“ Periodismo es difundir aquello que alguien no quiere que se sepa; el resto es propaganda. Su función es poner a la vista lo que está oculto, dar testimonio y, por lo tanto, molestar”. ( Horacio Verbitsky).
Siempre he tenido un interés especial por la información. Desde que recuerdo. Probablemente sea por la influencia de mi padre, lector habitual del periódico, cuando este se leía exclusivamente en papel, y espectador irredento del telediario. En casa, siempre se han seguido las noticias con interés, quizá por haber vivido mis padres otra época en la que, sin entrar en matices, la información estaba supeditada a la versión oficial.
Nunca pensé que la vida, aunque lo he anhelado siempre, me llevaría a este mundo, tan poderoso, del periodismo. Es cierto que, en mi caso, dado que lo mío es la opinión, la responsabilidad es menor, pero no por ello hay que olvidar que una opinión, transmitida en el debido medio y en el momento adecuado, puede ser una herramienta colosal o un arma muy destructiva.
Por eso, la libertad de prensa, pese a ser un derecho universal, ha sido y es perseguida allí donde los poderosos, tanto políticos como grupos de presión o cualquiera que haya hecho de una actividad ilícita su medio de subsistencia, quieren ocultar o, peor aún, tergiversar la información. El desconocimiento es el arma de los totalitarios y de los extremistas, pero también de los lobbies de todo tipo.
Por eso es muy importante, a la hora de elegir donde informarse, saber filtrar lo que se nos está ofreciendo, atendiendo a esa aberración que algunos intentan blanquear bajo el nombre de “línea editorial”. Precisamente, esto podría considerarse lícito en los editoriales o las columnas de opinión, pero cuando hablamos de información, no caben matices. La verdad, la información veraz, no permite condicionantes de ningún sesgo. De este modo, es cierto que existe una gran responsabilidad por parte del informador, pero también hay que ser responsable como espectador, como informado.
Es tal la importancia de la información y tanta la responsabilidad del informador que no son pocos los que han dado la vida por ejercer ese derecho, esa obligación moral de contar la verdad. Esta misma semana, hemos tenido que asistir al séptimo asesinato de un periodista en México, Juan Carlós Muñiz, el cual fue acribillado mientras conducía su taxi. Es importante destacar que, a diferencia de otros casos, no estamos hablando de un informador con un gran poder mediático; es más, Juan Carlos trabajaba para un medio digital, testigo minero. La mayoría de los asesinatos de informadores en México tienen su origen en el narcotráfico, que en ese país involucra a personajes de todas las esferas sociales.
Otro ejemplo muy cercano en el tiempo y el espacio lo tenemos en la guerra de Ucrania. Este pasado lunes, sin ir más lejos, el corresponsal jefe de la cadena británica Sky News, Stuart Ramsay, recibió un balazo en la espalda en una emboscada cuando, junto a su equipo, se dirigía a Kiev.
Es cierto que los periodistas de guerra aceptan, como algo inherente a su profesión, el riesgo que corren y que las bombas y las balas no discriminan, pero no son pocos los casos en que los periodistas no han fallecido por consecuencia lógica de las escaramuzas, sino que han sido vilmente asesinados, como consecuencia de un ataque personal o de un ataque indiscriminado contra un centro de prensa, a pesar de que los convenios de Ginebra protegen, específicamente, a la prensa. Desgraciadamente, nuestro país, España, ha tenido que lamentar varios de estos casos.
El siete de abril de 2003, como consecuencia de un ataque con misiles del ejército iraquí a un centro de comunicaciones en el sur de Bagdad, fallecía Julio Anguita Parrado, a los 32 años. Este suceso también le costó la vida al periodista alemán Christian Liebig.
En esta misma contienda, y tan solo un día después, fallecía el cámara español José Couso, esta vez en el ataque del ejército de Estados Unidos al hotel Palestina de la capital iraquí. El hotel era el centro de operaciones y alojamiento de periodistas de diversos medios internacionales.
Dos años antes, esta vez en Afganistán, perdía la vida Julio Fuentes, periodista de El Mundo, cuando se desplazaba desde Jalalabad hasta Kabul, recién desalojada de talibanes. Un grupo de militares les detuvo en la carretera y allí mismo ejecutaron a seis periodistas, de diversas nacionalidades.
El último caso, ocurrido el 27 de abril de 2021 en Burkina Faso, se llevó por delante la vida de David Beriain y Roberto Fraile, que se habían desplazado al lugar para grabar un documental sobre la caza furtiva.
Por todos ellos, y por cientos más que no caben en estas líneas, resulta tan despreciable la tan extendida plaga de informadores, ya sean personas o medios que se avienen a favorecer otros fines que nada tienen que ver con la información, sino con la mediatización y el adoctrinamiento. Una mentira es condenable, pero una media verdad, una verdad orientada, es aún peor.
Así pues, responsabilidad. Responsabilidad por parte de los informadores, pero también por parte de quienes tienen la suerte, el privilegio, de poder elegir informarse en medios libres, gracias al sacrificio que en mayor o menor medida hacen los informadores objetivos, consecuentes, aquellos que dignifican esta bella e indispensable profesión del periodismo.
“ El periodismo es libre o es una farsa”.(Rodolfo Walsh).
@julioml1970
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