OPINIÓN

Mesoamérica: del maíz al calendario

por Ernesto Andrés Fuenmayor Ernesto Andrés Fuenmayor

Se estima que unos 15.000 años a.C. el ser humano llegó a América. El largo camino desde África hasta esas tierras despobladas culminaba en el puente de tierra de Beringia, un istmo actualmente cubierto por las aguas heladas que separan a Asia y el continente americano.

Pasarían milenios hasta que el sedentarismo agrícola empezara a desarrollarse entre los primeros americanos. Cuando ocurrió, la domesticación del maíz en el actual territorio mexicano hacia el año 5.000 a.C. daría pie a un desarrollo cultural que posteriormente culminaría en algunas de las civilizaciones más sofisticadas de la Antigüedad.

La relación de esos seres humanos con aquella base alimenticia sería la matriz de lo que actualmente conocemos como Mesoamérica. Alrededor del año 2.500 a.C. se observa la generalización del sedentarismo en torno al cultivo del maíz en los actuales territorios del sur de México, partes de Belice, El Salvador, Guatemala, Honduras, Nicaragua y Costa Rica. Este es el territorio mesoamericano, testigo de poblaciones que desarrollaron sistemas de adaptación al entorno similares, no solo en términos agrícolas con el ya mencionado maíz y otros alimentos como el chile o la calabaza, sino también con invenciones posteriores como un mismo calendario.

Hablar de Mesoamérica es hablar de mayas, mexicas, olmecas, toltecas, teotihuacanos y demás pueblos antropológicamente fascinantes. Actualmente en Occidente la influencia de ciertas civilizaciones antiguas es innegable. De la escritura egipcia se desarrollaría el alfabeto latino luego de una lenta metamorfosis a través de griegos, etruscos y romanos. Del pensamiento clásico griego tomaríamos doctrinas políticas como la democracia y la constitucionalidad. Sin embargo, el legado cultural de aquellos antiguos pueblos americanos fue en gran parte erradicado; su influencia en la cultura popular es nula y su presencia en América se reduce a algunas pequeñas poblaciones rurales que mantienen viva la tradición en México o Centroamérica.

Con frecuencia se entiende a la historia como una herramienta analítica, material deductivo para comprender mejor a nuestro actual entorno. Esa posibilidad es fascinante, y quizás esa sea la intención de quien se entusiasme con el siglo XIX en Europa, inusualmente trascendental, o la colonización en América, decisiva y controversial. Se puede entrever entonces la complejidad de la realidad social un poco más efectivamente, sentimos que hemos conseguido una pieza más del rompecabezas.

Es cierto que este estímulo desaparece al lidiar con Mesoamérica; su influencia actual es casi inexistente, como ya mencioné. La satisfacción llega por otros caminos: uno se ve confrontado con cosmovisiones de otra manera inimaginables y se aprecian estilos artísticos exuberantes, estructuras arquitectónicas imponentes, prácticas religiosas brutales y un desarrollo tecnológico que pocas veces se dio entre civilizaciones antiguas.

Es, en general, una ventana fascinante a la condición humana, y de ahí nace la intención de este texto: invitar al lector a entrar en contacto con este espacio cultural. Nos dirá poco acerca de las circunstancias actuales, pero arrojará luces sobre el modo en que algunas sociedades precientíficas interactuaban con el entorno, la manera en la que interpretaban el mundo y los diferentes mecanismos que desarrollaron para sobrevivir a las hostilidades de la intemperie.

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