OPINIÓN

Mejor llámate a Donald

por Fermín Lares Fermín Lares

En este mismo mes de agosto terminó oficialmente la serie Better Call Saul (Mejor llama a Saúl), precuela y secuela de Breaking Bad, considerada por algunos como una de las mejores series televisivas de Estados Unidos. Hay quien afirma que Saul es hasta mejor.

Saúl (para escribirlo en castellano, con acento) es un personaje cautivante, simpático, ocurrente, quien después de haber sido un timador de poca monta pasa a ser un abogado de cuestionables actuaciones, a ejercer la profesión con poca ética y, finalmente, a hacerlo de modo ilegal.

En Breaking Bad, Saúl es un abogado del personaje principal, el profesor White, quien aquejado de un cáncer terminal decide montar un laboratorio de anfetaminas (él es profesor de química), que las vende y distribuye con la ayuda de uno de sus descarriados alumnos. Al final de la serie, descubiertos todos los involucrados en el tráfico de estupefacientes, Saúl se va de la ciudad y aparece en su propia serie como gerente de una tienda de panes rellenos con canela (Cinnabon), en un centro comercial de Omaha, Nebraska, donde ahora se llama Gene.

Gene, antes Saúl y originalmente Jimmy, era el hermano de un prominente y talentoso abogado de Albuquerque, quien lo ayudó a que no fuera a la cárcel por los crímenes menores en que estuvo involucrado de joven. A Jimmy McGill le gustaba engatusar a la gente en situaciones que le generaran dinero rápido. Jimmy fue siempre subestimado por su hermano Chuck, quien al salvarlo de la cárcel le hace prometer que se portará bien de ahora en adelante. Jimmy procura hacerlo y mientras trabaja como empleado de oficina en el bufete del hermano, estudia Derecho por correspondencia y se hace abogado. El hermano y principalmente su socio, Howard Hamlin, le niegan a Jimmy la posibilidad de trabajar luego en el bufete como abogado, y Jimmy se resiente para siempre, sobre todo contra Hamlin.

Jimmy entonces monta su oficina al fondo de un salón de belleza, pedicura y manicura incluidos, regentado por unas vietnamitas, y desde allí atiende a todo tipo de delincuentes de baja ralea, a quienes les costará pagar por un buen abogado. Sus antecedentes de timador lo ayudan en la excelencia de la defensa de estos ladronzuelos y prostitutas. En un intento por obtener mejores clientes, se encuentra con una pareja que ha desfalcado el tesoro del condado con trucos contables, pero que el bufete de Hamlin y el hermano logra defender con base en el prestigio con que cuentan en la ciudad. Jimmy trata de recuperar estos clientes a través de uno de sus timos y en medio del escenario que pretende montar, se topa con unos narcotraficantes que se enteran del dinero que posee la pareja del contador y su esposa. Jimmy descubre que el contador y su familia están escondidos porque se sienten amenazados por alguien que les quiere robar el dinero y al encontrarlos también descubre que tienen en sus manos más de 1 millón de dólares en efectivo, del cual le ofrecen una buena porción para que no los delate. Jimmy se niega y les dice que lo que quiere es que lo retengan como abogado, por lo cual aceptaría un monto inicial, y allí comienza su resbaladero hacia lo poco ético e ilegal.

Los narcos de Albuquerque hacen contacto con Jimmy para utilizarlo como su abogado. En el camino, Jimmy es testigo de asesinatos y otras vilezas, en una relación que él quisiera evitar con su labia y capacidad de convencimiento.No obstante, no cesa de lucrarse por sus actividades leguleyas con los delincuentes mientras paralelamente crea innumerables situaciones de chanza contra Howard Hamlin, a quien no perdona por la minusvalía y desprecio que siempre le ha mostrado.

¿Por qué mejor llamar a Donald?

Jimmy McGill, quien con su título de abogado tuvo innumerables oportunidades por seguir por el camino del bien, se empeñó en dejarse llevar por las tentaciones del dinero y de sus chanzas contra sus enemigos hasta convertirse en un verdadero criminal. Se presume que el desprecio de su hermano y el del abogado Hamlin influyeron en toda su conducta. Uno va viendo la serie y no deja de pensar en que este tipo es un “perdedor” profesional. Es vivo, simpático y ocurrente, pero se empeña en perder al desechar el camino del bien.

Las oportunidades que ha tenido Donald Trump en su vida son monumentales, incomparables con las de Jimmy, quien terminó creándose un nombre comercial para deslastrarse públicamente del apellido que compartía con su hermano. Surgió por aquello de “It´s all good man” (todo está bien, hombre), que pronunciado en inglés suena como Saul Goodman. “Mejor llama a Saúl” (better call Saul) era el eslogan que venía después de las frases de promoción de su nueva firma legal.

Trump tuvo un padre difícil, un rico constructor de Queens, Nueva York, que tendía a tratar de modo humillante a sus hijos. Es al menos lo que ha contado en un libro y en televisión una sobrina de Trump, psicóloga de profesión, quien ha dicho de todo de su tío Donald y de su abuelo Fred.

Donald se metió en el negocio inmobiliario con un milloncejo que le regaló su papá. Ya con la presidencia de la Organización Trump, se vio envuelto en situaciones como la discriminación contra personas negras que querían alquilar apartamentos en sus edificios, para lo cual tuvo que llegar a un arreglo con el Departamento de Justicia; o como la contratación de inmigrantes polacos ilegales cuando construyó la Torre Trump de 5ª Avenida. Es harto conocido que dejaba de pagarles a sus obreros o no les pagaba a contratistas que creaban la infraestructura interna de sus edificios. Entre 1991 y 2009 se valió de la leyes de bancarrota para declarar en quiebra seis veces a sus casinos en Atlantic City y Nueva York y evadir el pago a bancos, accionistas y contratistas.

Entre 2005 y 2012, Donald Trump fundó la Universidad Trump, en donde ofrecía cursos sobre el negocio inmobiliario y sobre cómo hacerse rico. Cobraba entre 1.500 y 35.000 dólares por curso. En 2013, el estado de Nueva York presentó una demanda civil de 40 millones de dólares alegando que la universidad hizo promesas falsas y defraudó a los consumidores. También se presentaron ante un tribunal federal otras 2 demandas civiles colectivas relacionadas con la universidad. Los tres casos se resolvieron en noviembre de 2016, ya Trump siendo presidente, con el pago de 25 millones de dólares.

También como presidente, Trump y sus hijos se vieron envueltos en un escándalo sobre el uso indebido de recursos de la Fundación Trump, establecida en 1988. En 2018, una demanda del estado de Nueva York alegaba que Trump había utilizado ilegalmente fondos de la fundación para comprar autorretratos, pagar las obligaciones legales de sus negocios e impulsar su campaña presidencial. El juez falló en contra de la Fundación Donald J. Trump y le ordenó pagar 2 millones de dólares en daños. Trump pagó ese dinero y donó 1,8 millones de dólares más que había en la fundación a 8 organizaciones benéficas, y la disolvió.

Poco antes de ganar la presidencia de Estados Unidos, Trump ganó una licitación para crear un hotel en un edificio del gobierno federal, muy cerca de la Casa Blanca, que se convirtió en un hotel de lujo, donde luego se alojaban mandatarios foráneos gustosos de estar allí y agradar al presidente con sus negocios. Cuando viajaba al exterior (y al interior también) procuraba tener eventos en sus clubes de golf, con lo que lograba no solo publicidad sino también que el gobierno americano pagara a los clubes gastos de todo tipo, incluido el alojamiento de los funcionarios del servicio secreto. El de los clubes fue el negocio que le brindó las mayores ganancias durante su presidencia, 940 millones de dólares en esos 4 años.

En fin, Trump se dedicó, desde antes de su presidencia y después, a hacer negocios poco éticos, algunos de ellos que rayaron en la ilegalidad, por los cuales varias veces tuvo que pagar. Tuvo suficientes recursos para hacer las cosas bien, pero prefirió jugar con las rendijas que podía ofrecerle la ley y beneficiarse de ello. Y ese ha sido su comportamiento hasta el día de hoy.

A Trump no le bastó con que el Congreso lo llevara a juicio en 2019 para buscar su destitución, por el chantaje en que quiso colocar al presidente de Ucrania, al condicionar un paquete de ayuda militar a que hiciera investigaciones contra el hijo de Joe Biden, su futuro contrincante electoral. El 6 de enero de 2021 incitó a sus partidarios armados a que marcharan hacia el Congreso el mismo día en que se contarían oficialmente los votos de los colegios electorales que sellarían el ascenso de Biden a la presidencia, lo cual le valió una nueva investigación con intención de juicio, que el Senado otra vez evitó.

En vez de reconocer los resultados electorales e irse tranquilo a su casa, como cualquier expresidente, todavía hoy dice que las elecciones presidenciales fueron fraudulentas y se ha dedicado a promover lo que los medios de comunicación denominan “la Gran Mentira”, una campaña de la cual, por cierto, ha obtenido millones de dólares de sus creyentes simpatizantes, que ha utilizado para fines distintos a lo que supuestamente la campaña persigue.

Trump no podía abandonar la Casa Blanca sin llevarse las cartas de amor que le envió Kim Jong-un, el dictador de Corea del Norte. Pero, junto con ellas, se llevó también más de 300 documentos clasificados como confidenciales, algunos de ellos sellados como de sumo secreto y otros con una categoría superior, que solo pueden ser vistos por un manojo de personas.

Ningún documento producido por los presidentes es de uso personal, le pertenecen al gobierno, que a través de los Archivos Nacionales les puede permitir al acceso, pero siguen bajo su propiedad. Es lo que dice la ley. Los documentos confidenciales, que tienen distintos niveles de categorización, son otra cosa, porque tienen que ver con la seguridad nacional. Los presidentes tienen autoridad, mientras ostentan el cargo, de desclasificar documentos confidenciales, pero los documentos deben seguir siendo manejados con responsabilidad. No hacerlo puede acarrear penas.

El proceso que llevó a la incautación de documentos en la residencia actual de Trump por parte del FBI ha revelado que el mantenimiento de documentos oficiales no asegurados por el gobierno en el club del expresidente en Florida, su manipulación y su no entrega pueden haber violado distintas leyes que prevén prisión para quienes las infrinjan. En el caso personal de Trump, lo que parece sobresalir hasta ahora es una posible acusación de obstrucción a la justicia, porque desde hace más de año y medio que entregó la presidencia se ha resistido o buscado evadir la entrega del material que se llevó a su club.

Desde que Trump abandonó Washington, hubo conversaciones con los abogados de la Casa Blanca del expresidente, una variedad de solicitudes por escrito, una primera entrega incompleta de documentos en enero de este año (allí se descubrieron 150 documentos de alta sensibilidad), más solicitudes escritas, una visita de un alto funcionario del Departamento de Justicia en junio alclub del expresidente (se descubrieron docenas de documentos más de alta sensibilidad), uno de los abogados de Trump aseguró que se habían entregado todos los documentos confidenciales durante esa visita, hubo 2 citaciones judiciales posteriores para que se entregaran documentos restantes y videos, hasta que se aprobó el allanamiento, donde se recuperaron 26 cajas más de papeles, incluidos 11 paquetes de materiales marcados como clasificados, uno de ellos con el más alto nivel de clasificación de confidencialidad.

Fue tanta la insistencia de Jimmy McGill en hacer las cosas como no debía, creyendo quizás que nunca lo iban a agarrar, que no terminó bien (no voy a decir el final de la serie). Trump tiene actualmente una averiguación civil contra su compañía en Nueva York, una averiguación penal en Georgia, por haberle pedido a las autoridades de ese estado que le consiguieran unos votos más; está pendiente la investigación del Congreso sobre los sucesos del famoso 6 de enero y la del propio Departamento de Justicia, esta última de carácter criminal. Y ahora surge este escándalo de Mar-a-Lago. El expresidente insiste en que no ha hecho nada malo. ¿Hasta cuándo durará el “Llámate a Donald” en el que ha caído ahora el Partido Republicano? No se sabe. Todavía no se ha escrito cómo terminará esta serie.

@LaresFermin