Miguel Ángel Capriles decía que “la información es la esencia de la libertad de expresión, por eso debe ser siempre cierta y fundamentada”. Nací en una familia en la que a diario se debatían en la sobremesa los titulares que se iban a destacar en las primeras páginas de los medios a cargo de mis tíos y de mi padre. No olvidaré jamás la reacción de ellos cuando confirmaban que habían sido burlados por fuentes que manipulaban informaciones con fines inconfesables y fue entonces cuando en la Cadena Capriles se estableció como regla “el derecho a réplica”, para garantizarles a los ciudadanos la legítima defensa cuando se sintieran vulnerados.
Lo que hemos visto estos últimos 20 años ha sido una secuencia de mentiras para emprender movimientos golpistas que derivaron en oportunismos electoralistas. Inolvidables aquellas arengas de Hugo Chávez dándole piso a sus andanzas sediciosas y luego sus dramatizados embustes cuando era entrevistado para que aclarara si eran ciertos los rumores de sus despropósitos dictatoriales. Todavía circulan profusamente algunas entrevistas en las que quedó al descubierto para la posteridad el doble discurso de ese impostor de impostores. Una de ellas fue la conversación con Jaime Bayly, hace ya más de dos décadas, en la que aseguró que “adelantaría programas de privatizar empresas que no deberían estar en manos del Estado y que los bancos no deberían caer en las redes de monopolios, que la deuda externa sería cancelada y evitaría nuevos endeudamientos”. Puras mentiras. Pero otra entrevista en la que mintió descaradamente, fue con el periodista Jorge Ramos, a quien le juró que no era socialista, que Fidel Castro era un dictador, que no pasaría más de 5 años en la presidencia y que si perdía un revocatorio, entregaría el poder antes de cumplir su mandato. ¡Qué manera de mentir!
Después vinieron los teatros montados sobre supuestos atentados, también eran una seguidilla de falsedades. Fueron las simulaciones aprendidas en sus aulas de clases cubanas.
Repugnantes sus mentiras para justificar los cortes eléctricos. Cuando no era a causa del fenómeno natural El Niño, los apagones los ocasionaba una iguana conspiradora. También mentiras. Como fueron también fruto de esa imaginación calenturienta de los fabuladores, las excusas para amparar a los funcionarios responsables de los robos que se perpetraron a los dineros públicos asignados al Plan Bolívar 2000. O la impunidad con que cubrían a los que hicieron millones de dólares de ganancias irregulares, a costa del hambre de los venezolanos que veían y olían cómo se podría la comida en los contenedores que habían importado, solo con la finalidad de realizar sus nauseabundas operaciones financieras.
Imperdonable la falsificación de estadísticas para ocultar la verdad, llegando al extremo de despedir a la doctora Antonieta Caporales, titular del Ministerio de Salud, por revelar cifras sobre el incremento de la mortalidad infantil.
Las mentiras de Villegas sobre el verdadero estado de salud de Hugo Chávez cuando se encontraba en La Habana están a la par de las nuevas mentiras de Jorge Rodríguez, tratando de ocultar los verdaderos datos respecto a los estragos del covid-19 en Venezuela.
Nada más por ese síndrome de las mentiras merecen el repudio colectivo de los venezolanos. Y que esa etapa tan triste sirva de espejo en el que podamos mirarnos para que ¡nunca más Venezuela sea víctima de gobernantes mentirosos!