Un correo electrónico de Gustavo Castellanos me trajo la noticia: Marian Conde Lorenzo -nuestra entrañable Marian- falleció en Madrid el 9 de diciembre. Al momento de recibir este doloroso anuncio, quizá han transcurrido unos 25 años desde la última vez que nos encontramos. Pero en ese instante todas las distancias -las que impone el paso del tiempo, las distancias geográficas, las distancias del silencio, las distancias de las vidas ocupadas de cada quien- se borraron de modo fulminante: así reapareció Marian con su sonrisa de chiquilla, su guiño contagioso, su estampa menuda, enérgica e impecable.
Durante un tiempo relativamente breve -¿cuatro, cinco años? ¿a partir de 1991 o de 1992?- cultivamos ese modo de la amistad que surge bajo el estímulo de una relación profesional frecuente e intensa. Marian Conde Lorenzo era la capitana de la Gerencia de Relaciones Corporativas del Grupo Químico -entonces presidida por el empresario Lope Mendoza-, y yo un asesor externo que prestaba sus servicios en el ámbito de las comunicaciones.
Bajo su conducción, en reuniones regulares y planificadas, no solo revisábamos los asuntos del trabajo, sino que, al llegar el mediodía, me quedaba para almorzar juntos. A la mesa compartida, muchas veces se incorporaban miembros de su equipo y, en más de una oportunidad, hasta el propio Lope Mendoza, conversador y caballeroso. En alguna ocasión, caminábamos hasta una trattoria en Los Palos Grandes, a unos cien metros de su oficina, y nos rendíamos al placer de comer y conversar. En esas tertulias abiertas -las llamo así porque llegábamos a ellas sin agenda- Marian derramaba su imperturbable generosidad, la generosidad de quien está siempre disponible para hacer el bien a los demás.
Marian estaba entonces muy interesada en las cuestiones fundamentales que rodeaban la actividad del Grupo Químico. Cuando se revisan las ediciones de la revista Enlace Químico -revista que la empresa editaba bajo su dirección, muy probablemente una de las mejores publicaciones corporativas que se hayan producido en la Venezuela de los años noventa-, quedan retratadas algunas de sus preocupaciones profesionales: la integración económica de los países y las empresas (especialmente con Colombia), el cambio y la gestión tecnológica, la educación dentro de la empresa, los entresijos de las comunicaciones empresariales, la relación entre consumidor y marca. Recuerdo con nitidez que uno de los temas que ocupaba nuestra conversación, se refería a los límites entre comunicación estratégica y mercadeo. Marian se preguntaba -y no se desprendía de su inquietud fácilmente-, cómo incorporar, cómo hacer uso de las técnicas del mercadeo a favor de la imagen de las empresas.
Sin embargo, llegado hasta aquí, todavía no he dicho el que entiendo como uno de sus talentos personales y profesionales más descollantes: Marian sabía habitar y convivir en el mundo de las corporaciones. Llevaba muy hondo, como una fortuna de su carácter, un amor por la convivencia. Asumía que el buen trato es más que un mero dispositivo de formas: más bien un manera de entender la vida.
Y es que, al contrario de lo que se piensa a priori, la vida cotidiana en las empresas, no importa su tamaño y especialidad, es siempre compleja. Exige ciertas vocaciones: reconocimiento de los límites y las oportunidades; disposición a ciertos silencios tácticos; inteligencia para saber cuándo y cómo advertir; demanda evitar el inútil desgaste de las rivalidades. Marian navegaba en medio de las distintas mareas, con la preocupación indeclinable de cumplir y superar las metas que le habían impuesto. Quería que las cosas fluyeran. Le importaba el bienestar de quienes le rodeaban.
Marian era hija de gallegos que vinieron a Venezuela muy jóvenes. Gente de trabajo y tesón. Fue la mayor de dos hijas -su hermana menor, Nuria, nació cuando ella tenía 9 años-.
Marian Conde Lorenzo nació el 10 de octubre de 1960, en La Victoria, estado Aragua. Creció en una pensión, negocio familiar, en un ambiente privilegiado de afectos y cuidados. Ambas, Marian y Nuria, fueron las hijas amadísimas de unos padres orgullosos.
A sus diez años, Marian estudió en la ciudad gallega de Vigo durante un año, en un internado regido por monjas. Al regresar vivió en Caracas y estudió, hasta graduarse de bachiller, en el Colegio Santa Rosa de Lima. A continuación, cumplió con su formación universitaria: se graduó en la Escuela de Comunicación Social en la Universidad Católica Andrés Bello -UCAB-.
Muy temprano, heredera de una tradición familiar fundada en el valor del trabajo, Marian se incorporó a las exigencias del mundo laboral. Estudiaba y trabajaba. Hizo periodismo sobre la industria del entretenimiento y, apenas graduada, comenzó su periplo profesional: se desempeñó en Telares Maracay, en la agencia de publicidad Leo Burnett (en dos ocasiones), en el Grupo Químico, hasta que, en algún momento, alcanzó el que era, a la vez, un sueño y una alta meta profesional: trabajar en Empresas Polar, organización a la que se entregó, con toda la pasión que era capaz de irradiar, por muchos años. Cuando finalizó esa etapa, se incorporó al equipo de Monitoreo Digital, que fue la última organización a la que obsequió sus talentos.
A partir de 2017 -esto me lo ha contado su hermana Nuria- Marian comenzó a viajar a Madrid con alguna regularidad. Iba y venía, atraída por las ventajas de la vida española -tenía la nacionalidad, como hija de españoles-, pero sus raíces y afectos venezolanos seguían muy vivos y profundos. Ya en 2021, cuando la enfermedad se manifestó de forma inequívoca, se instaló en Madrid, donde vivió acompañada de su familia, hasta su fallecimiento. Sus dos hijos, Aleksey Ghersy Conde y Sebastián Conde, viven en Madrid actualmente.
Mientras escribo estas líneas, leo el estremecedor texto de despedida que Denise Reale, su amiga desde la infancia, escribió tras el fallecimiento de Marian. Denise va a lo más hondo: al ser de fe, al alma desprendida, al espíritu que siempre velaba por los demás. Me permito copiar solo un fragmento de su bellísimo e íntimo elogio: “A pesar de eso nunca le quitaste una oración a nadie, aunque primero la necesitaras tú, y sabíamos que la necesitabas bastante más que los demás. Siempre rezaste por todos; por mí, por ellos, por los míos y por los demás, porque eras una entusiasta de la fe y de la mano de Dios”.
Marian fue una generosa impenitente y sin horario: no podía permanecer indiferente, si tenía oportunidad de activarse para ayudar a quien lo necesitara. Una mujer de manos tendidas. Junto con la Marian del orden y la planificación, del respeto y lealtad hacia su empresa; junto con la Marian profesional convivía la persona justa, la persona de inmenso corazón, la persona que deshacía los nudos, la persona que irradiaba con su sonrisa todo cuanto la rodeaba, el ser humano que estimulaba la convivencia, que aliviaba las preocupaciones de quienes estaban próximos: la Marian que se hacía entrañable para quienes la conocimos, la Marian que se construía un lugar en los afectos de los demás, la Marian Conde Lorenzo que supo encontrar en los equilibrios -los altos equilibrios del alma buena- un modo de estar en el mundo.