OPINIÓN

Mi amigo Rómulo (IV) – La muerte de Trujillo

por Alfredo Coronil Hartmann Alfredo Coronil Hartmann

Estado en el que quedó el auto en el que se trasladaba Rafael Leonidas Trujillo

 

Nota: Este artículo es un estricto aporte a la discusión en la que por décadas se ha especulado sobre la vinculación del presidente Rómulo Betancourt en la conjura que acabó con la vida del dictador dominicano Rafael Leonidas Trujillo. Esta revelación apenas parcial de documentos privados, que tiene por objeto hacer un aporte historiográfico, se han mantenido en absoluta confidencialidad desde 1960 cuando fueron dados en custodia desde ese año a mi mamá, la doctora Reneé Hartmann, por el propio Rómulo.

En la esquina de una de las principales calles de Santo Domingo se exhibía de forma permanente un letrero que decía “Los tres grandes enemigos de Republica Dominicana son Juan Bosch, José Figueres y Rómulo Betancourt”. Ya Rómulo había pagado esa sentencia con el atentado del 24 de junio y sabía que Trujillo no iba a descansar hasta lograr su objetivo pues cada día que pasaba Betancourt cobraba más fuerza internacional y tras el intento de magnicidio se creó un cerco en la región que ponía en jaque la existencia de la dictadura dominicana, aun cuando no convencía la actitud demostrada por el presidente norteamericano Eisenhower y mucho menos la de su vicepresidente Nixon, sobre todo éste último, cuyo ego había sido lastimado justamente en Caracas durante su visita en el año 58.

Rómulo reapareció ante el país y ante las cámaras de televisión el 16 de julio de 1960. Había muchos rumores y severas dudas sobre su verdadero estado de salud. Pero tras los veintidós días que habían pasado, Betancourt, contrariando la estricta opinión de sus médicos, decidió mostrarse y hablar con entereza espiritual y política, teniendo como estrategia hacer apenas una breve reseña de su salud y el atentado para concentrar energías en la situación del país y la labor de gobierno. Una labor que no había descuidado desde el 25 de junio cuando había retornado al Palacio de Miraflores pese al grave estado de salud que tenía por las violentas quemaduras.

¿Cómo reaccionar frente a la gravísima acción de Trujillo? Betancourt había puesto en la mesa desde el primer momento preparar a las Fuerzas Armadas para invadir República Dominicana, la superioridad militar de Venezuela advertía de una fácil victoria, pero en lo interno la situación política y militar dejaba claro que la agresión en Los Próceres no se iba a resolver con un baño de sangre en Santo Domingo que estaba a escasos 45 minutos para los bombarderos venezolanos. Así pues, Rómulo, abrazado a sus más profundas convicciones, inició la cruzada internacional e impuso su línea dura para sancionar a Trujillo y acorralarlo, lo cual se logró en el seno de la OEA, haciendo que toda la región rompiera relaciones diplomáticas y parcialmente económicas, incluyendo el apoyo llamativo de las dictaduras de Somoza, Duvalier, Stroessner, y pese a la duda inicial de Estados Unidos que, en voz de su secretario de Estado, Christian Herter, creía en que se debían buscar las claves para democratizar a República Dominicana.

Pero en lo íntimo, Betancourt sabía que esto no sería suficiente. En noviembre de 1960, John Kennedy fue elegido presidente de Estados Unidos, la nueva administración no tardó en hacer contacto con Rómulo y las cosas fueron tomando un giro decisivo. Aún cuando se trabajó en la más estricta de las confidencialidades, fui testigo de las operaciones que individualmente el propio Rómulo fue tejiendo con Luis Muñoz Marín, Pepe Figueres, Juan Bosch y un particular emisario de la CIA que empezó a viajar a Caracas desde enero de 1961. Así que este relato inédito dará cuenta de cómo se fue orquestando la muerte de Trujillo, con el especial cuidado que tuvo Rómulo de no dejar rastro alguno y por lo cual hasta el día de hoy se ha desconocido esta trama por cuanto los documentos sumarios de estas acciones fueron custodiados celosamente por mi mamá durante años.

Para esos meses, el aún embajador norteamericano en Caracas, Edward Sparks, había presentado a Rómulo a un funcionario de la CIA de nombre Harry Heomsdorf, que reportaba directamente a Henry Dearborn, que era el jefe de inteligencia de Estados Unidos en Santo Domingo. Las primeras reuniones, tengo entendido, fueron absolutamente protocolares. El emisario era informado por Rómulo sobre los diversos informes de inteligencia y a su vez éste se enteraba de los rumores que la CIA tenía confirmados respecto a las andanzas de Trujillo y las consecuencias que generaba al interno de la dictadura la ruptura masiva de relaciones y el correspondiente aislamiento en el que fue cayendo el generalísimo Chapita.

A raíz de estos contactos iniciales con Heomsdorf, Rómulo instruyó a Deborah Gabaldón para que todos los telegramas y comunicaciones enviados a Miraflores por Muñoz Marín, Bosch o Figueres fuesen entregados a mi mamá a nuestra casa en La California. Del Moral lo hacía religiosamente. Betancourt, que fue quizá la persona más desconfiada que conocí en mi vida, no quería lo que iba tejiendo en este tema dejara rastro alguno en Miraflores para evitar que alguna filtración pusiera en jaque la coalición de gobierno generada tras el Pacto de Puntofijo o creara más fisuras en las Fuerzas Armadas.

Por su parte, desde enero de 1961, le indicó a Heomsdorf que cualquier próxima reunión se realizaría exclusivamente en La California y le dio la dirección. En total fueron cuatro veces que estas reuniones se producirían entre enero y principios de mayo de 1961.

A principios de diciembre de 1960, Bosch y Figueres persuadieron a Rómulo de establecer en Puerto Rico una base de operaciones en extrema confidencialidad para apoyar a las disidencias internas que había en Santo Domingo y tratar de encontrar una salida inmediata con el apoyo del nuevo gobierno americano que representaba Kennedy y cuyo enlace inicial fue el político puertorriqueño Santiago Polanco Abreu. Esos días hubo una minicumbre, en San Juan, con los agentes de la CIA que se involucrarían para el futuro. Rómulo era informado por Heomsdorf de las diferentes intenciones y planes que Trujillo tenía en la mesa para respaldar y así intentar conseguir el fin del gobierno venezolano desde lo interno.

Trujillo no descansaba en pasar por cualquier rendija conspirativa para tratar de acabar con Rómulo aún después del atentado. En diciembre de ese mismo año, 1960, los tenientes Lizandro Márquez Pérez y Gonzalo Abreu Molina, intentaron ejecutar con una risible escaramuza militar un plan para liberar al general Castro León y sus cómplices del intento de golpe de estado que había apoyado Trujillo. Luego en febrero de 1961, el coronel Edito Ramírez, también, con apoyo de Santo Domingo, intentó otra escaramuza que no tuvo ningún tipo de repercusión.

Heomsdorf venía a Venezuela cada tres semanas aproximadamente y de allí presumo que partía a San Juan de Puerto Rico a verse con Bosch y Figueres. Todas las reuniones entre él y Rómulo se realizaron en nuestra casa de La California y en ellas fungía como traductora mi mamá y no fue sino meses después que supe cuál era el objetivo de aquel colorado americano que visitaba a Rómulo y a mi mamá. La persistencia de Rómulo con la administración Kennedy era muy firme: la resolución de los problemas de la región pasaba por el fin de la dictadura de Trujillo quien seguía convencido de acabar con Betancourt y era evidente no iba a vacilar en atentar contra otros gobiernos latinoamericanos. Fidel estaba en un segundo plano y no había intentado aún dar zarpazos definitivos contra Venezuela.

Sin embargo, los planes iniciales de Kennedy se enfocaron en Cuba que, para el lobby americano, en el contexto de la Guerra Fría, era el principal objetivo. Ello conllevó a ese fracaso temerario que significó el intento de invasión de la resistencia cubana por Playa Girón entre el 15 y el 20 de abril de 1961.

Tras la fracasada invasión, Heomsdorf volvió a Venezuela por última vez el martes 2 de mayo de 1961. Había pasado por Puerto Rico y tenía información del avance del tema dominicano. En sus rutinarias visitas a la casa, Rómulo llegó y al poco tiempo lo hizo Heomsdorf. Esperaron café en mano la llegada de mi mamá para la habitual traducción. Años después a raíz de una investigación del Senado norteamericano sobre lo ocurrido en República Dominicana, leí un documento clasificado de cómo este agente de la CIA describía las reuniones entre él y Rómulo y acotaba “en una casa habitada por dos personas mayores, un adolescente, un perro y la doctora Hartmann, dedicada a la atención social de menores de edad que ayuda con la traducción del lenguaje tan coloquial del Señor Presidente».

Pero mi mamá que venía desde su trabajo en el Consejo Venezolano del Niño, en San Martín, no llegó a tiempo. Rómulo debía irse y también Heomsdorf, así que me pidió que le ayudara a traducir la conversación. Con la habitual impaciencia de Betancourt, él escuchó atentamente sobre lo que Figueres y Bosch habían avanzado en contactos internos con República Dominicana, pero el gobierno americano no los creía suficientes aún para dar pasos firmes contra Trujillo o respaldar cualquier intento para propiciar el derrocamiento, pues eso significaría caer en desventajas estratégicas y perder todo lo que se había logrado infiltrar. Heomsdorf concluyó su exposición diciendo que del fracaso de Bahía de Cochinos se había logrado descubrir futuras debilidades de Castro y hacer exitosa una futura nueva acción y así resarcir el daño al recién estrenado gobierno de Kennedy.

En esta conversación, en la que accidentalmente fui espectador y traductor, Rómulo llegó a decir: “¡Pero qué diarrea de imprecisiones tienen los americanos!”. Y Heomsdorf se limitó a pedir ayuda para que las venideras acciones diplomáticas contra La Habana fueran respaldadas enérgicamente por Caracas y Betancourt asintiendo a lo que decía el agente de la CIA, aceptó respaldar el cerco a La Habana, vació la pipa y le dijo él mismo en claro inglés y voz fuerte: “Trujillo first”, yo me quedé mudo y Heomsdorf respondió “entonces así lo haremos, mandaremos el mensaje al señor García”, poniendo con ello fin a la conversación.

Amado García Guerrero, un teniente dominicano, había sido el insurrecto contacto del que se valían Bosch, Figueres y Santiago Polanco para informarse sobre las andanzas del régimen de Trujillo a través de Henry Dearborn, que era también el cónsul de Estados Unidos en Santo Domingo. Después de ese día nunca más volví a ver ni oír de Heomsdorf. Ni nunca más supimos de él sino hasta su muerte en 1974, cuando Rómulo y mi mamá mandaron un mensaje de pésame dirigido a su viuda a la casa que se suponía era la suya.

Aunque no preciso la fecha con exactitud, presumo que cerca del 20 de mayo de 1960, Rómulo que había ido a casa habló por teléfono con Juan Bosch y lo único que comentó de la llamada, en la que prácticamente oía y solo respondía sí o no, fue que estaban muy movidas las cosas en Santo Domingo.

Finalmente, el miércoles 31 de mayo cerca de las 6:00 de la mañana hubo una llamada que despertó a toda la casa. Era Rómulo comunicándole a mi mamá que había muerto Trujillo. Él salió de Los Núñez a Miraflores y al estar reunido en su Despacho en algún momento del día, entró Yabrudy Rojas y le dijo al oído: “Presidente, Trujillo fue asesinado anoche”. Rómulo sólo asintió y no se volvió a hablar del tema. Al paso de los años, en 1969, ambos recordamos sin mayores comentarios esa escena y le pregunté a Rómulo, que esquivaba el tema abruptamente aún en la intimidad, quién era la persona que lo había llamado a Los Núñez antes que fuera pública la noticia y me dijo: “El colorado Heomsdorf”.

Amado García, edecán de Trujillo, con quien había quedado hablar Heomsdorf, fue uno de los ejecutores de la muerte del dictador junto a Antonio de la Maza. García fue asesinado de forma sanguinaria tras la muerte del dictador, bajo órdenes expresas de Ramfis Trujillo. Desapareció el testigo principal del lado dominicano y los sobrevivientes de aquella bienaventurada conjura nunca más volvieron a mencionar lo ocurrido.

La conjura que empezó con un telegrama de Luis Muñoz Marín seis meses antes, acabó con otro telegrama enviado desde Nueva York. El de Miguel Ángel Quevedo, amigo personal de Rómulo que reza lo siguiente: “Recibe un fuerte abrazo que culmina una lucha de años por la libertad de Santo Domingo”.