OPINIÓN

Memoria de un fraude y golpe de Estado: 30 de noviembre de 1952

por Jesús Peñalver Jesús Peñalver

El próximo 30 de noviembre hogaño se cumplirán 72 años del fraude electoral perpetrado por el dictador militar, general Marcos Pérez Jiménez, apodado el Cochinito de Michelena, sátrapa por quien aún lloran algunas desvergonzadas viudas que no ocultan su devoción por un uniforme. Son los mismos que anhelan las charreteras de aquel sátrapa que tanto daño causó a Venezuela.

Se trataba de elegir a una Asamblea Nacional Constituyente (a los miembros que la integraran) para cabalmente dictar una nueva Constitución, no era ese evento para elegir presidente de la República como muchos creen, quizá por inocente ignorancia.

Entonces Venezuela enarboló la bandera de la dignidad, y en las urnas electorales derrotó al régimen oprobioso de la Junta Militar que jefaturaba el aludido milico golpista. Conviene recordarlo e informarlo a quienes ignoran el episodio y también para que el pueblo tenga en cuenta la conveniencia de la memoria.

La memoria es de los demócratas, del autócrata el olvido. La memoria es esa casa amoblada con todas sus cosas, donde al llegar el recuerdo nos da la bienvenida. Y no olvide que, si usted no cultiva su memoria, vendrá otro a sembrar cuentos de rutas y caminos, de empanadas y conucos.

Retomando el asunto inicial, el viciado proceso electoral se inició en abril de 1951. Los partidos políticos, que no estaban ilegalizados, tenían una vida restringida, la campaña electoral estaba enmarcada en un amañado estatuto, hecho a la medida del cochinito para asegurarle el triunfo. Así los regímenes de fuerza empeñados a mandar a todo trance con su terca manía de sentirse dioses inderrotables.

Los mítines se hacían en locales cerrados. La represión y la amenaza de cárcel eran el pan nuestro de aquellos aciagos días. Amenazados líderes políticos y dirigentes sindicales. El marco de garantías era el terror y el asesinato, como sucedió con el Dr. Leonardo Ruiz Pineda, acribillado a balazos en una calle de San Agustín del Sur.

En esas condiciones Unión Republicana Democrática, URD por sus siglas, con Jóvito Villalba al frente, se lanzó a la calle el 4 de abril de 1952, dispuesto a conquistar el voto e izar las banderas de la dignidad y la unidad nacional. Muchos venezolanos empeñados legítimamente en cambiar aquel estado de cosas, estaban arrinconados en sus casas, en cierto modo convencidos de que no era posible decir la verdad ni luchar por su triunfo.

Con aquel histórico paso al frente, URD rompió la infamante muralla de silencio que amordazaba el miedo. URD sabía lo que estaba en juego. Ni el terror ni el cercenamiento de los derechos esenciales amilanaron al partido del eminente jurisconsulto neoespartano, el maestro Jóvito Villalba, menos al glorioso pueblo venezolano.

Y conforme a la mejor doctrina revolucionaria, el Directorio Nacional de URD, con Ignacio Luis Arcaya como presidente y Jóvito Villalba en la secretaría general, cumpliendo el mandato de la V Convención Nacional, declara enfáticamente, para disipar cualquier equívoco:

“Para nosotros tiene significación decisiva la experiencia histórica, dentro de la cual es evidente que la abstención ha sido recurso rechazado sistemáticamente por todos los movimientos democráticos y revolucionarios de América y el mundo”.

Y a la tesis abstencionista se le contrapone la de aprovechar toda oportunidad, por difícil y limitada que sea. El pueblo captó aquel temerario optimista mensaje urredista. Y el 30 de noviembre de 1952, los venezolanos concurrieron a votar, con no pocas esperanzas de triunfo.

A la hora de los escrutinios, al abrirse las urnas electorales, la avalancha de tarjetas amarillas avivó los ojos expectantes de las inmensas mayorías, que, sin miedo, y desafiando el terror impuesto por la Seguridad Nacional, órgano represor de la barbarie perezjimenista, dejaron constancia del repudio colectivo en histórica jornada de protesta contra el tenebroso régimen y su respaldo y entusiasta adhesión a la fórmula unitaria propuesta por URD.

Desafortunadamente para los pueblos, no siempre se impone la fuerza de la razón, sino la sinrazón de la fuerza.

Como se sabe, el sátrapa de Michelena desconoció los resultados que arrojó el proceso electoral. La voluntad popular, legítimamente manifestada, terminó siendo ominosamente desconocida. Y es que los imponderables, a veces, echan por la borda los designios de la razón y del buen juicio.

Y así, en todas las épocas de la historia, el destino ha hecho jugarretas grotescas. El maestro Villalba fue, entonces, víctima de ese destino inescrutable y cruel. Aunque sabido es que los hombres no alcanzan la gloria sólo con el poder.

Algunos grupos aconsejaban a sus militantes la abstención, pero estos la rechazaron y se produjo el hecho que hemos mencionado. El gorila general Pérez Jiménez, cuando supo de los votos amarillos que echaban por la borda su afán continuista, el FEI ordenó al Consejo Supremo Electoral alterar los resultados.

Pero su presidente, el doctor Vicente Grisanti, en una actitud digna y valiente, se negó rotundamente a aceptarla y otros miembros lo apoyaron y tuvieron que salir del país.

Copei cumplió también una conducta en la lucha electoral. El PCV y AD estaban inhabilitados, pero en la lucha contra el terror y el crimen cumplieron su deber.

Fechas como la anotada son ejemplos de dignidad e hidalguía con el propósito de construir un pueblo libre y soberano con pluralidad de criterios y unidad patriótica.

¡Sin unidad, ni a la esquina!