OPINIÓN

Memoria de Cuomo, héroe de Nueva York y Cuba   

por Luis Leonel León Luis Leonel León

Los gobernadores de Nueva York, Andrew y Mario Cuomo, con los dictadores de Cuba, Raúl y Fidel Castro

—¿Ya viste las fotos que te mandé? –pregunta con marcada expectación mi amigo Alexis.

—No. ¿Cuáles?

—Las de los Cuomo. Una joyita para ejercitar la memoria, sobre todo en tiempos en los que tanto se necesita. Busca en tu Gmail, hermano.

—Un segundo. Te pongo en speaker y lo abro.

En la primera está el gobernador de Nueva York, el demócrata Andrew Cuomo, muy atendido por la prensa en los últimos días al ser la Gran Manzana el área de Estados Unidos con más personas contagiadas y lamentablemente con más muertos por la pandemia del coronavirus.

—Ya las estoy mirando. Pues sí, es un memorándum muy interesante.

Le hago un zoom a la imagen. Cuomo le suelta una inmensa carcajada, sin ningún pudor, al dictador Raúl Castro. Fue en abril de 2015 durante su visita a La Habana. Y no es ningún secreto, Cuomo mostró esta misma alegría por participar en «el inicio de la aventura» como él mismo confesara.

— ¿Y entonces?

—Menudo flashback.

En aquel momento (según el tipo de memoria de que la dispongamos puede ser poco o mucho tiempo) Cuomo encabezó una delegación empresarial con ejecutivos de MasterCard, la aerolínea JetBlue y la farmacéutica Pfizer, entre otras grandes compañías estadounidenses muy interesadas en hacer buenos y primeros negocios con el régimen castrista. «Estamos asistiendo al comienzo de la transición en la relación entre los dos países, que va a tener beneficios económicos significativos para las dos partes», le dijo a la agencia de noticias Efe al aterrizar en el aeropuerto internacional José Martí, donde le recibió Josefina Vidal, directora para Estados Unidos de la Cancillería cubana.

«Esta misión constituirá un gran paso adelante en las relaciones de nuestro Estado con Cuba y nos ayudará a abrir la puerta a nuevos mercados para las empresas de Nueva York», aseguró el gobernador de la Selva de Asfalto.

Mientras que, casi a coro, el jefe de la Sección de Intereses de Cuba en Washington, José Ramón Cabañas, denominara la visita  de Cuomo como «histórica», una palabra que le encanta manipular a los comunistas. Bueno, a todos los bienaventurados líderes de los progres de la tierra. Hacer algo histórico, cambiar la historia. Es una obsesión y a la vez una potente arma de largo silenciador.

—Dice la leyenda de la fotografía: «Puerta de entrada a Estados Unidos, Nueva York siempre ha sido un gran símbolo para el pueblo cubano (…) y nos encanta que Cuomo haya aceptado ser el primer gobernador en liderar una misión comercial a nuestra bonita isla». Esto lo reafirmó Cabañas, que más contento no podía estar con los millones de dólares que les ayudaría a amasar el buen Cuomo. Un héroe para la más necesitada de las dictaduras y, claro, el sistema que más se preocupa por los desamparados de este mundo, desigual y cruel.

—Pero creo que todo el mundo sabe que no es lo mismo comerciar con Venezuela que con Estados Unidos.

—No faltaría más.

—Aclarémoslo: no es que Cuomo estuviera contento del todo, o al menos eso intentó explicar cuando advirtió: «Estados Unidos tiene diferencias significativas con Cuba sobre temas como derechos humanos», pero tranquilos que «la cuestión es cómo lidiar con ellas». Eso llegó a decirle, con cara de circunstancia, a la dulce prensa que aduló su rimbombante viaje.

—Ni corto ni perezoso, el gran Cuomo, experto en lidiar con dictaduras, sintió que despejó todas las dudas cuando aseguró que «la decisión del presidente Obama es correcta». Algo así como: no hay de qué preocuparse, tranquilos, no se olviden de que si yo gobierno Gotham, Cuba me queda chiquita. Sin alarmas. Que no cunda el pánico, o mejor, que no panda el cúnico, como bien dijera Chespirito.

—Parece que este flashback también se te ha hecho inevitable –apunta Alexis.

Flashback. Flashdance. Flashbad.

—La memoria es un animal impresionante.

—Y cuando se despierta cualquier cosa puede suceder.

—Quizás muchos ya no se acuerden, pero el 17 de diciembre, día de San Lázaro, de 2014, apenas la Casa Blanca anunció no solo el publicitado restablecimiento de las relaciones diplomáticas con el régimen cubano, desactivadas desde 1961, sino también gestiones para que el Congreso levantara el embargo económico, Cuomo se prometió ser el primer gobernador en negociar con los comunistas de La Habana.

—Y entonces, boom, Obama se lo cumplió.

—Y Castro se lo aplaudió.

—A partir de ese momento los departamentos de Comercio y el Tesoro aprobaron algunas medidas que levantarían parcialmente las frágiles sanciones al castrismo y facilitarían los viajes a la isla y las relaciones comerciales entre ambas naciones. Eso fue lo que se dijo en todos los medios, o en casi todos, que no es lo mismo pero es más o menos igual.

—Corrección: entre un pequeño grupo de políticos y comerciantes estadounidenses y una familia cubana, los inigualables Castro.

—Por supuesto.

—Por eso contemplamos tan alegre, realizado, al inefable Cuomo en la instantánea. Y tenía que ser así. Consiguió llevarse el premio gordo como primer gobernador en negociar con los amigos de Obama apenas el primer presidente afroamericano de la historia logró su sueño de exclamar a vox populi: «¡Ahora sí se acabó la guerra fría, qué viva la relación!».

—Bueno, también dio un discurso que hablaba de libertad, y del que el régimen se burló, pues sabía que al poco tiempo no lo recordarían, tal como sucedió, en la increíble isla, de memoria tan próspera y robusta como la economía socialista.

—Puede que Obama también lo supiera.

—No lo pongo en duda.

—Si me permites otra salvedad: no son los cubanos de la isla los únicos que padecen o practican la desmemoria, sobre todo de ciertos olvidos convenientes. Muchos aquí también sufren de ese mal curable, pero disfrutable. Tampoco les echemos toda la culpa a los que en Cuba no pueden acceder a la libre información y tienen que cada día centrar sus energías e inventiva en salir a pelear en el mercado negro (la bolsa real del socialismo real) cualquier cosa parecida a un plato de comida.

—Wow, man. Últimamente cada vez que me llamas es para joderme el día con la realidad más jodida que podemos citar. No sé por qué no podemos simplemente olvidarnos de esa isla maldita.

—Parece imposible.

—Es más grande la utopía de nuestro olvido que la utopía comunista, que más que utopía, dicho sea de paso, es un narcótico ideológico. Una bazofia disfrazada de guerrillero hippie, pacifista, feminista, subversivo, violento cada vez que sea necesario, pro LGTBI+, pro aborto, animalista, ecologista, futurista con cara de difunto feliz. Un Frankenstein revolucionario.

—Elocuente descripción, hermano. Seguro que la cuelgo en Twitter.

—Antes chequea la lista, no se nos vaya a olvidar algo más.

—No creo. No es parca. Y olvidar para nosotros es un acto de resistencia al que ya no podemos renunciar. Una carga pesada y un oasis. Un olvido doloroso e imposible.

—Muy a pesar de que algunos aún, con el repetido fracaso delante de sus narices, sigan celebrando la contentura de estos diálogos. Mírales nada más.

Las expresiones no son muy distintas. En la segunda fotografía, tres décadas antes, pareciera que Fidel Castro le regala una clase de ideología revolucionaria a Mario Cuomo, nada más y nada menos que el padre de Andrew, quien también fuera gobernador de Nueva York. Mira tú las casualidades.

—No se parecen tanto los Cuomo. ¿O sí?

—Demócratas los dos.

—Digo físicamente.

—Bueno.

—El punto es que de esto la mayoría tampoco se acuerda. O ni se enteraron.

—La memoria. Ese animal feroz.

—Ojo: uno de los grandes valores de la fotografía es ayudar a conservar la memoria.

—Que no todo es alimentar el ego en Instagram. Que tampoco es pecado.

—Pero bien, regresemos a la foto más reciente. ¿Dime qué ves?

—No es necesario un profundo análisis de la imagen para sentir el contubernio amoroso.

—Vaya, que por la foto pudiera decirse que este le profesa mucho más amor al líder ñángara que el propio Obama.

—Tremenda exégesis.

—Pero claro, aguanta ahí, que el hombre, digo, los dos Cuomo, es más, los tres, también el compañero Obama, todos, están más que justificados, tienen todo el derecho, y tú bien sabes por qué.

—Dime.

—Porque siempre será peor un Trump. ¿O no?

—Claro. El malvado comerciante dorado que viajó a encontrarse con el psiquiátrico asesino norcoreano, para ver si lograba tranquilizarlo y dejaba de jugar todos los días a Star Wars con sus coheticos nucleares.

—Buen punto. Gol, o mejor, autogol para el Partido Demócrata.

—Problema resuelto: si Trump le dio la mano a semejante bestia, entonces qué de malo tiene que Obama le diera la mano al Castro segundo y que Cuomo fuera a hacer negocios con la familia real, si al final ni son tan malos. Míralos en la foto: no parecen dos viejitos que han linchado a un montón de gente y tienen a todo un pueblo reprimido, adoctrinado y pasando hambre. De que no lo parecen, no lo parecen.

—Eso de que son tan malos debe ser una desproporción de la derecha, de los trumpistas, de los recalcitrantes y extremistas, de la mafia asesina de Miami, del exilio histórico.

—Así que a don Cuomo ahora ni me lo toques. No te atrevas.

—Prometido. Es más, como estamos hablando de políticos, mejor no te lo prometo, te lo juro por la bolsa del canguro. Que tampoco hay que exagerar.

—Muy bien. Y no pierdas de vista que Cuomo ahora se está enfrentando a Trump, que ese sí es el enemigo del pueblo, del mundo entero y más allá. Los Castro son niños de teta al lado de Trump. Ese sí tiene cara de malo. Busca una foto cualquiera y hazle una exégesis de verdad insidiosa.

—Un momento: jamás te atrevas a comparar a los Castro, ni por un instante, con ese magnate asesino en serie, que ha construido su fortuna traficando con las necesidades, el dolor y el miedo de sus ciudadanos, llenándose los bolsillos con trucos inmorales, un corrupto, chico.

—Un déspota que renta los médicos los neoyorquinos como esclavos postmodernos, como mano de obra barata en Latinoamérica, recibiendo cada vez más dinero y más dinero.

—Dinero sucio. No te olvides de ese detalle.

—Sí, y que no sé para qué quiere tanto.

—Seguro que para bañarse en sus arcas, vanagloriándose de todo ese oro genocida, capitalista, mientras especula con la usura a las miles y miles de remesas de quienes se tuvieron que ir, dejando a sus familias atrás, lo mismo en balsas de porquería que cruzando fronteras, en busca del paraíso socialista. ¿Porque esa otra isla, digo, Manhattan, es también un horror, no?

—Decía el romántico Friedrich Schlegel que «la ironía socrática es el único fingimiento absolutamente involuntario y, sin embargo, absolutamente reflexivo».

—Y yo te digo a ti: ¿qué sería del exilio sin la ironía? Y la memoria.

—Nada. El exilio, caramba, la primera empresa cubana. El desarrollo sostenible de la dictadura.

—Y todavía hay quienes no entienden a los cubanos. No jodan.

—Pero no te me disocies con la filosofía y el romanticismo, que el malo de esta película siempre será Trump. No te equivoques. No te me salgas del guion.

—Perdón. Rectifiquemos: los Castro son unos tipos de mentalidad cerrada, pero al final le han dado, regalado mejor dicho, porque es gratis, tremenda educación y salud pública a los cubanos. De las más famosas en Latinoamérica.

—Y en África.

—Seguro. El mismo Bernie Sanders ya lo dijo. Y eso, para que no te dejes manipular por la ultraderecha republicana, es lo que quieren para los estadounidenses el viejo Sanders y los socialistas.

—Socialistas democráticos, que así se autodefinen.

—Obvio. Mira la cantidad de milenios que los siguen.

—Y de milenarios también.

—Bueno, eso es lo mismo que quiere Cuomo.

—¿Cuomo iba a querer otra cosa, eh?

—¿Entonces cuál es el problema, papá?

—¿Sabes qué? Me retracto. Me azoto con espíritu revolucionario. ¿Cómo pude alguna vez llegar a pensar mal de Cuomo si el tipo es un héroe, chico, un verdadero héroe, que lo único que quiere –y se le ve clarito en esta gozosa foto– es hacer negocios, por el bien de las relaciones entre los dos países.

—Y totalmente convencido de que los neoyorquinos se lo van a aplaudir, o ni siquiera se van a enterar de qué se trata todo esto. Y que, caramba, los cubanos de a pie se beneficiarán al menos de algo, aunque sea con una migajita, que siempre será mejor que nada.

—Lo ves. ¿Por qué entonces no negociar con esta gente? Cuomo estaba claro.

—Solo trataba de aprovechar una gran oportunidad, un buen negocio. Nada más.

—¿Cuál es el crimen entonces?

—Los crímenes los cometen otros, déjame aclararte eso. Yo solo soy un empresario. Un político. Bueno, las dos cosas. Así diría el insigne gobernador. Yo, Cuomo, el emperador. ¿Se entiende? ¿O no?

—Totalmente. E imagino que lo mismo con Venezuela. Más allá del narcotráfico y el terrorismo.

—Eso sí que es condenable.

—Me imagino. Hasta ahora. ¿Pero qué pasa si en medio de esta jodedera del virus chino el Partido Demócrata te convence de que tienes algún chance de enfrentarte al diablo y derrotarle?

—¿Pero cómo enfrentamientos si te acabo de decir que lo único que quiero es negociar tranquilamente?

—Me refería a Trump.

—Ah, claro, sí, al diablo imperialista. Ya te copio. Pues sí: me lanzo a la campaña presidencial. Y si gano ahí sí que hago los negocios que Obama no pudo cerrar. Y ahí sería el primero, otra vez el primero, el primero de verdad.

—¿Te gusta?

—Eso ni se pregunta. Así que voten por mí, cubanos del exilio, que a cambio prometo fortalecer nuestras relaciones, y sin ningún tipo de injerencia, nada de sanciones, nosotros dejaremos que el pueblo cubano tome sus propias decisiones. Y si no quieren cambiar su sistema, como ya les dijo Obama en su discurso en La Habana, pues no pasa nada. Nosotros no somos nadie para interferir en los asuntos internos de Cuba. Eso es cosa de los republicanos.

—Y tampoco es que haya necesidad de cambiarlo todo en la vida. ¿Verdad?

—En ese caso, inevitablemente, es mejor ser conservadores. Al menos tendremos relaciones con los Castro, y entonces ellos, creo yo, no reprimirán tanto al pueblo y seguro que les dejarán comprar un poco más de comida americana. De todo. Eso sí, por favor, que las remesas aumenten porque no ahí no hay ningún problema. Y de lo contrario no podrían comprar. Y para qué entonces queremos al exilio. Que somos demócratas. No tontos.

—Lo sabemos. Y nunca lo olvidaremos. Cuomo, el héroe de Nueva York, el que primero negoció con el castrismo, como debe ser.

—¿Y si de pronto las cosas no funcionan bien, es decir, como nosotros queremos?

—Tú tranquilo, que culpa tuya no será. En estos momentos la culpa ni siquiera sería de los Castro. La culpa, no faltará más, siempre será de Donald Trump.

—Me ha quedado clarísimo.

—No se hable más.

—Creo que me quedaré un rato pensando en todo esto.

—Siempre, aunque a veces no lo parezca, pensar un poco más las cosas no nos vendría mal.

—Al menos no estaríamos tan mal.

—Quién sabe.

Good night, bro.