Tenemos 20 años inmersos en una realidad política, económica y social que los venezolanos han tenido que aceptar obligados por la forma tan sectaria y discriminatoria de ejercer el poder. Se hacía lo que el caudillo quería y ahora se hace lo que el designado por el caudillo quiere. Un círculo vicioso que ha originado en Venezuela una espiral de miseria y hambre que, a todas luces, en un futuro inmediato, no tiene visos de solución alguna.
Para mantener su verdad, los revolucionarios han optado por crear una realidad, aunque basándose en la mentira, en la que a través del sistema nacional de medios públicos, por un lado, y la censura, por el otro, han hecho de la persuasión y el miedo la forma de depurar y eliminar del espectro informativo todo contrapeso que pueda generar dudas sobre el proceso bolivariano y, al mismo tiempo, difundiendo mitos sobre supuestas virtudes, aciertos y sacrificios de un pseudolíder que se inmoló por el pueblo venezolano.
En las dos últimas décadas han vendido una sola idea ―un símbolo único― que no es otra que el que piensa diferente es un enemigo del pueblo, un golpista en potencia, un traidor a la patria, que con su conducta impide alcanzar la máxima felicidad que otorga el vivir en socialismo. Se les ha adosado cualquier tipo de calificativos para desacreditar a todo aquel que osara pensar diferente, adjetivos que van desde escuálidos, pasando por oligarcas y terminando por pitiyanquis.
Esto no tuvo otra finalidad que reunir por completo a los adversarios en una sola categoría; es decir: todos debían ser metidos en un mismo saco, sin importar si eran ricos o pobres, religiosos o ateos, altos o bajos, azules o blancos, demócratas o de ultraderecha. El único objetivo era y es convertir al enemigo en un solo bloque para llevar a cabo la instauración de ese maniqueísmo, de una supuesta lucha del bien contra el mal.
Esto dio paso al siguiente nivel: son los enemigos del proceso revolucionario los culpables de los errores que cometen los bolivarianos en el poder. La escasez de medicinas y alimentos, la hiperinflación, la devaluación, la deficiencia en la prestación de servicios como la electricidad, el agua, la asistencia médica, la vialidad y pare de contar, el causante del dolor del pueblo venezolano es un supuesto bloqueo del imperio norteamericano, auspiciado por la oligarquía venezolana, para generar suplicio y pesar en el país.
Esta estrategia que llevan a cabo los hijos del comandante eterno consiste en estar siempre a la defensiva, pero en caso de verse acorralados, porque no hay forma de refutar sus errores, barbaridades y abusos, son expertos en inventar nuevas mentiras, para que haya distracción en el pueblo. Ejemplos, muchos, desde el supuesto magnicidio, el problema eléctrico, el hampa desatada, la falta de alimentos y otras calamidades, que tienen imbuido al venezolano en una lucha diaria por y para la supervivencia, para poder, así, esconder su responsabilidad en el mal y doloso manejo del Estado venezolano.
Por eso, cualquier problema, sin importar lo minúsculo y banal que sea, es exagerado y desfigurado, a fin de convertir cualquier situación en una amenaza grave, que atenta contra la estabilidad de la patria.
Para lograr esas mentiras verdaderas se amparan en un lenguaje soez e inculto, chabacano y grosero. El fin último es vulgarizar todo, para destacar la ignorancia sobre la reflexión, la comparación y la inteligencia en resolver problemas, pues la masa debe hacer el mínimo esfuerzo mental, tratar de que la comprensión de la realidad sea escasa, con el objeto de aceptar una sola mentira convertida en verdad, pero con el propósito de olvidar todo y empezar de nuevo y, así, fabricar una, otra y otra vez engaños, embustes, inexactitudes, calumnias, chismes, infundios, ardides, dolos y timos.
Eso se consigue con base en la construcción de un número pequeño de ideas y repetirlas hasta el agotamiento, difundirlas desde diferentes puntos de vista, pero que converjan en un mismo lugar. En este caso serían los supuestos beneficios que para la nación representa la revolución bolivariana. Si vemos las propagandas y las intervenciones de los diferentes apóstoles del chavismo, estas no tienen fisuras; en pocas palabras: «Si una mentira se repite suficientemente, acaba por convertirse en verdad».
Así que la propaganda oficial, exaltando logros y éxitos de la unión cívico-militar, pero a la vez manteniendo una constante campaña de descalificación contra a aquellos supuestos enemigos, debe ser perseverante, y cuando empiezan a agotarse las falacias, se erigen nuevos mensajes. Esto es con la finalidad de evitar cualquier respuesta de aquellos que no están de acuerdo con los bolivarianos y darle al público nuevas ideas en qué pensar, pues lo que vale es evitar a toda costa que se contrarreste la falsificación de la realidad; es decir: el pueblo tiene prohibido reflexionar y recapacitar.
De tal forma, se esmeran tanto en ocultar como en silenciar temas y situaciones que no tienen argumentos para fundamentarlas y dedican toda su atención en disimular noticias que los favorecen porque lo que importa es crear un mito alrededor de una mentira. Para ello, justifican un supuesto odio que sienten aquellos que profesan ideas en contra del socialismo del siglo XXI, dado que lo que hay que arraigar en el venezolano son actitudes primitivas, primarias, que sostengan el ideal de la necesidad de una dependencia hacia el Estado, con el propósito de poder sobrevivir, ya que lo que se quiere es dar la sensación de que todos piensan como todo el mundo, para crear una falsa ilusión e impresión de unanimidad.
Mentir, mentir y mentir es el fin, puesto que algo quedará. Mientras más grande sea la mentira, más personas la creerán.
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