amargura. Me placen las duchas constantes, estar limpio y presentable aun cuando informal.
Triste, le comenté a mi hija que había perdido el carnet de la que fue mi «Alma Mater»: Universidad de los Andes (1985) de Venezuela, la cual se suicidó hace casi dos décadas y hoy quieren resucitarla. Inmutable, musitó que «eso ya no existe».
-No pierdas tu pasaporte, papá -impelió-. Es importante que lo cuides.
–Tranquila, nunca salgo hacia las calles con el pasaporte –le informé–: se mojaría por causa del rarísimo clima invernal de Perú.
-Ah, nunca te piden documentos de identidad: para la gente aquí eres gringo.
Tenía un prócer impreso norteamericano (https://www.poeticous.com/alberto-jimenez-ure/trajectory-of-dollar-word) y fui rumbo a una casa de cambio para tener soles. Daba un paso tras otro, pensando en «abducciones» (https://www.cun.es/diccionario-medico/terminos/abduccion, 2022) la víspera experimentadas en Barquisimeto y miraba las aceras. Desde corta distancia vi lo que parecía un meteorito colorido, pero resultó ser un átomo de 25 –aproximados- centímetros cúbicos. Me incliné a tocarlo y esfumó. En su lugar apareció mi carnet extraviado.
El periodismo independiente necesita del apoyo de sus lectores para continuar y garantizar que las noticias incómodas que no quieren que leas, sigan estando a tu alcance. ¡Hoy, con tu apoyo, seguiremos trabajando arduamente por un periodismo libre de censuras!
Apoya a El Nacional