La izquierda latinoamericana vive un infierno interno y se fragmenta en mil pedazos. El régimen de Venezuela sembró la manzana de la discordia. La burda y brutal maniobra electoral de Nicolás Maduro es difícil de esconder e imposible de respaldar.
El bloque de izquierda, que jamás ha condenado la corrupción, censura, represión y asesinatos de la dictadura de Cuba, ha matizado un ligero cambio de postura hacia la tiranía de Venezuela, dejando a Maduro en una relativa orfandad política.
Esta es la segunda vez que Maduro alborota las aguas en la izquierda radical. Cuando inició sus movimientos para invadir Guyana, la dictadura de Cuba le dijo no. Castro y Díaz-Canel cerraron filas con Guyana y sus socios del Caricom.
La agresión anunciada contra Guyana también molestó al presidente Lula, pero lejos de manifestar públicamente su descontento, promovió acciones regionales para el diálogo. La tercia por Guyana fue el inicio de una rencilla silenciosa.
El nuevo terremoto generado por el régimen de Venezuela ha sido ominoso. La dictadura no está dispuesta a ceder un centímetro en su farsa electoral. Maduro está convencido de que no cuenta con los votos ni el respaldo necesario para ganar una elección limpiamente.
A pesar de la estridencia de la maniobra electoral de Maduro, el tirano todavía cuenta con el silencio cómplice de AMLO en México y el respaldo de Cuba, Nicaragua, Honduras y Bolivia. El resto de América Latina aborrece al heredero de Hugo Chávez.
Lula, creador del infame Foro de Sao Paulo y antiguo defensor de Maduro, asestó uno de los golpes más duros a la narrativa del régimen venezolano. Sus palabras dejan a Maduro descolocado y con los pantalones bajos ante los llamados gobiernos progresistas.
Brasil, la economía más grande de América Latina y actual presidente del G20, rompió el silencio la semana pasada. El presidente Lula dijo que la inhabilitación de candidatos opositores “no tiene explicación política ni mucho menos jurídica”. Enhorabuena.
La posición de Colombia es otro izquierdazo contra Maduro. El exguerrillero fundador del M-19, Gustavo Petro, había sido un férreo defensor de Venezuela por razones políticas, económicas y de seguridad. Su respuesta demuestra un hartazgo con el régimen.
Chile también dijo que no a Maduro. El presidente Boric que había atemperado el tono con el tirano y comenzaba a pedir el fin de sanciones, no tuvo más remedio que condenar tajantemente la farsa electoral de Venezuela y cerrar filas en favor de la democracia.
En América Latina se tolera casi todo, menos los fraudes electorales. Maduro sigue el derrotero de Nicaragua. Aislamiento y pobreza. No le quedan más opciones que buscar apoyos extrarregionales en las autocracias de China, Rusia e Irán.
El régimen apuesta a que el actual gobierno de Estados Unidos le reimpondrá selectivamente algunas sanciones. No todas. El país del norte vive un año electoral en el que la principal preocupación es la migración y los precios del petróleo. Maduro lo tiene claro.
Las fracturas en la izquierda hemisférica son un síntoma saludable. Quizás algún día esta indignación sea tan fuerte como para reconocer que Cuba también es una tiranía y que no existen dictaduras buenas y dictaduras malas. No hay que perder la esperanza.
El autor es periodista exiliado, exembajador de Nicaragua ante la OEA y exmiembro del Cuerpo de Paz de Noruega (FK).
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