La Cumbre semestral del Mercosur, en Asunción, Paraguay, mostró a un bloque regional ensimismado, encerrado en sus conflictos y contradicciones. No en vano es un proyecto de integración sumamente proteccionista, con elevados aranceles externos. Incluso sus dos mayores países, Argentina y Brasil, comercialmente hablando, están entre los más cerrados del mundo.
Por más que algunos de los presidentes presentes en Asunción intentaron echar balones fuera, persisten diversos problemas internos pendientes de resolver. De alguna manera, el diagnóstico es claro y apunta a una cierta fatiga de materiales, una parálisis en lo que inicialmente fue un rutilante proceso de modernización, que supo captar la atención mundial, incluyendo la de Bruselas, por sus grandes posibilidades comerciales y económicas.
Durante su discurso inaugural, el presidente paraguayo Santiago Peña afirmó que el Mercosur tiene “fatiga de integración”, intentando condensar en una sola frase el difícil momento que atraviesan. Una apreciación similar hizo la ministra argentina de Exteriores, Diana Mondino, al señalar que Mercosur necesita un “shock de adrenalina”, necesario para rescatarlo de su parálisis.
Uno de los graves problemas del bloque es la imposibilidad de cerrar las negociaciones con la Unión Europea (UE) para firmar un tratado birregional de Asociación. Si bien en los últimos años el exceso del proteccionismo francés y de otros países europeos fue determinante, las responsabilidades del fracaso están a ambos lados del Atlántico.
Pese a ello, el brasileño Lula da Silva realizó una interpretación muy sesgada y fue rotundo al afirmar que «La única razón por la que no hemos cerrado el acuerdo con la UE es porque los europeos aún no han logrado resolver sus propias contradicciones internas». En un ejercicio falto de autocrítica, subrayó los logros de Mercosur durante la pasada presidencia brasileña.
Sin embargo, su visión dejaba de lado las diferencias entre los países grandes (Argentina y Brasil) y los pequeños (Paraguay y Uruguay), el descenso, en los últimos años, del comercio intrazona, la dificultad de bajar los aranceles extracomunitarios o la pérdida de competitividad de los estados miembros en un contexto global cada vez más complicado.
Una de sus propuestas estelares fue la firma de un Tratado de Libre Comercio con Palestina, teñida del ideologismo con el que el gobierno brasileño maneja el conflicto israelo palestino. Pero, más allá de sus buenas intenciones, la propuesta no acaba con otros problemas subyacentes del Mercosur, como el propósito uruguayo de firmar, bilateral o conjuntamente, un Tratado de Libre Comercio con China. La continua oposición de Brasil a que cada país negocie por su cuenta complica todo.
Pese a la apariencia de unidad, las disputas internas son la barrera que frena el futuro del Mercosur. Las diferencias ya no se limitan a la coexistencia entre variados puntos de vista e intereses contradictorios en materia comercial y política, sino a tensas relaciones interpersonales entre los presidentes, con insultos cada vez más virulentos y ataques ad hominem. Todo forma parte de diferentes estrategias que han traspasado muchas líneas rojas y que incluso podrían afectar el futuro de la institución.
El tema se ha agravado con la ausencia de Javier Milei de la Cumbre de Asunción. Pese a sus promesas a Peña, a último momento decidió asistir a la Conferencia Política de Acción Conservadora (CPAC), en el brasileño balneario de Camboriú, Santa Catarina, junto a Jair Bolsonaro, en lugar de viajar a Paraguay. Su ausencia fue lamentada por el uruguayo Luis Lacalle Pou, quien dijo “aquí deberíamos estar todos los presidentes”, lamentando la pérdida de un aliado frente a Brasil.
La ausencia de Milei ahondó sus diferencias con Lula, a quien, entre otras cosas, llamó “zurdito con el ego inflamado”, corrupto y comunista. Entre Lula y Milei no solo la química brilla por su ausencia sino también la física y cualquier otra forma de la más mínima empatía. Si bien en sus últimas intervenciones ambos optaron por no tensar más la cuerda, el deterioro de la relación bilateral entre Brasil y Argentina flota en el aire. De ocurrir una ruptura, el golpe sobre Mercosur sería terrible.
Por si todo esto fuera poco Milei se posicionó en sintonía con Evo Morales al definir la asonada militar en La Paz como un “autogolpe” impulsado por el presidente Luis Arce. Por el contrario, tanto Lula como Lacalle salieron en defensa de Arce y de la democracia boliviana. Se da la circunstancia añadida de que en esta Cumbre Bolivia formalizó su adhesión al Mercosur, un proceso con años de gestación.
Mercosur no atraviesa su mejor momento. Un acuerdo con la UE hubiera supuesto un soplo de aire fresco y relanzado su economía. Sin embargo, éste fue frustrado por rigideces de unos y otros. Al margen de la sobre dependencia china hay, o debería haber, vida más allá de la relación con Europa, de forma de incorporar los desafíos de las transiciones climática y digital. Ello requiere que sus cuatro países, Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay, más la recién incorporada Bolivia, dejen de seguir anclados en los anacrónicos sueños autárquicos y en la fábula de la patria grande para insertarse en un mundo cada vez más complejo y competitivo.
Artículo publicado en el Periódico de España