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Máxima ridiculez

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Denunciante de la esposa de Pedro Sánchez se basó en publicaciones en la prensa

Foto: Javier Soriano / AFP

Entre Sánchez y su empleado con aspecto de jefe de sección de los extintos almacenes Flomar, el ridículo de la política exterior del Gobierno ha vencido con holgura en la etapa reina de la estupidez. Gracias a Sánchez, ese noventa por ciento de la humanidad que desconocía la existencia de Begoña Gómez, sabe hoy que Begoña Gómez existe, lo cual se me antoja una crueldad matrimonial de grado superior. Para Sánchez, Begoña Gómez es España. Y no ha consultado con España. De haberlo hecho, España le habría rogado que escondiera durante un tiempo prolongado a Begoña Gómez, la supuesta corrupta, en una habitación luminosa del palacio de La Moncloa, la que abría de par en par sus ventanas la Duquesa Cayetana para activar los recursos poderosos de don Francisco De Goya, el genio aragonés, invitándole a subir a sus habitaciones para pasar y posar del lecho al lienzo durante las soleadas tardes de primavera. Claro, que establecer comparaciones entre la estructural Duquesa De Alba y la chica del gran profesional de las saunas de mariquitas, se podría interpretar como una falta de respeto a nuestra historia. Muchas mujeres han influido en las declaraciones de guerra, invasiones, torneos, duelos, y quebrantos entre los hombres. Ahí tienen al pobre engañado de Menelao, monumental cornudo. Paris, el troyano, le pimpla a la bellísima Elena, y los griegos montan el lío por una cuestión menor. Porque Elena de Troya, también se divirtió con Aquiles, el de los pies ligeros y otras cosas, y a la muerte de Paris acumula amantes y termina casándose con su hermano Deífobo, que, como su nombre indica, era un coñazo.

Pero nada tienen que ver los problemas de Menelao con los de Sánchez. Por otra parte, Menelao invadió Troya por un impulso de honor. Y Sánchez, por motivos mucho más graves que una ocurrencia extramatrimonial, se encerró en La Moncloa durante cinco días, durante los cuales no pegó ni sello ni con un palo al agua, para meditar si era conveniente o no mantenerse en el poder y exponer a Begoña a toda suerte de citaciones judiciales, o renunciar a su cargo de presidente del Gobierno y abrazar el futuro de sus vidas como las de un matrimonio cualquiera, con una casita aquí, con otra casita allá, y con una tercera, acullá. A esas alturas de la meditación, Óscar Puente, que el pobre hombre no domina ni la dicción ni sus contenidos, acusó al presidente de la República Argentina, democráticamente elegido, de «ingerir sustancias extrañas», lo que se traduce por drogas. Y a Sánchez le pareció muy bien. Invitado por Abascal y Vox a un acto de partido de gran resonancia, Milei se refirió a la esposa del que gobierna meditando y se le escapó la voz «corrupta». Y España ha retirado a su embajadora de Buenos Aires, porque España ha sido insultada por Milei. Tararí que te vi.

Ninguna de las antecesoras de Begoña en La Moncloa pudo ser acusada, ni en broma, de corrupta. Ni Amparo Illana, ni Pilar Ibáñez-Martín, ni Carmen Romero, ni Ana Botella, ni Sonsoles Espinosa, ni Elvira Fernández Balboa, se dedicaron a hacer negocios desde la privilegiada situación que les concedían sus maridos. Carmen Romero se presentó a unas elecciones por Cádiz y fue elegida, lo mismo que Ana Botella formó parte de la candidatura de Gallardón. Salió elegida por los votos de los madrileños, y cuando don Alberto se fue a ser ministro de Justicia, Ana Botella ocupó la alcaldía. Siempre con las urnas, detrás.

Esta mujer que hoy nos preocupa no ha hecho nada en su vida que sea cierto. Y se ha dedicado a los negocios. Si un ministro español le llama drogado a Milei, si un presidente del Gobierno de España se niega a felicitarlo por su triunfo –despreciando la voluntad democrática de una abrumadora mayoría de argentinos–, Milei está en perfecto derecho de meter un poquito la pata. Podría haberlo evitado, pero no le dio la gana, y me parece muy bien. Los del PP han hecho banda con Sánchez. Y el de Flomar ha retirado a la embajadora de España de Buenos Aires.

Simultáneamente, todo el mundo ha leído o sabido lo de «corrrupta», que para nosotros, hasta que no se demuestre, se queda en «presumiblemente corrupta».

Cuando el río suena…

Y ridículo internacional.

Artículo publicado en el diario El Debate de España

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