Carlos Daniel Malavé es un artesano del cine que ha ido tomando la forma de un autor por la reiteración en sus temas y códigos de expresión.
En 10 años ha rodado 9 títulos, erigiéndose en uno de los realizadores más prolíficos de su generación.
Sin embargo, en su caso, la cantidad no siempre ha estado asociada a la calidad de sus productos, generalmente divorciados del gusto de la crítica, salvo excepciones a la regla.
Con un conocido colega del medio acordamos que su trabajo de consenso sigue siendo El último cuerpo, un filme que fue considerado un largometraje de evolución para su creador; un punto de inflexión en su carrera.
El cineasta, desde entonces, asumió otra madurez para encarar el hecho audiovisual, lo mismo que los cuestionamientos de los especialistas, con los que antes protagonizaba luchas encarnizadas por las redes. Ahora discute sus puntos de vista con la cabeza fría, el humor negro y la conciencia que le brindan los años en tarima.
Recientemente, observamos un retroceso en el estreno de Solteras indisponibles, una pieza de comedia demagógica que entraña la explotación de una serie de clichés y estereotipos.
Después, hemos sentido un avance progresivo con la ejecución sobria de “Venezuela es un desorden”, a excepción de sus burdos intercambios comerciales, incluidos como cuñas populistas que desnaturalizan la esencia de la famosa banda de ska.
Carlos Daniel Malavé representa, en cierto modo, las paradojas y contradicciones de todos los cineastas que tuvieron que sortear el tiempo de depresión que deparó el régimen desastroso de Nicolás.
Por eso, las obras del realizador son síntesis de la irregularidad, del pragmatismo de un cine que quiere hacer taquilla, sin renunciar al perfil artístico de una cinta comercial del promedio criollo.
Así llegamos a Blindado, un thriller policial de inspiración ochentera y noventera, que narra el origen y el fin de un accidentado atraco imperfecto de un camión cargado con un preciado botín.
Internacionalmente podemos reconocer influencias de Michael Mann en Heat y de las derivas contemporáneas de Casa de Papel. Los personajes organizan un robo y suceden múltiples traiciones en el camino, que logran proyectar las vivencias de un país criminalizado y corrompido hasta los tuétanos.
Nadie es lo que parece, el poder engaña con sus arengas de supuesta honestidad, la inseguridad y la desconfianza marcan el devenir de las relaciones humanas.
Acierta la película en describir el clima de decepción actual ante la clase política, que manipula los hechos a su antojo en complicidad con los dueños del negocio económico.
De nuevo, William Goite y Carlos Antonio León sobresalen en el casting, como intérpretes que inspiran respeto en sus respectivos papeles de ladrones de cuello blanco.
Menos consistente resulta la actuación del protagonista, sometido a los vaivenes de un guion a veces forzado y de unas acciones escasamente verosímiles por los defectos especiales en montaje.
Algunas secuencias revelan una planificación desprolija que evoca la estética televisiva de un capítulo de Archivo Criminal en HD.
Le comenté a un amigo de la radio, que percibí un desfase en la imagen de los personajes femeninos, entre decorativos, de relleno o simplemente estériles.
Alexandra Braun siempre refresca la pantalla con su sonrisa y su aura de hada madrina, pero necesita de un libreto que le permita lucirse en la fase de los diálogos.
Así y todo, Blindado mantiene el estándar de Carlos Daniel Malavé, después de sus primeros traspiés. Es un filme que le sirve para experimentar con los recursos, buscando acercarse a un público que se ha distanciado de la industria local por su estancamiento creativo, por la quiebra que nos embarga.
Por algo, la película sufre el coletazo de la crisis, al acumular 1.232 entradas en su primer fin de semana. Una cifra que no paga los costos de distribución, marketing y producción.
En el futuro recordaremos a Blindado como una obra de resistencia, al haberse estrenado en las peores condiciones.
Del mismo modo, reivindicaremos su voluntad de señalar a la doble moral que nos rodea y que nos hunde.
Un círculo vicioso que el director desea dejar atrás, saliendo por la costa, en un guiño a la diáspora.
Por ello, conviene detenerse a evaluar y ponderar el subtexto del filme.
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