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¿Metá tá physiká?

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Según los ya casi en desuso manuales y diccionarios de filosofía, pero también según los incontables sites que pululan en las llamadas «redes sociales» de este menesteroso tiempo presente, los filósofos presocráticos se dedicaron mayoritariamente al estudio de la naturaleza. Prácticamente todos entienden por «naturaleza» la presuposición de las ideas y valores que de los antiguos hicieron los modernos, cabe decir -siempre-, a través de la cogitatio, pero nunca de la speculatio. Por lo cual, la mayoría de sus doxógrafos, eruditos, especialistas e intérpretes, se inclinan a cometer una doble separación de la idea de los orígenes o de los fundamentos del primer concepto filosófico propiamente dicho: por un lado, está el cosmos; por el otro, la polis; por un lado, está la physis, la naturaleza; por el otro, lo que está más allá de ella. Con ello, la labor del entendimiento reflexivo puede ser resumida del siguiente modo: existe una realidad real, absolutamente inmediata, tangible, material, y una otra realidad, que no se encuentra al alcance de los sentidos, sino que los trasciende. Esa segunda realidad es, según el argumento característico del entendimiento abstracto, más real, más sustancial y profunda que la otra, la primera, la puramente sensorial, a la que los primeros filósofos le atribuían la condición de causa, principio o fundamento de todo lo existente. Y cabe advertir que, aparte de la ceguera de los empiristas, no son pocos los que sustentan semejante argumentación en una lectura, para decir lo poco, bastante lineal y plana del primer libro de la Metafísica de Aristóteles.

La abundancia de palabras no prueba la justeza de las opiniones. Decía Hegel que “mientras menos se sabe de una cosa mayor es el despliegue de su erudición”. Se sabe que, por ejemplo, según Tales de Mileto, el agua era la causa o el origen de la que nacen todas las cosas. O que, según Heráclito, lo era el fuego. “Probablemente -afirma Aristóteles- Tales juzgaba así viendo que lo que nutre a todas las cosas es húmedo, al punto de que el calor mismo nace de esta humedad y vive de ella”. Pero lo que el gran Aristóteles inicia con un “probablemente”, es llevado por una considerable parte de sus exégetas como el elemento perentorio y característico de la filosofía del Mileto, convirtiéndolo no sólo en el primero de los “físicos” -de nuevo, en sentido moderno- sino, además, en un “pre-socrático”, es decir, en un antecesor de todo posible concepto o idea, escindiendo -abstrayendo- lo uno de lo otro y, con ello, el ser de la naturaleza y el ser de la sociedad.

No obstante, conviene afirmar, en primer lugar, que cuando Tales transforma el agua en la causa primera de todo, ésta deja de ser un elemento empírico, inmediato, puramente sensible, para transformarse en sustancia, esto es, en idea objetiva e histórica, elevada a fundamento de una cultura que, en lo que al período griego clásico se refiere, da cuenta de un mundo formado por islas que sólo se podían conectar por medio y en virtud del agua. Por lo demás, el pre-socratismo de aquellos filósofos sólo pretende justificar el desgarramiento entre la realidad física y la realidad no-física -la metá tá physiká– y, con ella, la primera de la segunda naturaleza. Con dos inconvenientes, una vez más: que, en primer lugar, para un griego antiguo era absolutamente imposible separar el kosmos de la polis, la materia del espíritu. Y, en segundo lugar, como lo ha advertido enfáticamente Giulio F. Pagallo, que es más que una comprobación histórica el hecho de que Sócrates departiera de continuo, en sus innumerables simposios, con esos amigos y colegas suyos a los que la insensatez de los manuales denomina -y cataloga- como “pre-socráticos”.

Valga lo dicho hasta ahora a los efectos de comprender -sólo en parte- las consecuencias de las sombrías perversiones que sustenta el universo de la gran industria telemática, automatizada y virtual de este incierto presente, en nombre de un andamiaje de barruntos, presuposiciones y conjeturas que son publicitadas y vendidas como verdades absolutas en el mercado mundial, tal y como si se tratara de la más fabulosa y exitosa representación del next step hacia el inmarcesible progreso. Y es que, en realidad, el llamado “Meta-Universo” o “Metaverso” no es más que una muy mediocre, pedestre y, por lo demás, retorcida presuposición de la metafísica platónica. Es, de hecho, la versión que de ella se ha figurado la ratio instrumental. Pero la cosa –das sache– no se queda ahí, en una simple malformación del entendimiento acerca del estudio del ser en cuanto ser. El peligro de la mera razón técnica, una vez que ha sido despojada de toda eticidad, de toda civilidad, es que termina haciendo suyo el salvajismo, la barbarie, la violencia que conduce directamente a los totalitarismos de cualquier signo, a los despotismos, al crimen, al horror de una existencia que ha sido despojada de toda condición humana. Post festum, quizá ahora las sospechas sobre el confinamiento a causa del covid, durante 2020, puedan dejar de ser calificadas de simple paranoia para comenzar a ser comprendidas como un gran balón de ensayo de lo que, todo indica, significará la más profunda escisión del ser social respecto de lo que va quedando de su conciencia social.

No es precisamente Candy Crush lo que le espera a los entusiasmados consumidores masivos de la “gran experiencia” Meta-verse, en toda la diversidad de sus acepciones y en el despliegue de sus ofrecimientos, de esa “maravillosa” vida de estreno, de esa “segunda oportunidad”. Porque en ese otro mundo llegará a su fin el bullying, la celulitis, los kilos de más, la impopularidad, la impotencia, las enfermedades. Es el gran asilo de las avestruces, la tabla de salvación de la pusilanimidad, la inversión reflexiva del mito de la caverna. Es Zuckerberglandia. El “éxito” está garantizado. Será la mejor y mayor versión de Avatar. Y, al igual que en el film, el buen discapacitado se podrá convertir en el poderoso héroe de todos, mientras hipoteca su espíritu desde el otro lado del espejo. Podrá vender -o comprar- su “humanidad”,  o lo que aún queda de su physis -no la virtual, sino la de carne y sangre-, que se irá progresivamente enmoheciendo hasta que finalmente se pudra. Ni el hambre ni la lluvia, ni el opio ni el LSD, son competencia. Y todo indica que la sociedad mundial se dirige, no sin fervor, a ese anhelado “Nuevo Orden”, bajo la mirada omnipresente del Gran Hermano. Siglo XXI, el nuevo Cambalache.

@jrherreraucv

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